LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

ERASE UNA VEZ UNA MALTRATADA



El otro día una persona me preguntó afirmando “debe ser difícil perdonar a alguien que te haya maltratado”. Y mi respuesta fue: “pues tienes razón, es difícil… pero has tenido tú alguna mala experiencia”. “No”, me dijo ella, “pero si tengo una amiga que le ha ocurrido eso con su marido, y parece ser que está viviendo un infierno”. Pues mira, le contesté, te voy a contar algo por si a ella le puede servir:

Es casualidad que yo también tengo una amiga, que se llama Helen y es coach profesional, que como sabrás son estas personas que te ayudan o “entrenan” a superar muchos de los problemas que tenemos en nuestras vidas, y hablando acerca de este tema, me decía que en su opinión, había que ir a raíz del problema y a partir de ahí, construir hasta la sanación de las causas. Y aunque había varias formas de conseguirlo, la más efectiva según ella, era a través del perdón y me contó lo que la sucedió a una de las personas que pasó por su consulta.

Emilia (no es su verdadero nombre), es una licenciada en Derecho que es muy buena en su profesión en temas fiscales y es independiente laboralmente. Es una mujer todavía joven, que no ha llegado a los 40, madre de dos hijos, un niño de 10 y otra niña de 8 años. Vive separada de su marido y están en trámites de conseguir el divorcio. La historia amorosa de Emilia, es parecida a la de muchas mujeres maltratadas.
Empezó con un novio cuando tenía 18 años del que se enamoró por completo. Era un chico del barrio y al principio salían con más amigos y amigas. Los tres primeros años pasaron bien, con las típicas peleas de enamorados, que siempre pasado un tiempo, unas veces más largo que otros, volvían a juntarse. En alguna ocasión, a él se le escapaba la mano y la había propinado algún golpe, pero nada que se pudiera decir que era serio.

Las cosas empezaron a empeorar cuando la pandilla de amigos se disolvió y empezaron a salir más como pareja. Emilia estaba en la universidad, en el tercer año de la carrera y el novio, había dejado de estudiar y se había puesto a trabajar en una oficina, con un trabajo que no le gustaba. Poco a poco la relación fue deteriorándose y las broncas eran más a menudo y constantes. Además el era muy celoso y empezó a tener problemas con el hecho de que Emilia algún día sería abogada y el tenía un oscuro futuro profesional. Si Emilia quedaba para estudiar con algunos compañeros de la universidad, se enfadaba y se lo hacía pagar, y ahora sí, en alguna ocasión, llego a ponerse muy violento, zarandeándola y propinándola algún que otro cachete . Pero Emilia seguía enamorada de él, o al menos eso creía y soportaba todo con paciencia y resignación. Cuando llevaban ya cinco años de relaciones, ella empezó a notar que él estaba más distante y frío, hasta que pronto descubrió que él la estaba engañando con una compañera de la oficina, con la que se estaba acostando desde hacía más de seis meses. La chica se quedó embarazada y ya no hubo más remedio que cortar con la relación. Cornuda y apaleada, como dice la expresión.

Después de esta triste experiencia, cuando pasados unos meses Emilia se recuperó, empezó a salir con amigos y conoció a algún chico que otro, pero nada serio. Hasta que conoció a Juan, su ex marido, en una fiesta a la que acudió. Juan trabajaba en la mediana empresa de construcción que el padre tenía. El padre, un hombre que se había hecho a sí mismo, tenía un fuerte carácter, apropiado para el tipo de trabajadores que tenía. Y con Juan era tan exigente como con el resto de empleados.
La cosa entre la pareja, parecía que funcionaba; Juan andaba bien de recursos y hacían numerosos viajes y la llevaba a buenos hoteles. Bueno, Emilia dice ahora, que ya observó algún detalle en Juan que la asustó, pero ya con sus 27 años no estaba para ponerse muy exigente con sus expectativas. Así que como el padre le regaló un piso a su hijo, pronto sonaron las campanas de boda.
Al poco empezaron las broncas y las discusiones. Juan trabajaba mucho y Emilia había conseguido un puesto en un pequeño despacho de abogados. Como ella no ganaba un gran sueldo, él no hacía más que recriminarle lo poco que valía, que el piso era de él, que ya estaba harto de trabajar tanto, y Emilia decía que todos los problemas que tenía con el padre, les pagaba con ella. No llegó a pasar un año de la boda y Emilia se quedó embarazada de su primer hijo. Este hecho al principio parece que calmó un poco la situación, pero no fue duradera. Embarazada de 6 meses sufrió la primera bofetada, aunque él luego la pidió perdón, y llorando arrepentido la decía que no iba a volver a pegarla. A esto Emilia que llevaba muy mal el embarazo, había llegado a un acuerdo con el despacho y dejado de trabajar, porque Juan decía que no lo necesitaba, de lo que luego se arrepintió. La cosa empeoró cuando la empresa del padre empezó a ir mal, porque no le pagaron una obra, tuvo que despedir a obreros, y Juan tuvo problemas con su padre, y encima le doy por beber alguna copa de más. Al año se volvió a quedar embarazada de su segundo hijo y tuvo que soportar un verdadero calvario.

Por sólo contar alguna de las barbaridades, te diré que la perseguía por la casa, empujándola y golpeándola, eso si, en sitios blandos que no dejaban huella. La insultaba de palabra, la decía que no valía para nada, que no sabía lo que había visto en ella, etc. y la dejaba notas hechas con letras de periódicos: “te voy a asesinar a ti y a tus hijos” “ marchate de casa y déjame en paz” y otras lindezas. Como se cambió de habitación y se puso a dormir con su hija, alguna mañana se despertaba y encontraba junto a sí, tijeras, cuchillos, etc. Emilia no se atrevía a denunciarle, pues por las típicas razones, que iba a ser un escándalo, que qué iba a pasar con ella y con sus hijos, que si se iba de casa era “abandono del hogar”, que no la iban a creer, que no tenía pruebas y aunque alguna vez intentó poner la denuncia, siempre se daba la media vuelta. Fuera de casa, él era malditamente correcto.

Un día tuvo la suerte, y digo suerte porque a saber cuanto tiempo más se hubiera prolongado la situación, de que se pasó y se le fue la mano. Estaba en la cocina, cuando empezó a insultarla y luego a golpearla, dándola patadas en el suelo, llegando a sangrar de los golpes, y acabando por perder el conocimiento. Antes, Juan a sus hijos les había encerrado en una habitación para que no fueran testigos, pero el mayor logró salir a través de una ventana que daba a un patio interior y empezó a gritar pidiendo auxilio y llorando. Acudieron los vecinos, y uno había llamado a la Policía, la cual al poco tiempo se presentó. Viendo la situación, la Policía se le llevó detenido a Comisaría y a ella le llevaron al hospital y luego cuando se recuperó y los médicos la dieron de alta, la llevaron para poner la denuncia.
Las medidas provisionales la adjudicaron la casa y la custodia de los niños y al marido le pusieron una orden de alejamiento. Por parte de su familia, la ayudaron muy poco, su madre había muerto y su padre, que ya era muy mayor, estaba en una residencia. Un hermano que tenía, vivía en Inglaterra.

Pero ahí no acabó su sufrimiento, porque a su marido le permitían ver a los hijos y eso era una fuente de problemas. Además le pagaba mal y tarde la pensión, y desde el primer momento el marido cerró cualquier otra fuente de ingresos. Así que se tuvo que poner a trabajar, en lo que pudo, incluso llegó a limpiar escaleras. Como la casa era del marido, se negaba a pagar cualquier tipo de impuestos o gastos y no hacía más que decir que ojala que le embargaran el piso.
Pasaron un par de años y Emilia tuvo la fortuna de que Juan encontró otra mujer, otra víctima para su colección y poco a poco, empezó a dejarla en paz. Emilia se incorporó a un bufete de abogados de prestigio y se volcó en sus hijos y en su profesión. Con mucho tesón y esfuerzo se ha ganado la confianza de los socios y como es muy buena profesional ha empezado a ir bien económicamente.

Parecía que se había recuperado psíquicamente, con ayuda de un psicólogo, y había empezado a rehacer su vida. Se apuntó a un curso de cómo mejorar la autoestima y su ex parecía que la dejaba más tranquila, relativamente. Y te digo esto, porque hace 6 meses encontró otro hombre y pensaba que esta vez podía ser el definitivo. Hasta que hace poco tuvo una fuerte discusión con él, y ha sido como revivir tiempos pasados.
Y en ese instante de su vida es cuando yo la conocí, hundida y confundida, pensando que qué ha hecho ella para merecer esto, ¿es que siempre tiene que ir a dar con hombres conflictivos y violentos? ¿por qué la ocurren estas cosas?. Sin atreverse a continuar la relación o romperla definitivamente y quedarse soltera de por vida, pensando en renunciar definidamente a tener una vida en pareja. ¡Pero que le pasa a esta sociedad en la que vivimos!

No sé si sabes que los “coaches”, no decimos que es lo que tiene o no tiene que hacer la persona, sino que la ayudamos a que sea ella la que encuentre dentro de su interior, las respuestas a los problemas que esa persona tiene. Eso si, hacemos muchas preguntas y todo esto que te he contado resumido, te puedes imaginar que es más amplio y con muchos más detalles. Partimos de la base que todos somos los únicos responsables de todo lo que nos ocurre y en el caso de Emilia, cuando empezó a sentir más confianza, le pregunté, como sin darle importancia, que me contara cómo había sido su niñez y según me lo contaba, empezó a hablar de sus padres.
El padre de Emilia había sido funcionario en un Ministerio, sin que llegara a ningún puesto relevante, porque según él se había significado políticamente y le habían arrinconado. Debido a esto, en su casa no pasaron apuros económicos, llevando eso si, una vida muy modesta, pero su padre era un hombre amargado y resentido con todos. Su madre, no tenía estudios y demasiado tenía con sacar a sus dos hijos y la casa adelante. Cuando volvía el padre de trabajar, se ponía a leer el periódico y a oír la radio o ver la televisión. Y según me lo estaba contando, Emilia se quedó callada, como en blanco, y de repente, se puso a llorar convulsivamente. Todavía con lágrimas en sus ojos, me contó que su padre en varias ocasiones a lo largo de su vida, cuando se enfadaba, gritaba y le pegaba a su madre. No fueron muchas veces, pero ella que era muy pequeña lo recordaba con terror y se paralizaba y luego de mayor no quería ni pensar en ello. Recordándolo ahora, resulta que también en más de una ocasión, les pegaba a ellos, aunque más a su hermano, porque era más travieso. Ella recuerda vivamente como en una ocasión que jugando había roto un jarrón, su padre se quito el cinto y la dijo: “esto me duele a mí más que a ti”, y le arreó dos cintazos en el culo, que le dejaron marca por mucho tiempo. Su pobre hermano, sufrió más las consecuencias y cuando fue más mayor, un día que el padre quiso pegarla a ella, el hermano se interpuso con un cuchillo y le dijo: “como te atrevas a pegarla te mato” y ahí el padre se arrugó y ya no volvió a atacarles físicamente, aunque sí de palabra. Ella piensa que por eso cuando su hermano cumplió 20 años, se marchó de casa y se fue a vivir a Inglaterra, tratando de olvidar.

A todo esto, la madre soportaba los malos tratos y no hacía nada por enfrentarse a su marido y defenderles. Era una mujer callada, sin apenas relaciones, porque ya se encargaba el padre de que no las tuviera ni con las vecinas. A pesar de que era más joven que el padre, tuvo una enfermedad de cáncer y se murió hace ya 12 años. Emilia, todavía seguía resentida con su madre y no podía entender como había soportado aquella vida. Por lo menos, debía haber tenido el coraje de defender a sus hijos. Pero a quién no perdonaría en su vida, era a su padre, al cual hacía cuatro años que no veía ya que estaba en una residencia de ancianos a las afueras de Madrid. Ni le perdonaría y si por ella fuera, no iría a verle nunca. Era mucho el daño que les había hecho.

Y aquí empezó mi verdadera labor, porque de lo que se trataba era de romper este ciclo de maltrato, padres que son maltratados, que a su vez maltratan a sus hijos, hijos que a su vez maltratan a los suyos, y alguien tiene que romper la cadena, la espiral de violencia que conforma sus vidas. Le dije que si estaba dispuesta a recuperar su vida, a tener paz, y si algún día quería conseguir la felicidad a la que tenía derecho, tenía que dar un paso, sólo un paso, difícil si, pero que a cambio iba a recibir mucho, ¿se atrevía?.
“Sí”, me dijo con una voz apenas audible, pero con la esperanza brillando en sus ojos, ¿qué tengo que hacer?.
“Pues tienes que perdonar”, le contesté. “El perdón te ofrece todo, te ofrece la vida, la calma y la alegría, te ofrece la oportunidad de cambiar, definitivamente, ¿Qué me respondes?
“Pues sí, pero no creo que pueda, no creo que tenga fuerzas y no estoy segura incluso de querer”.
“Pues mira, se empieza con un acto de voluntad que puedes tomar en este momento, ¿qué puedes perder con intentarlo?. Y cuentas con toda mi ayuda”.
“Pues sí, me has convencido, me decido a intentarlo, ¿cómo se hace?, ¿qué tengo que hacer?, me contestó.
Pues bien sencillo, vas a empezar por poner todo esto que me has contado por escrito, pero sólo quiero que escribas sobre ti, no tienes que volver a contar nada de lo sucedido, porque ya me lo has contado, quiero ver expresados tus sentimientos, como te sentías cuando eras la víctima de la violencia, tus miedos, tus reacciones etc. todo sobre ti, céntrate en ti, ¿lo podrás hacer?”.
“Si, creo que sí. Y creo que me va a venir bien”.
“Estupendo, nos vemos la próxima semana” le dije.

Y por no hacerte el cuento largo, después de varias reuniones, lo consiguió. Se perdonó a si misma, se perdonó todo los años de infelicidad que llevaba vividos y lo poco que se había querido a sí misma.. Perdonó a su madre, luego a su padre y a los hombres con los que había compartido su vida. Todos eran personajes que habían ido entrando en su vida para luego desaparecer, y lo importante era la lección que había aprendido. Personajes que habían adoptado un papel para que ella, desarrollando a su vez su personaje, al final se encontrara consigo misma, con su ser interior. Le tuve que aclarar que perdonar es un acto íntimo, que igual que no requiere petición del ofensor, tampoco requiere comunicación y que ambas cosas no son necesarias para que el perdón sea auténtico, completo, y eso le ayudó desde el principio. Tuvo que comprender que perdonarles no significaba que estuviera de acuerdo con lo mal que se habían portado con ella, que lo que hicieron estaba mal, pero que a su vez ellos eran victimas vete tú a saber de qué, pero víctimas al fin y al cabo, que habían representado el papel del malvado, de persona ruin y cruel, y ¡qué bien habían representado su pérfido cometido!. Pero lo importante es la persona ofendida, la que perdona, la que recibe el beneficio; el ofensor sigue su vida, ajeno a lo que está sucediendo. El perdón elimina de la mente toda sensación de debilidad, de tensión y de fatiga. Desaparece todo vestigio de temor y de dolor y que más puede desear una persona, que conseguir la paz interior.

Pues aquí podía haber quedado la cosa, pero Emilia, pasados un par de meses, y sacando fuerzas de donde ella no sabía que tenía, un buen día se fue a visitar a su padre.
Le encontró muy viejo y muy desmejorado, con una enfermedad que le hacía sufrir mucho. La entrevista, después de tantos años, al principio fue tensa, pero cuando Emilia le aclaró a su padre, que no iba para hacerle reproches si no para hablar con él, contarle su vida, contarle todo lo que había sufrido y como había rehecho su vida. Cómo después de tantos años, se sentía libre; los errores pertenecían al pasado, y mantener el rencor y el despecho, sólo le había hecho más daño. Su padre rompió a sollozar y Emilia le acompaño y abrazado a él, sintió su corazón inundado de piedad y compasión. Para sentir amor, necesitaría más tiempo.


“Y ésta es la bonita historia”, le dije a la persona que me preguntó. Ella no me había interrumpido ni por un solo momento y percibí todo el tiempo una atención constante. Pasados unos momentos, acertó a decirme “gracias, no sabes como te agradezco lo que me has contado”. “De nada”, le contesté, “me lo paso muy bien contando esta historia”. “Si quieres algún día te presento a mi amiga Helen, o se la presentamos a la amiga tuya que me dijiste”.
¿Pero tú crees que querrá?”, me preguntó.
“Seguro”, le contesté yo, “es una amiga íntima”, “eso sí, con el permiso de mi mujer”. Y me eché a reír.

lunes, 2 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DEL COLEGIO

Nuestro común y buen amigo me ha pedido que os cuente esta pequeña historia que me ocurrió hace poco y yo le he dado a él permiso para que la publique este mes en su blog.
Permitirme que me presente con un nombre ficticio, Olga, pues existen otras personas implicadas y quiero cambiar también sus nombres, y decir aquello que me gusta tanto: “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Espero que nadie se enfade conmigo por hacer público estos hechos, entre otras cosas porque tampoco son tan graves, si es que se reconocieran así mismos.
Soy una maestra, ya jubilada, y no os diré cuantos años tengo porque no los aparento. Mi marido me dejó hace unos años, “que en paz descanse”, y aunque me costó asumir la pérdida, poco a poco he ido superándolo. Y aquí me tenéis, pasándolo lo mejor que puedo, con mi familia (tengo tres nietos preciosos), mis amistades, mis viajes....Bueno y basta ya de hablar de mí y vamos con la historia.
Una tarde, a eso de las cinco y media, iba paseando por el bulevar que hay cerca de mi casa, cuando observo venir hacía mi con paso decidido, a una de las hijas de mi amiga Carmen, cuya familia y la mía hemos sido vecinos del barrio desde chicas. Marisol, que así se llama, trabaja en un Ministerio por las mañanas y tiene una niña de12 años y un chico de 10, que van a un colegio cercano. Yo, al observarla acercarse, pienso: ¡Uy, a esta mujer la pasa algo!, pues iba como congestionada y abrumada, tanto que ni siquiera me veía, así que la tuve que llamar:
“Ehh, Marisol, hola”.
Ella se paró sorprendida y con voz entrecortada, me saludó: “Hola, que tal, que tal Doña Olga”
“Pues yo bien, pero ¿te encuentras tú bien?”.
“Pues no, la verdad es que no”, me contestó. “Estoy que trino”. “Voy al colegio de mi hijo y esos se van a enterar”. Se podía ver la ira en su mirada y la tensión en todo su cuerpo.
“Pero hija, cuéntame, te veo muy alterada”. Y en esto que observo un banco vacío y como no estoy bien de las piernas, la digo: “anda, ayúdame a sentarnos en este banco”, yo con el ánimo también de calmarla, “y cuéntame”, le digo.
“Alterada es poco, Dª Olga, estoy que ardo”. “Acaba de llegar a casa mi hijo del colegio, hecho un mar de lágrimas porque tres chicos de otra clase, un año mayores, se han estado metiendo con él y luego le han pegado patadas y golpes en la cabeza. ¡Y es que esto se para o no sé donde vamos a llegar! ¡con tanto delincuente desde pequeños!. Ahora qué como les pille, ¡se van a enterar!. Y me voy a ir al Director, para que los profesores cumplan con sus obligaciones y no pasen estas cosas. ¡Que la culpa también la tiene ellos!.¡Que para algo están allí, digo yo!
“Bueno, mujer”, tratando yo de interrumpirla, porque ella seguía despotricando. “Respira y cálmate un poco. Porque en ese estado, bien no vas a arreglar las cosas”.
“Pero cómo quiere que me calme”, me contestó, “tenía Vd. que haber visto a mi hijo, qué por más que he querido no he podido calmarle. Y además me dice que mañana ya no quiere ir al colegio, con el miedo metido en el cuerpo”.
“Pues mira hija, te entiendo bien, porque yo también he sido madre” “¿y no crees tú que he pasado por cosas similares?”.
Y pensándolo un poco, me contesta: “pues me imagino que sí”.
“Pues claro que sí. Estas cosas han pasado de siempre, añadí. Pero dime, ¿qué tal está tu hijo?, ¿le han hecho mucho daño?”.
“Pues por lo que me ha contado, le fueron acorralando hasta ponerle contra una pared en el patio, y delante de todos, le dieron patadas y puñetazos en la cabeza. Tiene una mejilla colorada y un sofoco que no puede ni hablar.”. Le he visto un par de moratones, pero lo que más me indigna, ¡que nadie salió en su defensa!. Y de nuevo empezaba a alterarse.
“Bueno, por lo menos no tiene la nariz o ningún hueso roto, ni ninguna brecha en la cabeza. ¡Podía haber sido peor!”. Y subiendo otra vez el tono de voz, me contestó:
“Sí, sólo hubiera faltado que le hubiera tenido que llevar a la Casa de Socorro. Entonces, si se iban a enterar, pues les habría denunciado en la Comisaría. ¡a los cafres esos y al colegio!. ¡Vamos derechita a la Comisaría que me hubiera ido!”.
“Pero eso no ha ocurrido”, le digo yo tratando de calmarla. Y dime, ¿te ha contado el niño estos días atrás que le estuvieran acosando, o que tuviera algún otro tipo de problemas?.
“Pues no, la verdad es que no. No es que se pueda decir, que tenga muchos amigos, pero si que los tiene. Y vienen a jugar a casa, y es un niño tranquilo, al que no le gusta mucho salir, a la calle o al parque. Estoy segura que él no se mete con nadie y si educaran bien a sus hijos las demás madres, ninguno le tendría porqué pegar”.
“Marisol, le contesté, esto que me estás contando ha ocurrido siempre, en todos los sitios y en todos los colegios. No sé si te acordarás que hace muchos años, yo fui maestra y no te puedes imaginar lo que tengo visto. Los chicos a esa edad, son como los animalillos salvajes, peleando y haciéndose un hueco en la manada. ¡A ver quién es el más gallito”.Y las peleas de chicas, eran todavía peores, pues no sólo se tiraban de los pelos, sino lo peor eran los insultos que se echaban”.
“Pero no me diga, Dª Olga, esos eran otros tiempos. Ahora educamos a nuestros hijos sin que tengan que recurrir a la violencia. Tenemos que enseñarles respeto y que no vivimos con la ley de la selva.”. Por eso quiero ir a hablar con el Director, porque ellos son los culpables de no imponerse y consentir que pasen estas cosas”
“Pues hija, no sé yo cómo lo estaréis haciendo, porque en los periódicos y en la televisión, no hacen más que decir lo mal que lo pasan ahora los pobres profesores y la cantidad de problemas que tienen”. Tú crees que si llegas allí, pidiendo que castiguen a esos niños que han pegado al tuyo, y echándoles la culpa de lo sucedido, ¿vas a conseguir ayudar a tu hijo?.
Una sombra de duda recorrió su mirada, y con voz algo más calmada, me contestó:
“Pues pienso que sí, para que esos principiantes de agresores, tengan su merecido, pero por otro lado, estoy dudando de si los profesores van a realizar su cometido”. Y como yo guardaba silencio, añadió, “pues, no sé...¿me está Vd. sugiriendo algo?.
“No hija”, le contesté yo. “Es tu hijo y tienes que hacer como madre, lo que creas más conveniente. Aunque si quieres te puedo dar mi opinión”.
“Si, sí, claro. Faltaría más, ya sabe que la aprecio y la respeto mucho”.
“Pues empezaré por contarte una anécdota del primer Director del Colegio que yo tuve. Era mi primera escuela y yo era una joven inexperta pero con mucha ilusión pues me gustaba mucho enseñar a los niños. Se trataba de un colegio público y a media mañana todos los chicos salían escopetados al patio del colegio, gritando y corriendo, para soltar toda la energía reprimida desde primera hora. Mientras, Don Severiano, que así se llamaba aquel Director, junto con algún otro profesor y yo, dábamos paseos arriba y abajo, entre los chicos que jugaban, correteando sin poder parar.
No pasaba mucho rato, hasta que alguno de los más pequeños, se acercaba a nosotros, llorando a más no poder. Don Severiano, con su pelo blanco y porte majestuoso, se paraba y todo lo tieso que caminaba, le preguntaba:
¿Qué le ocurre a Vd, jovencito?.
Y el niño, arreciando su llanto le contestaba:
¡Que aquél niño me ha PEGAO!. Y con su dedito acusador, señalaba al agresor, que un poco más lejos, estaba vigilando temeroso lo que ocurría.
Y todavía le estoy oyendo en mi cabeza, cuando Don Severiano con voz grave le contestaba:
¡PUES QUE LE DESPEGUE!.
Y dicho esto, iniciaba de nuevo su marcha, y nosotros con él. Yo no podía disimular una sonrisa, al ver la cara de desconcierto del niño y lo planchado que se quedaba el angelito. Te tengo que reconocer, que la primera vez que asistí a este hecho, me quedé preocupada, hasta que luego comentando con otros profesores y viendo sus consecuencias me tranquilicé. Efectivamente, los niños en ese colegio, desde el primer año, aprendían que ser “acusica” yendo con el cuento al Director, no les valía de nada y que se tenían que “sacar las castañas del fuego” ellos mismos. Para mi sorpresa, en ese Colegio, las peleas entre chicos no llegaban a mayores y si alguna vez se enzarzaban dos o más chicos, los castigos de Don Severiano eran ejemplares.
Y esto te lo cuento hija, para que pongamos en perspectiva lo que le ha ocurrido al tuyo.
Vamos a ver, si tú ahora vas al Colegio a hablar con el Director, y le pides que encuentre a los agresores de tu hijo para que los castigue, ¿qué crees que puede pasar?.
Y Marisol dubitativa me contestó: “ bueno..., no sé..., la verdad es que tampoco le he podido sacar a mi hijo quienes son los que le han pegado. Me imagino que mañana les podrían identificar”.
¿Estás segura?, le contesté yo, “primero piensa si tu hijo va a ir al cole, que yo creo que sí tiene que ir, pero si va ¿te imaginas al niño yendo con el Director o con algún profesor, a que identifique a los otros niños?. Y si lo hace, ¿cuáles van a ser las consecuencias? ¿y qué castigo crees tú que les van a imponer?.
“Bien..., yo no lo sé....Pero yo no les puedo perdonar lo que le han hecho a mi hijo, no se pueden quedar sin que de alguna forma les castiguen, porque sino mañana mismo le pueden volver a pegar. ¡No se van a ir de rositas!.
“Yo no sé que puede pasar”, le contesté, pero igual es peor el remedio que la enfermedad. Les castigan y vete tú a saber que castigo les ponen, y los chicos igual le cogen manía, y luego le hacen el vacío o algo peor y no habrás adelantado nada. Y si el Colegio, no les pone el castigo que tú consideres adecuado, luego, te vas a tener que enfrentar a los profesores y eso puede ser mucho peor.
“Bueno, entonces ¿ tú que me aconsejas?, me preguntó.
“Pues mira, estas cosas hay que ponerlas en su contexto. A tu hijo, unos niños le han pegado, aunque no parece que haya sido de gravedad. Esos son los hechos y tú como madre, estás saliendo en su defensa, lo cual es muy natural. Pero pensando en el bien de tu hijo, yo me haría las siguientes preguntas: ¿ha sido ésta la primera vez o está siendo víctima de un acoso continuado?. Porque la línea de actuación será diferente en un caso ú otro. Y en otro aspecto ¿cómo maneja él las situaciones de enfrentamiento? ¿elude la confrontación? ¿sabe defenderse?. Porque si a tu juicio, no lo sabe hacer, igual tendrías que empezar por ayudarle en eso. Hay que hablar con él y sacarle toda la información posible. Si el niño no lo hace ahora, su autoestima puede verse muy mermada. Y las consecuencias cuando sea mayor, serán mucho peores. Igual le puedes apuntar a clase de judo o kárate, si es necesario.
Ahora parece que esta de moda eso que está ocurriendo en las empresas, el mobbing o algo así, que muchas personas lo sufren de sus jefes u otros compañeros, vamos, el acoso laboral de toda la vida”.
“Si , ya sé de qué me hablas”, añadió Marisol. Ha habido varios casos en el Ministerio, y las personas que sufren el acoso, se tienen que dar de baja o pedir el cambio y a menudo caen en la depresión. Ahora que son los jefes, los que tienen la culpa de que haya maltratadores.”.
“Marisol, ya veo que tiendes a culpar, al igual que en el caso de tu hijo a los profesores, a los jefes o a los jefes de los jefes en el Ministerio. Y yo pienso que en estos casos, y no podemos pensar que todos son iguales, son los que intervienen responsables de lo que les sucede. El agresor o maltratador, porque haciendo ese papel, da salida a su agresividad tratando de ocultar la rabia que siente al no encontrarse a gusto consigo mismo por algún complejo de inferioridad, pues sino no sentiría la necesidad de atacar. El agredido, porque no se quiere asi mismo lo suficiente y tiene una baja autoestima. Y las personas que les rodean, sean jefes o profesores o padres o madres, amigos, etc. porque no tienen las habilidades suficientes para intervenir de la mejor forma, aunque ese fuera su deseo.
Volviendo al caso de tu hijo, ¿cómo crees que le puedes ayudar mejor?.
“No sé..., aunque creo que la estoy entendiendo bien. Tengo que tratar que mi hijo sea capaz de responder a lo que le ocurre y saber sobreponerse a los hechos desagradables que le sucedan. Tengo que averiguar más sobre su forma de ser, y tengo que reconocer que alguna vez, he pensado si no le estaré sobreprotegiendo. De hecho, cuando me estaba yendo de casa, me estaba pidiendo angustiado que no fuera al Colegio, que iba a ser peor. Igual tiene razón.”
“Pues no sé si la tendrá, le dije yo, pero si que sé la importancia que tiene que aprenda a hacerse responsable de cualquier cosa que le suceda. Cada uno somos responsables de nuestros resultados, de nuestras acciones y de nuestros sentimientos. Y somos nosotros los que elegimos el significado que le demos a cualquier evento, circunstancia o experiencia que nos ocurra en la vida.
Y respecto a esos tres mozalbetes, que le han pegado a tu hijo, piensa que gracias a ellos tu hijo va a tener una oportunidad para empezar a encontrar la forma de defenderse a sí mismo. Si no empieza ahora, continuará atrayendo a su vida a otros maltratadores, hasta que algún dia aprenda la lección, si es que la tiene que aprender, que eso ni tú ni yo, lo podemos saber ahora. Así que harías bien en perdonarles y conseguir que tu hijo no les guarde rencor. Respecto a los profesores te diría, que procures ser comprensiva con su situación, pues no es nada fácil su tarea. Seguro que la gran mayoría ponen todo su empeño en educar a sus alumnos y como siempre habrá excepciones que confirman la regla.
Tienes una bonita tarea por delante”, añadí.
Marisol, a todo esto, estaba concentrada escuchando mis palabras y la ira que la embargaba había desaparecido. Y me sorprendió con un fuerte abrazo y palabras de agradecimiento.
“Vete de prisa, que tu hijo te estará esperando”, le dije. Y de nuevo, con un paso decidido, se alejó por el bulevar y yo la observé, hasta que la perdí de vista.

En un aparte les digo, que después de enviar esta historia a nuestro amigo para ver que le parecía, me ha preguntado: “No cuentas nada del padre del niño, del marido de Marisol, ¿es que no existe?”. Y yo les dejo la pregunta, para que la contesten Vds. mismos. Es mi regalo, por haber tenido la bondad de leerme.


lunes, 5 de octubre de 2009

LO QUE ME PASÓ EN EL METRO

Permitirme contaros mi pequeña historia, porque para mí ha sido, sin duda, la mejor lección que he recibido en estos pocos años que llevo de vida. Bueno, no son tan pocos, soy un joven de 27 años y mi vida está volcada en mi trabajo de informático y en mi gran pasión, el kárate, el cual llevo practicando desde que tenía 17 años. Para aquellos que no conocen mucho de esta disciplina, les contaré que hay dos escuelas o tipos de kárate: el kárate deportivo y el kárate budo (como arte). Yo practico este último, porque además de los movimientos físicos, está enraizado en el budismo zen; concretamente deriva del boxeo chino del templo Shaolin, creado por los monjes de esta religión, allá por el siglo III antes de Cristo. La meta de este kárate es la misma que la del Budismo Zen, es decir, alcanzar la iluminación espiritual, y aunque yo considero que estoy muy, pero que, muy lejos de conseguirlo, si que me ha valido para ir adoptando poco a poco, los principios y valores que hay detrás de este arte marcial, es decir, no se considera tan solo un método de defensa personal, sino un camino a seguir en la vida, una forma de pensar y actuar basada en el respeto a los demás.

Perdonarme si hablo tanto de mi afición favorita, pero es conveniente que entendáis esto para que luego podáis enjuiciar mejor lo que me pasó. Para explicar breve y claramente cual es la idea, citaré el lema del Kenpo Karate, el cual es aplicable perfectamente a cualquier estilo y escuela:

"Vengo hacia ti con las manos vacías. No tengo armas, pero, si soy obligado a defenderme, a defender mis principios o mi honor, si es cuestión de vida o muerte, de derecho o de injusticia, entonces aquí están mis armas: las manos vacías".

Sólo quiero añadir, que me encuentro en muy buena forma, mido 1,85 de estatura y peso 95 kilos, y todo músculo. Para eso entreno 3 horas diarias, incluidos los fines de semana.

Por avanzar en la historia, os contaré que un día hace un par de meses, que volvía del trabajo en el Metro, es decir, como todos los días porque cualquiera es el guapo que aparca en el centro de Madrid, iba distraído pensando en mis cosas y en cómo pasar el fin de semana con mi chica. Como vivo en el extra-radio, ya no quedaban muchos pasajeros, y la mayoría eramos currantes, algún ama de casa y por sus caras y años, algunos jubilados de los que van y vienen. Justo por donde yo estaba, al parar el tren en una estación entra un chico joven en el vagón, bueno como yo, quizás un poco más mayor, de unos treinta. Iba hablando en voz alta por el móvil, con el que parecía un amigo, por los numerosos “colega” que soltaba. Claramente había bebido y por sus movimientos y ojos, quizás llevaba alguna sustancia más en el cuerpo. Al poco de ponerse el tren en marcha, los hechos sucedieron muy deprisa, como en una película de acción. Empezó por meterse con dos chicas jóvenes que iban de pié, diciéndolas:

-“que os passsa, putillas, que sois unas putillas”.

Las dos chicas, asustadas, se movieron al final del vagón sin decir nada. Yo presencié el insulto y aunque me quede impasible, mi cuerpo se tensó, pero no moví un sólo dedo. Y a continuación, sin dejar de hablar por teléfono, el individuo empezó a pegar patadas en las puertas por donde había entrado y con su puño libre golpeaba una de las ventanas de la puerta. Tenemos estrictamente prohibido usar las técnicas del kárate en público, a no ser en caso de que una necesidad absoluta lo requiera en defensa o para proteger a otras personas. Me vinieron a la cabeza, las palabras del primer profesor que tuve, del cual guardo un grato recuerdo y agradecimiento por todo lo que me enseñó: “el kárate es para hacer amigos, si lo empleas para satisfacer tu ego, para dominar a otras personas, es una total traición al objetivo por el cual se practica. Nuestra misión es resolver conflictos, nunca crearlos”.
Aunque hace ya muchos años, me vi envuelto en un par de ocasiones en alguna reyerta, me defendí bien y nunca la cosa había pasado a mayores. Y mira por donde, el destino me había puesto delante un patán y un chulo, que claramente era una amenaza para el orden público e iba a hacer daño a alguien si no me encargaba de él. Os diré que era alto y se le veía fuerte, pero claramente no estaba en buenas condiciones y yo me encontraba en plena forma. La necesidad era real y mi semáforo ético estaba en verde.

Yo me encontraba de pie, justo enfrente de las puertas que estaba golpeando y no había nadie más en ese tramo del vagón. Hacia mi izquierda, empezaban las filas de asientos, unas en el sentido del tren y otras pegadas a sus laterales.
En el lado izquierdo de la marcha del tren, iban sentados un chico de 18 o 20 años y más allá un anciano. En el lado derecho, en el asiento más cercano a la puerta, iba sentada una chica de unos 15 años, que por sus rasgos, era sudamericana. Y el energúmeno éste, la ve y se dirige hacia ella gritando:

“¡Qué pasa contigo, sudaca!, ¡emigrante de mierda! ¡que te voy a meter!,”, amenazándola con el puño cerrado izquierdo, porque en el derecho sujetaba el móvil. Y así siguió por un breve rato, cuando de repente, retirándose dos pasos a la derecha, lanza una patada, golpeando con su pié la cara de la muchacha, aunque sin mucha fuerza.

Esta era la mía, éste se iba a llevar todos los golpes que en muchísimas ocasiones había tenido que reprimir. Yo sé golpear a un hombre de una forma que le puede ocasionar la muerte, pero no era esa mi intención, le machacaría con algún hueso roto o lo que hiciera falta. Este no sabe lo que le espera, pensé. Salté hacia delante y poniéndome delante de él, con actitud desafiante y una mirada cargada de desprecio, le espeté:
“¿Por qué no te atreves conmigo?”

Dudó unos instantes, pero yo podía ver claramente como la ira, iba llenando su cara. Yo esperaba su primer golpe para destrozarle, cuando en una fracción de segundo antes, claramente oímos un grito autoritario:
Ehhh!”

Yo vi como mi oponente miraba a su derecha y entonces yo también miré a mi izquierda y para mi sorpresa, me quedé pasmado mirando al anciano con el pelo blanco, que sin saber cómo, se había puesto a nuestro lado. Fue un grito fuerte, alto y agudo, pero al mismo tiempo había como un aviso, como cuando tienes que avisar a alguien de un peligro. El anciano era enjuto pero con un color saludable. Debía tener como unos 75 a 80 años. Iba pulcramente vestido con un traje gastado, pero con corbata. Sin mirarme a mí, se interpuso entre los dos, y dirigiéndose al bruto, con un tono firme pero como si le tuviera que contar un secreto, le dijo:

-“Ven aquí”, invitándole con un gesto y agarrándole suavemente del brazo, “ven a charlar conmigo”.

El otro, anonadado, le siguió como arrastrado por una cuerda, justo a donde yo había estado de pié, enfrente de donde estábamos. Yo observé el movimiento, girándome, pero todavía en una tensión extrema, preparado para intervenir. El bruto parecía confundido, pero en cuánto se pararon adoptó una actitud beligerante:
-”¿Que coño quieres, viejo?”.

Era mi día de suerte, éste no se me escapaba. Estaba de espaldas a mí y como moviera un brazo, se le partía. El anciano, sin el más leve asomo de temor o resentimiento, con una voz audible pero calmada, y una mirada compasiva le contestó:

No quiero nada. Pero para que hayas actuado así, tu infancia ha tenido que ser horrible”.
Y el otro le contestó:

-”Pues si, pero a ti que coño te importa”.
Y el anciano con una voz cariñosa le dijo:

-"Mira, tienes razón, no es que me importe, pero me recuerdas mucho al joven que yo fui. Me crié en un orfanato, y cuando me dieron en adopción, lo único que recibí fueron palizas y malos tratos. Me convertí en una persona rebelde, cabreada contra el mundo, y pronto caí en la delincuencia y en la bebida, porque drogas no había. Cuando bebía, yo también pegaba a cualquier persona que tuviera la mala suerte de cruzarse en mi camino. Era pendenciero y bravucón. Mis años de cárcel, sólo sirvieron para empeorar mi carácter y allí sufrí todo tipo de vejaciones. He dormido en la calle y en pensiones de mala muerte, siempre vagando para obtener trabajos que no me permitían ni siquiera sobrevivir. Hasta que un día, sentado en un banco en un parque, una mujer, se sentó a mi lado y sin darme cuenta estábamos hablando. Esa mujer, era un ángel que cambió mi vida. Me ayudó a ser persona de bien , me dio cariño y creyó en mí y a los pocos años nos casamos. Hemos tenido dos hijos, que uno de ellos es de tú edad y ya son unos hombres hechos y derechos. Ojalá sigamos viviendo muchos años. Yo quiero devolver a la vida lo mucho que me ha ofrecido. Te ofrezco mi amistad y toda mi ayuda y la de mi familia.”

La otra persona, a todo esto, a medida que iba hablando el anciano, había dejado caer sus brazos y aunque había prestado atención al anciano, claramente sus palabras le habían hecho rememorar no sé que tristes circunstancias. Su agresividad había desaparecido por completo y como si de repente se encontrara sobrio pero compungido.

Yo había ido poco a poco desplazándome hacia la izquierda de ellos, y cual no sería mi sorpresa, cuando con una impresionante mansedumbre, el hombre empezó a sollozar, al principio tratando de contenerse y luego abiertamente echándose en los brazos del anciano.

Yo no pude contener mi emoción y mis ojos se llenaron de lágrimas. El tren seguía con su traqueteo y pasado más o menos un minuto, sin dejar de agarrarle con los brazos, le separó y mirándole con la mirada más amorosa que un padre pueda tener para su hijo, le dijo:

“¿Te parece bien empezar tu nueva vida pidiendo perdón a esa joven?

Y el otro con un leve asentimiento y cogido del anciano, pues parecía como un niño que no tenía fuerzas, se dirigieron a la joven que seguía sentada y asombrada ante los acontecimientos. Y acercándose le suplicó:

Perdóname, lo siento”.

La joven, muda de asombro, sin decir nada, movía asintiendo con su cabeza. Y el anciano le ayudo a sentarse a su lado, en el asiento de enfrente y estrechándole la mano, oí como le decía tiernamente:
“Tranquilo, todo va a salir bien”.

De pronto me sentí avergonzado. Me sentí empequeñecido y miserable. Mi intención de impartir justicia a través de mis puños, era como un mal sueño del que no podía despertar. ¿de qué me había servido tantos años de practica?. De pronto caí en la cuenta, que yo también había recibido una lección. Una maravillosa y magnífica lección que no podía desaprovechar y que me tendría que servir para el futuro. Vi que lo que yo había estado dispuesto a realizar a base de huesos y músculos, se había resuelto con amor, cariño y palabras de comprensión. Me di cuenta que tendría que practicar con un espíritu diferente y que me quedaba un largo camino en mi autorrealización. Ahora percibía claramente que mi respuesta no habría servido para cambiar un carajo la vida de ese hombre, el cual habría seguido en la espiral de violencia en la que estaba metido. Así que yo también perdoné a esa persona, ya sin adjetivos calificativos, y me perdoné a mi mismo, por la barbaridad que había estado a punto de cometer. Y en mi interior, di gracias a Dios, a la vida o al destino o a quién sea, por la historia maravillosa que había presenciado y también de corazón le di las gracias a la persona que le había tocado representar el papel más duro de esta historia. Al fin y al cabo, le podía ver como lo que en realidad era: una persona gritando "auxilio".

Aunque os cueste creerlo, todo esto ocurrió en el tiempo en que el tren tardó en recorrer tres estaciones, porque yo me bajé en la penúltima, y desde el andén pude observar con una última mirada, como el resto de los actores, continuaban su marcha. El pobre hombretón, continuaba escuchando atentamente al anciano.

Pero la historia no acaba aquí y esta parte ya no tiene un final tan feliz. Resulta que como sabéis, el metro lleva ahora cámaras de vigilancia instaladas y a los diez días de ocurridos estos hechos, empiezan a salir unas imágenes en todas las televisiones, en las que aparece la escena en la cual nuestro amigo se mete con la chica, se retira un poco y le suelta la patada. En la parte superior derecha de la imagen salen unas piernas hasta la altura de las rodillas, que son las mías y a la derecha, el joven que iba sentado y que fue testigo mudo de toda la situación. La primera vez que lo vi, pensé que como era un video, posteriormente saldrían más imágenes. Como era obvio que el tema me interesaba, pues no en vano yo era actor secundario, empecé a hacer zapping por todas las televisiones. Para mi mayor sorpresa, las imágenes se repetían una y otra vez, y en poco tiempo dieron la vuelta al mundo. El escándalo estaba montado y como buitres, cada uno estaba sacando el mayor partido que podía.

En una de las ocasiones, los reporteros perseguían a nuestro amigo por la calle, el cual demostrando su poca cultura y sintiéndose el centro de atención, empezó diciendo que “se le había ido la olla”, pero que había pedido perdón. Entrevistaron también a la abuela con la que vivía. La buena mujer contó algo que ya sospechábamos: su nieto había sido abandonado por su madre, la cual trabajaba en una barra de alterne. Su padre era un borracho perdido, que pegaba tanto a la madre como al hijo y que al cabo de unos pocos años, desapareció. La abuela había hecho lo que había podido, pero ya desde niño, fue muy conflictivo y se pegaba con todos los demás niños, en un intento desesperado de llamar la atención y llenar el vacío de no tener padres. Cuando se hizo mayor ya no pudo hacer carrera de él, y le dejo a su suerte. Me impresionó cuando para acabar añadió: “en el fondo es un buen chico”.

La cosa empeoró, cuando por presiones de la opinión pública y de los políticos, hicieron que interviniera el fiscal para que fuera detenido. Muchos personajes y personajillos, opinaban que “no se podía ir de rositas”, que había que darle un escarmiento. En un principio, la chica que era menor de edad ni nadie de su familia interpusieron una denuncia, pero pronto empezaron a presionarles, que cómo era posible que siendo ellos los principales afectados no le denunciaban. Al día siguiente, salió el presidente de una asociación de inmigrantes , diciendo que había que defender el honor de todos ellos y que había que denunciar los hechos y dar ejemplo. Es obvio que después de tanta presión, acabaran por denunciarle y presentar una querella.

Para descontento de muchos, el Juez que vio el caso y tomó declaraciones a todas las partes implicadas, resolvió dejar en libertad provisional al detenido, teniendo que presentarse en la Comisaría cada quince días, hasta el día que se vea el juicio. Estoy seguro que el Juez, pudo apreciar que esa persona se había arrepentido y estaba dispuesto a iniciar una nueva vida. Seguro que el anciano tuvo algo que ver, aunque no estoy seguro porque a mí nadie me ha llamado a declarar, ni me han hecho ninguna pregunta.

Con el que si se metieron, era con el pobre chico que iba sentado y que no se había movido. Como era posible que no había salido en defensa de la chica. Y venga a marearle y a criticarle. El chico se defendía como mejor podía y se preguntaba porqué no habían oscurecido su imagen, como hacían con los hijos de las famosos y con personas que no daban su autorización para aparecer en medios públicos. Se había venido con sus padres de Argentina, tratando de encontrar una mejor vida pero no saben como las gastamos por aquí.

Yo pasé unos días muy inquieto, hasta que viendo que ya no había más morbo, el tema dejó de salir en los medios y ya nadie habla del tema. Me preguntaba porqué se había actuado así. Que oscuros intereses son los que dominan nuestra sociedad y sus medios de comunicación. A veces, me daban ganas de escribir a los periódicos y a las televisiones, contando mi versión de los hechos, pero luego se me quitaban pensando que no me harían caso. Me tranquilizaba pensar que nuestro querido anciano, estaría por detrás ayudando al chico. Pero me siguen entrando dudas de si habré actuado correctamente.
¿Qué hubierais hecho vosotros?












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martes, 8 de septiembre de 2009

LA HISTORIA QUE DEJO DE SER

Esta historia me la contó una persona, compañero de asiento, con la que coincidí en un vuelo de avión a Londres. De una forma que no recuerdo, empezamos a charlar sobre mil cosas y poco a poco la conversación se volvió más trascendental. Procuraré contarlo tal como él me lo contó y aunque pueda parecer mentira a aquellos que me conocen, trataré de no añadir ni quitar nada de la historia, pues seguro que la haría desmerecer.

Al parecer esta persona, a la cual no he vuelto a ver, vivía en una urbanización de chalets, de las numerosas que hay en la zona noroeste de Madrid. Pues bien, hace más o menos cuatro años, una pareja que tenía de vecinos, (no me acuerdo de los nombres pero les llamaremos Federico y Ana), se separaron después de 15 años de matrimonio. Ambos trabajaban y tenían dos hijos, el mayor de 12 y la pequeña de 8 años y la historia no tendría nada de diferente de otras muchas, si no fuera por las circunstancias que rodearon los hechos, en especial para la pobre Ana.

Sólo hacía quince días que la Policía había llamado a la casa de Ana, para informarla que su padre, de 70 años de edad, se había suicidado en su domicilio. Su padre que vivía solo, no había conseguido superar la muerte de la madre de Ana, dos años antes. Había caído en una fuerte depresión que le llevó a su fatal destino. Ana, se sentía culpable de no haberle prestado atención, pues ella también estaba atravesando malos momentos en su matrimonio y además con problemas en su trabajo, lo cual pensaba que no era excusa suficiente para no haber estado más cerca de su padre y prestarle atención y cariño. Seguro que se murió pensando que tenía una mala hija y eso es lo que pensaría más de un familiar cercano y muchas de sus amistades.

Pasaron los siguientes días con el entierro, los trámites judiciales, los asuntos de la casa de su padre, papeleo, etc., que la dejaban molida pero que no conseguían hacerle olvidar el hecho de que su padre era un suicida. Y en ese estado de ánimo, unos pocos días más tarde, Federico la dice que tiene que hablar de un tema serio con ella. Los chicos ya se habían acostado y con la lógica preocupación, se sentaron en su sala de estar. En pocas palabras, Federico la dice, que como ella también es consciente, su matrimonio es un fracaso; que entiende que no son los mejores momentos, pero que está enamorado de una vecina, que vivía sola en su misma calle, unos cuantos chalets más abajo, a la cual ella perfectamente conocía y que había decidido separarse e irse a vivir con ella. Le confesó que llevaban más de un año teniendo relaciones y que pensaba que tenía derecho a rehacer su vida amorosa.

A todo esto, Ana llena de perplejidad, no se podía creer lo que estaba oyendo. Veinte años juntos, cinco de novios y quince de casados. ¡Pero qué le estaba diciendo! Y en ese momento estalló. Empezó a gritar, le dijo de todo, le insultó, le hizo reproches, hasta que un llanto convulsivo la impidió hablar. Aparecieron sus hijos alarmados y no es difícil imaginarse el cuadro. Y de pronto hizo algo de lo que luego se arrepintió. Delante de sus hijos, se puso de rodillas, y empezó a rogarle que no la abandonará, que haría lo que él quisiera, que no podría soportarlo.... y arrastrándose lo repetía una y otra vez, ante la indiferencia de su marido.

Al día siguiente, Federico recogió sus ropas y alguna pertenencia personal y como en una mala película, hizo el traslado en un par de viajes a una casa un poco más lejos. Ana, que obviamente no había pegado el ojo en toda la noche, llamó al trabajo, diciendo que no se encontraba bien y que no podía ir. No sé como pudo tener fuerzas para despedir a sus hijos que se iban al colegio y a continuación se metió en la cama, completamente hundida.

Y en su desesperación, no se la ocurre otra cosa, que levantarse e ir a la casa de su vecina, donde Federico no estaba, porque se había ido a trabajar.
Y allí se repite más de lo mismo: insultos y luego rebajarse pidiéndola que no siguiera con su marido. La vecina zanjó la situación echándola de su casa y pegando un fuerte portazo, la amenazó con llamar a la Policía si volvía a presentarse en su domicilio. Iba a ser la comidilla de la urbanización.

Los días siguientes los sobrellevó como pudo. Informadas las familias de ambos, Ana llegó incluso a pedir a su suegra que tratara de convencer a su hijo para que volviera con ella, lo cual no tuvo ningún efecto. Y para colmo, le tenía allí mismo, a dos pasos de su casa.

No teniendo más remedio que volver al trabajo, para colmo de sus desdichas, le dan otra mala noticia. La agencia de publicidad para la que trabajaba, había perdido unas cuentas importantes y no tenían más remedio que despedirla. Ana no se lo podía creer. Tanto y en tan poco tiempo, no podía ser verdad. Pero lamentablemente así fue, y a los pocos días recibió la indemnización y se tuvo que apuntar al paro.

Pasaron los meses, y su vida la parecía el infierno. Había adelgazado más de 10 kilos, tomaba pastillas para poder dormir y las relaciones con sus hijos, como es de imaginar, empeoraron. Éstos no estudiaban, empezaron a sacar malas notas y encima la hacían culpable de la situación que estaban atravesando. Su vida era monótona, se limitaba a realizar las tareas de la casa y hacer lo imprescindible para atender a sus hijos. Las relaciones con Federico cada vez eran peores y menos mal que por lo menos atendía sus obligaciones como padre.

Pasaron así aproximadamente cuatro años y un sábado, que los niños se habían ido con su padre, Ana estaba tomando el sol en la terraza. Estaba ensimismada pensando en sus cosas cuando un pensamiento le vino a la cabeza: “el perdón es la llave de la felicidad”. ¿Dónde lo había leído? No lo podía recordar. ¿A quién se lo había oído?. Tampoco lo recordaba. ¿Cómo era posible perdonar?. Su corazón estaba lleno de rencor y amargura. Y entonces, quizás debido al calor del sol, se adormeció...

Interrumpiendo su relato, mi vecino de asiento, me dijo que trataría de contarme lo que sucedió, tal como a él se lo contó directamente Ana.

“Cuando me desperté, era como si en mí cabeza hubieran desaparecido las negras nubes que la ocupaban. ¿Cuál era la realidad de mi vida?. Era todavía una persona joven, en los cuarenta, no demasiado agraciada pero todavía de buen ver. ¿Y qué tenía enfrente? Un ex -marido que no iba a volver conmigo. ¿Porqué no lo aceptaba?. La realidad es terca y testaruda, pero eso es la realidad. ¿Iba a seguir siendo la víctima?, llevaba mucho tiempo siendo la víctima y eso era agotador. Además, ¿de que me servía?, cuatro años y no había conseguido nada. ¿lo conseguiría algún día?, ¿cambiarían las cosas?. Federico había rehecho su vida y yo seguía con la idea de que algún día volvería. Y esa idea, alejada de la realidad, era la que me hacía vivir una vida insoportable, y me hacía sentir miserable. ¡Era sólo una idea!.

Y en ese momento lo vi todo claro: ¡mi vida dependía de mi misma!. Quién tenía que regresar era yo a mí misma. Eso fue como un revulsivo. Tenía una vida a la que tenía que volver y también tenía que regresar a mis hijos, que eran los principales perjudicados por mi actuación. ¡Qué equivocada había estado!. Y entonces, una plácida sensación de quietud recorrió mi cuerpo y como acto reflejo el sentimiento del perdón llenó mi corazón. En mi mente, viendo a Federico, le perdoné, por completo, y suavemente empecé a llorar.

Mi ex había hecho la elección que mejor creyó para su vida y no lo que yo le había querido imponer. Él era responsable de su felicidad y yo de la mía y todos los sufrimientos posibles no cambiarían ese hecho. Al final comprendí que eran mis propios pensamientos los que me hacían sufrir en el presente por algo que había pasado en el pasado. Yo me estaba torturando y tratando de ganar la simpatía de los demás haciéndome la víctima. Las desilusiones pasadas y las privaciones que percibía eran el medio por el que intentaba reparar mi herido amor propio. Federico me había dejado una vez, pero a continuación yo me había dejado a mi misma cientos de veces. Y al mismo tiempo a mis hijos”.

Según me contó mi compañero de viaje, las cosas empezaron a ir mejor en la vida de Ana. Recuperó la relación con sus hijos, jugando más con ellos y haciendo actividades juntos. Ha encontrado un trabajo en otra Agencia y está contenta con su trabajo y la nueva empresa. Incluso las relaciones con Federico han mejorado y valora las ventajas de que siga estando cerca, para que siga atendiendo a sus hijos.
Eso sí, todavía no había encontrado pareja, pero como todo el mundo, probablemente encontrará la persona a la cual dará su amor. Tiene derecho a ello, pero eso... ya no es historia.












martes, 4 de agosto de 2009

MASACRE EN PENSILVANIA

LA NOTICIA

Nickel Mines, Pensilvania, EE. UU..- El 2-10-2006, un individuo de 32 años, Charles Roberts, asesinó a tiros a cinco niñas e hirió a otras cinco en el asalto a un centro colegial de una comunidad rural amish, en el corazón de una de las comunidades más pacificas de los Estados Unidos.
El atacante entró armado con una pistola y un rifle, dejó ir a los adultos y a los alumnos varones y como rehenes quedaron nueves niñas, de 6 a 13 años, y una adolescente , ayudante de la maestra. Bloqueó todas las puertas con muebles y con tablones –que aparentemente había comprado cuando iba camino de la escuela-, alineó a las niñas contra la pizarra y las inmovilizó atándoles los pies con cinta adhesiva. Una de las maestras que liberó, había intentado dialogar con el asesino y le había ofrecido su vida a cambio de la liberación de sus rehenes. Le había preguntado por qué actuaba así y él contestó que “estaba enojado con Dios”.
Cuando la Policía llegó, ejecutó a sus rehenes disparándoles a la cabeza, para finalmente suicidarse.
El asesino, era un repartidor de leche, casado y padre de tres hijos. Había trabajado normalmente de madrugada, y por la mañana acompañó a sus hijos hasta la parada del autobús escolar. Su ataque había sido planeado meticulosamente, por el tipo de maderas, esposas, lubricante y otras cosas que llevó a la escuela. En la casa había dejado un par de notas de despedida.
“El escenario del crimen es horroroso”, afirmó uno de los policías que entró en la escuela. Las imágenes de la televisión mostraron a las familias amish llorando en los caminos cercanos a la escuela, deambulando en estado de shock, las mujeres con largos vestidos negros y cofias blancas, los hombres con pantalones de tirantes y sombreros de paja.
“Nadie asumirá la defensa de un hombre que irrumpe en una escuela y mata a tantas niñas inocentes”, escribe The New York Times en un editorial. La familia de Roberts divulgó la siguiente declaración: “Nuestras vidas están destrozadas y lloramos por las vidas inocentes que se perdieron”

LA COMUNIDAD AMISH

Fue precisamente a esta zona donde llegó el primer grupo de amish entre 1720 y 1730. La comunidad amish tiene 50.000 miembros en Pensilvania, de los 200.000 repartidos en una veintena de estados del país. Son protestantes de origen anabaptista y es un grupo cultural y étnico fuertemente unido, descendientes de inmigrantes suizos de habla alemana. Entre las costumbres de los amish destacan su renuncia al uso de la electricidad, no utilizan automóviles, ni medios de comunicación (televisiones, radios, etc.), se niegan a formar parte del Ejército y bautizan a sus miembros en la edad adulta. El perdón es un principio fundador de su movimiento protestante. Tratar a sus vecinos como a uno mismo, no pelearse, no resistir, están entre sus valores. Viven principalmente de la agricultura y de pequeños negocios. La película de Harrison Ford “Único testigo”, les dio a conocer al resto del mundo.


LA REACCIÓN DE LOS AMISH

A pesar de ser una sociedad acostumbrada a la violencia, esta masacre causó un fuerte impacto emocional, encogiendo los corazones de muchos padres y abuelos, a lo largo y ancho del país, con demostraciones de dolor y simpatía hacia la familia de las víctimas.
Sin embargo, para sorpresa de todos, las familias de las pequeñas víctimas no mostraron ningún espíritu de venganza o de cólera.
A través de lo medios de comunicación, se transmitía que los Amish estaban haciendo declaraciones públicas de perdón hacia el asesino, y estaban expresando su amor y preocupación por la desconsolada viuda y sus tres pequeños hijos, así como por los padres del mismo.
Una reportera entrevistó a una persona que declaró que era perfectamente normal para los Amish extender su perdón. Explicó que si un coche embestía a uno de los carros de caballos en los que desplazan y moría alguno de los ocupantes, la familia de las víctimas siempre contactaban con el conductor del coche. Sin excepciones. En este caso, varios miembros de la comunidad amish, se habían dirigido, la misma noche de la masacre, a visitar la familia de Charles Roberts para confortarles y decirles que de ninguna forma les hacían responsables de lo sucedido. Él ha sido perdonado y su familia también. Habían llorado mucho ese día pero su gente se encontraba más cerca de Dios. La reportera cerró la entrevista diciendo: “Me estoy dando cuenta que no sabía lo que era el perdón hasta hoy”.
Marie Roberts, la viuda, más tarde escribió a la comunidad Amish: “Nuestra familia quiere hacerles saber que nos sentimos abrumados por el perdón, la gracia y la caridad que han extendido sobre nosotros. Su amor por nuestra familia nos ha ayudado a obtener la recuperación que tan desesperadamente necesitamos. Su compasión ha llegado más allá de nuestra familia, de nuestra comunidad, y está cambiando nuestro mundo, por lo que expresamos nuestro más sincero agradecimiento. ¡Gracias! ¡De verdad!.
Hubo gente incapaz de entender esta reacción. Ellos eligen perdonar a pesar de sus emociones. No solamente perdonan a su enemigo, sino que tampoco le condenan.


viernes, 3 de julio de 2009

EL AMIGO HUÁSCAR


Hace ya un poco de tiempo que Daniel, de 22 años de edad, el hijo de un buen amigo y compañero, me presentó a un joven peruano de nombre Huáscar. Yo estaba de visita en su casa cuando ambos llegaron, y después de los saludos correspondientes, tuve la oportunidad de charlar con él brevemente y conocer un poco su historia.

Daniel y Huáscar se habían conocido en Inglaterra, el año anterior, pues ambos coincidieron en una residencia de estudiantes de la YMCA. En el breve rato que pasamos juntos, me dio la impresión que Huáscar era una persona tímida, que estaba como a la expectativa de como actuábamos los demás, algo receloso pero al mismo tiempo, una persona bien educada que se comportaba correctamente. Sus rasgos faciales no podían esconder su ascendencia india, con su negro pelo y nariz aguileña y tuve la impresión de estar viendo algún grabado o pintura de los incas, cuando los españoles conquistaron América. Había venido por primera vez a España hacía sólo dos días, invitado por Daniel, para pasar dos semanas de vacaciones, con la intención de hacer algo de turismo por nuestro país.

Pasado un mes de este encuentro, volví a coincidir con Daniel, en una fiesta de cumpleaños de su padre y le pregunté que tal le había ido a su amigo y entonces me contó una bonita historia que procuraré contarla de la forma más exacta posible.

Al parecer, su relación no había ido bien al principio. Daniel había pasado tres meses de verano en Manchester, tratando de dominar el idioma inglés. Se había alejado de Londres con la esperanza de no coincidir con otros estudiantes españoles y fue a parar a esta residencia en la que efectivamente había jóvenes de Bélgica, Alemania, Japón y una gran mayoría de estudiantes de Gales o de Escocia. El único estudiante de habla hispana, era Huáscar procedente de Lima, al cual no conoció hasta pasados unos días. Ambos coincidían en el comedor o practicando algún deporte en la Residencia, jugando al fútbol o al tenis.

Daniel notaba que su relación con él no era buena a pesar de algún intento que hacía para entablar conversación, lo cual se traducía en unos pocos monosílabos por su parte, cortándose al poco tiempo la conversación. Incluso le había parecido observar alguna mirada o mueca de desprecio por parte de Huáscar, lo cual le tenía confundido.

Daniel no prestó atención a estos detalles y echaba de menos el poder hablar en castellano, con el único que podía hacerlo. Había pasado más o menos un mes desde su llegada, cuando una tarde vió sólo a Huescar que estaba leyendo una revista en el salón de la residencia.

Aprovechó la oportunidad para sentarse a su lado y directamente sin más preámbulos, preguntarle:

-“Oye Huáscar, ¿te pasa algo conmigo?. Tengo la sensación de haberte hecho algo, de que te haya ofendido. ¿estoy en lo cierto o simplemente es que te caigo mal?”.

Un poco azorado ante mi muestra de franqueza y sin mirar directamente a los ojos, Huáscar me respondió secamente:

-“Tú no, pero tu eres descendiente de los bandidos que masacraron mi pueblo”.

Yo no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, y sorprendido le pregunté:

-“Perdona, que yo soy descendiente, ¿de quién? ¿de qué estás hablando?”.

Con una mirada de desprecio profundo, me contestó:

-“¿Cómo que no sabes de qué estoy hablando?. Hace 500 años tus antepasados nos masacraron, mataron a cientos de miles de incas, incluidas mujeres y niños de la forma más cruel posible, nos robaron todo el oro y la plata e hicieron desaparecer nuestra cultura. ¿no me digas que no sabes de que te estoy hablando?”.

Yo estaba anonadado y lo único que pude articular fue "pero..." y ahí me faltaron las palabras. Pero no pude seguir porque Huáscar, sin mediar más palabras, se levantó airadamente, saliendo de la sala. Yo me quedé sentado, con cara de pasmado, observando algunas miradas de otras personas que habían percibido que algo había pasado, sin entender lo que ocurría.

Me vino a la memoria, la famosa Leyenda Negra de nuestra conquista de América, pero yo no conocía más que los detalles generales de la conquista de Perú. Pero estaba sorprendido por el odio y el rencor que guardaban las palabras de Huáscar y no podía entender como podía ser yo el que recibía ese desprecio después de tanto tiempo.

Esa misma tarde entré en Internet y tuve la oportunidad de revivir un poco la historia. Efectivamente, el Reino de Perú fue conquistado en un principio por Francisco Pizarro y Diego de Almagro, siendo Fernando de Luque el que financió los gastos de la expedición, en el año 1526. Hasta ese momento recordé lo que había aprendido en el colegio y en mi mente, lo único que quedaba, era que los conquistadores eran unos bravos y valientes soldados, que contra toda desgracia, habían sabido conquistar enormes territorios y colonizar a los indios convirtiéndoles al cristianismo.

Leyendo un poco de historia, Pizarro llegó a Perú justo cuando acababa de morir el Rey Huayna Capac y luchaban por el trono sus dos hijos Atahualpa y Huáscar, lo cual favoreció los intereses de Pizarro, pues existía una guerra civil entre los partidarios de ambos contendientes. Pizarro con 180 soldados y 37 caballos, invadió el territorio y apresó a Atahualpa, con muy pocas bajas. Por su rescate y dejarle con vida, Atahualpa ofreció llenar la habitación donde le tenían preso con oro y plata, lo cual los indios después de dos meses cumplieron. Pero a pesar de ello, Pizarro le mandó ajusticiar y contrajo matrimonio con una de las hijas del Rey.
Por las disensiones y la ambición desmedida de los españoles, Pizarro murió en 1571 a manos de un hijo de Almagro, cuando contaba con 65 años de edad. Si grandes fueron sus hazañas, los actos de rapacidad, de injusticia y de crueldad, le hicieron perder el derecho a admiración de la posteridad.

Pasaron un par de días en los que ni siquiera me saludé con Huáscar. Yo estaba un poco confundido sin saber que hacer, porque lo que tenía claro era que yo no era responsable de cómo se había desarrollado el curso de la historia. Hasta que una idea me pasó por la cabeza y me dispuse a llevarla a cabo. Al día siguiente, aproveché una ocasión para encararme con Huáscar, y le dije:

- "Amigo Huáscar, no me considero culpable de lo que hicieron los españoles en el pasado a tus ascendientes, pero en este momento si que quiero pedirte perdón por todo el mal que hayan podido hacer y te ofrezco mi sincera amistad para que juntos podamos olvidar lo ocurrido".

Huáscar estaba sorprendido pues claramente no se esperaba esto. Poco a poco me fue relatando, que su familia provenía de una pequeña población cerca del Machu Pichu. Desde que era pequeño, su abuelo le había contado historias de desgracia y padecimientos, que por tradición oral se iban transmitiendo de generación en generación. Por generalización, los españoles seguían siendo así y de esta forma podían achacarles la culpa de su actual situación. Huáscar en el fondo, sabía que esta forma de proceder era injusta, que al eliminar su rabia y resentimiento era él, el primer beneficiado y ante mi petición de perdón, sólo pudo reaccionar de acuerdo con su noble carácter, es decir, dándonos un fuerte abrazo.

En el resto del tiempo que estuvieron juntos en la residencia, se estableció una bonita amistad y al año siguiente Huáscar vino a España invitado por Daniel. Su estancia fue de lo más divertida y al año que viene Daniel está invitado a visitar Perú.

Es curioso, pensando en el gran número de peruanos y de otros países cercanos que, en estos últimos años, han venido a España a labrarse un porvenir, que sean ahora ellos los que eligen vivir con nosotros, sus conquistadores. Y de los que vienen, sólo un porcentaje mínimo, no se adaptan a nuestras costumbres o se sumergen en el mundo de la delincuencia. Es muy fácil por nuestra parte caer en la generalización y en el desprecio y crítica a todo el colectivo. Lo mismo que ellos hacen ahora, lo hicieron nuestros antepasados y la historia se sigue escribiendo, en buena amistad y armonía cuando perdonamos, tarde o temprano. Al menos, eso espero.