LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

lunes, 5 de octubre de 2009

LO QUE ME PASÓ EN EL METRO

Permitirme contaros mi pequeña historia, porque para mí ha sido, sin duda, la mejor lección que he recibido en estos pocos años que llevo de vida. Bueno, no son tan pocos, soy un joven de 27 años y mi vida está volcada en mi trabajo de informático y en mi gran pasión, el kárate, el cual llevo practicando desde que tenía 17 años. Para aquellos que no conocen mucho de esta disciplina, les contaré que hay dos escuelas o tipos de kárate: el kárate deportivo y el kárate budo (como arte). Yo practico este último, porque además de los movimientos físicos, está enraizado en el budismo zen; concretamente deriva del boxeo chino del templo Shaolin, creado por los monjes de esta religión, allá por el siglo III antes de Cristo. La meta de este kárate es la misma que la del Budismo Zen, es decir, alcanzar la iluminación espiritual, y aunque yo considero que estoy muy, pero que, muy lejos de conseguirlo, si que me ha valido para ir adoptando poco a poco, los principios y valores que hay detrás de este arte marcial, es decir, no se considera tan solo un método de defensa personal, sino un camino a seguir en la vida, una forma de pensar y actuar basada en el respeto a los demás.

Perdonarme si hablo tanto de mi afición favorita, pero es conveniente que entendáis esto para que luego podáis enjuiciar mejor lo que me pasó. Para explicar breve y claramente cual es la idea, citaré el lema del Kenpo Karate, el cual es aplicable perfectamente a cualquier estilo y escuela:

"Vengo hacia ti con las manos vacías. No tengo armas, pero, si soy obligado a defenderme, a defender mis principios o mi honor, si es cuestión de vida o muerte, de derecho o de injusticia, entonces aquí están mis armas: las manos vacías".

Sólo quiero añadir, que me encuentro en muy buena forma, mido 1,85 de estatura y peso 95 kilos, y todo músculo. Para eso entreno 3 horas diarias, incluidos los fines de semana.

Por avanzar en la historia, os contaré que un día hace un par de meses, que volvía del trabajo en el Metro, es decir, como todos los días porque cualquiera es el guapo que aparca en el centro de Madrid, iba distraído pensando en mis cosas y en cómo pasar el fin de semana con mi chica. Como vivo en el extra-radio, ya no quedaban muchos pasajeros, y la mayoría eramos currantes, algún ama de casa y por sus caras y años, algunos jubilados de los que van y vienen. Justo por donde yo estaba, al parar el tren en una estación entra un chico joven en el vagón, bueno como yo, quizás un poco más mayor, de unos treinta. Iba hablando en voz alta por el móvil, con el que parecía un amigo, por los numerosos “colega” que soltaba. Claramente había bebido y por sus movimientos y ojos, quizás llevaba alguna sustancia más en el cuerpo. Al poco de ponerse el tren en marcha, los hechos sucedieron muy deprisa, como en una película de acción. Empezó por meterse con dos chicas jóvenes que iban de pié, diciéndolas:

-“que os passsa, putillas, que sois unas putillas”.

Las dos chicas, asustadas, se movieron al final del vagón sin decir nada. Yo presencié el insulto y aunque me quede impasible, mi cuerpo se tensó, pero no moví un sólo dedo. Y a continuación, sin dejar de hablar por teléfono, el individuo empezó a pegar patadas en las puertas por donde había entrado y con su puño libre golpeaba una de las ventanas de la puerta. Tenemos estrictamente prohibido usar las técnicas del kárate en público, a no ser en caso de que una necesidad absoluta lo requiera en defensa o para proteger a otras personas. Me vinieron a la cabeza, las palabras del primer profesor que tuve, del cual guardo un grato recuerdo y agradecimiento por todo lo que me enseñó: “el kárate es para hacer amigos, si lo empleas para satisfacer tu ego, para dominar a otras personas, es una total traición al objetivo por el cual se practica. Nuestra misión es resolver conflictos, nunca crearlos”.
Aunque hace ya muchos años, me vi envuelto en un par de ocasiones en alguna reyerta, me defendí bien y nunca la cosa había pasado a mayores. Y mira por donde, el destino me había puesto delante un patán y un chulo, que claramente era una amenaza para el orden público e iba a hacer daño a alguien si no me encargaba de él. Os diré que era alto y se le veía fuerte, pero claramente no estaba en buenas condiciones y yo me encontraba en plena forma. La necesidad era real y mi semáforo ético estaba en verde.

Yo me encontraba de pie, justo enfrente de las puertas que estaba golpeando y no había nadie más en ese tramo del vagón. Hacia mi izquierda, empezaban las filas de asientos, unas en el sentido del tren y otras pegadas a sus laterales.
En el lado izquierdo de la marcha del tren, iban sentados un chico de 18 o 20 años y más allá un anciano. En el lado derecho, en el asiento más cercano a la puerta, iba sentada una chica de unos 15 años, que por sus rasgos, era sudamericana. Y el energúmeno éste, la ve y se dirige hacia ella gritando:

“¡Qué pasa contigo, sudaca!, ¡emigrante de mierda! ¡que te voy a meter!,”, amenazándola con el puño cerrado izquierdo, porque en el derecho sujetaba el móvil. Y así siguió por un breve rato, cuando de repente, retirándose dos pasos a la derecha, lanza una patada, golpeando con su pié la cara de la muchacha, aunque sin mucha fuerza.

Esta era la mía, éste se iba a llevar todos los golpes que en muchísimas ocasiones había tenido que reprimir. Yo sé golpear a un hombre de una forma que le puede ocasionar la muerte, pero no era esa mi intención, le machacaría con algún hueso roto o lo que hiciera falta. Este no sabe lo que le espera, pensé. Salté hacia delante y poniéndome delante de él, con actitud desafiante y una mirada cargada de desprecio, le espeté:
“¿Por qué no te atreves conmigo?”

Dudó unos instantes, pero yo podía ver claramente como la ira, iba llenando su cara. Yo esperaba su primer golpe para destrozarle, cuando en una fracción de segundo antes, claramente oímos un grito autoritario:
Ehhh!”

Yo vi como mi oponente miraba a su derecha y entonces yo también miré a mi izquierda y para mi sorpresa, me quedé pasmado mirando al anciano con el pelo blanco, que sin saber cómo, se había puesto a nuestro lado. Fue un grito fuerte, alto y agudo, pero al mismo tiempo había como un aviso, como cuando tienes que avisar a alguien de un peligro. El anciano era enjuto pero con un color saludable. Debía tener como unos 75 a 80 años. Iba pulcramente vestido con un traje gastado, pero con corbata. Sin mirarme a mí, se interpuso entre los dos, y dirigiéndose al bruto, con un tono firme pero como si le tuviera que contar un secreto, le dijo:

-“Ven aquí”, invitándole con un gesto y agarrándole suavemente del brazo, “ven a charlar conmigo”.

El otro, anonadado, le siguió como arrastrado por una cuerda, justo a donde yo había estado de pié, enfrente de donde estábamos. Yo observé el movimiento, girándome, pero todavía en una tensión extrema, preparado para intervenir. El bruto parecía confundido, pero en cuánto se pararon adoptó una actitud beligerante:
-”¿Que coño quieres, viejo?”.

Era mi día de suerte, éste no se me escapaba. Estaba de espaldas a mí y como moviera un brazo, se le partía. El anciano, sin el más leve asomo de temor o resentimiento, con una voz audible pero calmada, y una mirada compasiva le contestó:

No quiero nada. Pero para que hayas actuado así, tu infancia ha tenido que ser horrible”.
Y el otro le contestó:

-”Pues si, pero a ti que coño te importa”.
Y el anciano con una voz cariñosa le dijo:

-"Mira, tienes razón, no es que me importe, pero me recuerdas mucho al joven que yo fui. Me crié en un orfanato, y cuando me dieron en adopción, lo único que recibí fueron palizas y malos tratos. Me convertí en una persona rebelde, cabreada contra el mundo, y pronto caí en la delincuencia y en la bebida, porque drogas no había. Cuando bebía, yo también pegaba a cualquier persona que tuviera la mala suerte de cruzarse en mi camino. Era pendenciero y bravucón. Mis años de cárcel, sólo sirvieron para empeorar mi carácter y allí sufrí todo tipo de vejaciones. He dormido en la calle y en pensiones de mala muerte, siempre vagando para obtener trabajos que no me permitían ni siquiera sobrevivir. Hasta que un día, sentado en un banco en un parque, una mujer, se sentó a mi lado y sin darme cuenta estábamos hablando. Esa mujer, era un ángel que cambió mi vida. Me ayudó a ser persona de bien , me dio cariño y creyó en mí y a los pocos años nos casamos. Hemos tenido dos hijos, que uno de ellos es de tú edad y ya son unos hombres hechos y derechos. Ojalá sigamos viviendo muchos años. Yo quiero devolver a la vida lo mucho que me ha ofrecido. Te ofrezco mi amistad y toda mi ayuda y la de mi familia.”

La otra persona, a todo esto, a medida que iba hablando el anciano, había dejado caer sus brazos y aunque había prestado atención al anciano, claramente sus palabras le habían hecho rememorar no sé que tristes circunstancias. Su agresividad había desaparecido por completo y como si de repente se encontrara sobrio pero compungido.

Yo había ido poco a poco desplazándome hacia la izquierda de ellos, y cual no sería mi sorpresa, cuando con una impresionante mansedumbre, el hombre empezó a sollozar, al principio tratando de contenerse y luego abiertamente echándose en los brazos del anciano.

Yo no pude contener mi emoción y mis ojos se llenaron de lágrimas. El tren seguía con su traqueteo y pasado más o menos un minuto, sin dejar de agarrarle con los brazos, le separó y mirándole con la mirada más amorosa que un padre pueda tener para su hijo, le dijo:

“¿Te parece bien empezar tu nueva vida pidiendo perdón a esa joven?

Y el otro con un leve asentimiento y cogido del anciano, pues parecía como un niño que no tenía fuerzas, se dirigieron a la joven que seguía sentada y asombrada ante los acontecimientos. Y acercándose le suplicó:

Perdóname, lo siento”.

La joven, muda de asombro, sin decir nada, movía asintiendo con su cabeza. Y el anciano le ayudo a sentarse a su lado, en el asiento de enfrente y estrechándole la mano, oí como le decía tiernamente:
“Tranquilo, todo va a salir bien”.

De pronto me sentí avergonzado. Me sentí empequeñecido y miserable. Mi intención de impartir justicia a través de mis puños, era como un mal sueño del que no podía despertar. ¿de qué me había servido tantos años de practica?. De pronto caí en la cuenta, que yo también había recibido una lección. Una maravillosa y magnífica lección que no podía desaprovechar y que me tendría que servir para el futuro. Vi que lo que yo había estado dispuesto a realizar a base de huesos y músculos, se había resuelto con amor, cariño y palabras de comprensión. Me di cuenta que tendría que practicar con un espíritu diferente y que me quedaba un largo camino en mi autorrealización. Ahora percibía claramente que mi respuesta no habría servido para cambiar un carajo la vida de ese hombre, el cual habría seguido en la espiral de violencia en la que estaba metido. Así que yo también perdoné a esa persona, ya sin adjetivos calificativos, y me perdoné a mi mismo, por la barbaridad que había estado a punto de cometer. Y en mi interior, di gracias a Dios, a la vida o al destino o a quién sea, por la historia maravillosa que había presenciado y también de corazón le di las gracias a la persona que le había tocado representar el papel más duro de esta historia. Al fin y al cabo, le podía ver como lo que en realidad era: una persona gritando "auxilio".

Aunque os cueste creerlo, todo esto ocurrió en el tiempo en que el tren tardó en recorrer tres estaciones, porque yo me bajé en la penúltima, y desde el andén pude observar con una última mirada, como el resto de los actores, continuaban su marcha. El pobre hombretón, continuaba escuchando atentamente al anciano.

Pero la historia no acaba aquí y esta parte ya no tiene un final tan feliz. Resulta que como sabéis, el metro lleva ahora cámaras de vigilancia instaladas y a los diez días de ocurridos estos hechos, empiezan a salir unas imágenes en todas las televisiones, en las que aparece la escena en la cual nuestro amigo se mete con la chica, se retira un poco y le suelta la patada. En la parte superior derecha de la imagen salen unas piernas hasta la altura de las rodillas, que son las mías y a la derecha, el joven que iba sentado y que fue testigo mudo de toda la situación. La primera vez que lo vi, pensé que como era un video, posteriormente saldrían más imágenes. Como era obvio que el tema me interesaba, pues no en vano yo era actor secundario, empecé a hacer zapping por todas las televisiones. Para mi mayor sorpresa, las imágenes se repetían una y otra vez, y en poco tiempo dieron la vuelta al mundo. El escándalo estaba montado y como buitres, cada uno estaba sacando el mayor partido que podía.

En una de las ocasiones, los reporteros perseguían a nuestro amigo por la calle, el cual demostrando su poca cultura y sintiéndose el centro de atención, empezó diciendo que “se le había ido la olla”, pero que había pedido perdón. Entrevistaron también a la abuela con la que vivía. La buena mujer contó algo que ya sospechábamos: su nieto había sido abandonado por su madre, la cual trabajaba en una barra de alterne. Su padre era un borracho perdido, que pegaba tanto a la madre como al hijo y que al cabo de unos pocos años, desapareció. La abuela había hecho lo que había podido, pero ya desde niño, fue muy conflictivo y se pegaba con todos los demás niños, en un intento desesperado de llamar la atención y llenar el vacío de no tener padres. Cuando se hizo mayor ya no pudo hacer carrera de él, y le dejo a su suerte. Me impresionó cuando para acabar añadió: “en el fondo es un buen chico”.

La cosa empeoró, cuando por presiones de la opinión pública y de los políticos, hicieron que interviniera el fiscal para que fuera detenido. Muchos personajes y personajillos, opinaban que “no se podía ir de rositas”, que había que darle un escarmiento. En un principio, la chica que era menor de edad ni nadie de su familia interpusieron una denuncia, pero pronto empezaron a presionarles, que cómo era posible que siendo ellos los principales afectados no le denunciaban. Al día siguiente, salió el presidente de una asociación de inmigrantes , diciendo que había que defender el honor de todos ellos y que había que denunciar los hechos y dar ejemplo. Es obvio que después de tanta presión, acabaran por denunciarle y presentar una querella.

Para descontento de muchos, el Juez que vio el caso y tomó declaraciones a todas las partes implicadas, resolvió dejar en libertad provisional al detenido, teniendo que presentarse en la Comisaría cada quince días, hasta el día que se vea el juicio. Estoy seguro que el Juez, pudo apreciar que esa persona se había arrepentido y estaba dispuesto a iniciar una nueva vida. Seguro que el anciano tuvo algo que ver, aunque no estoy seguro porque a mí nadie me ha llamado a declarar, ni me han hecho ninguna pregunta.

Con el que si se metieron, era con el pobre chico que iba sentado y que no se había movido. Como era posible que no había salido en defensa de la chica. Y venga a marearle y a criticarle. El chico se defendía como mejor podía y se preguntaba porqué no habían oscurecido su imagen, como hacían con los hijos de las famosos y con personas que no daban su autorización para aparecer en medios públicos. Se había venido con sus padres de Argentina, tratando de encontrar una mejor vida pero no saben como las gastamos por aquí.

Yo pasé unos días muy inquieto, hasta que viendo que ya no había más morbo, el tema dejó de salir en los medios y ya nadie habla del tema. Me preguntaba porqué se había actuado así. Que oscuros intereses son los que dominan nuestra sociedad y sus medios de comunicación. A veces, me daban ganas de escribir a los periódicos y a las televisiones, contando mi versión de los hechos, pero luego se me quitaban pensando que no me harían caso. Me tranquilizaba pensar que nuestro querido anciano, estaría por detrás ayudando al chico. Pero me siguen entrando dudas de si habré actuado correctamente.
¿Qué hubierais hecho vosotros?












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