LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

jueves, 16 de diciembre de 2010

EL GORDO DE LA LOTERIA

Esto es un cuento judío que seguro conocéis, en versión libre original, y que nos viene bien recordar por la época en que nos encontramos. Nuestro héroe se llama Alberto, y mirándole de frente, veréis que ya tiene algunas entradas, y aunque todavía no es mayor, ya peina canas. Está casado desde hace más de veinte años y como muchos matrimonios de su época, se conformaron con “la parejita”, de los cuales el chico mayor está a punto de entrar en la Universidad. Trabaja en una compañía de seguros, en el departamento administrativo y su vida transcurre de una forma de lo más anodina y simple.

Pues mira por donde, una noche cualquiera hace una semana, Alberto tuvo un “sueño lúcido”, de esos en que uno es consciente de estar soñando, y podía darse cuenta y rememorar con claridad lo que estaba viviendo. Alberto había entrado en una de esas librerías antiguas cerca del Rastro, de las pocas que aún quedan por Madrid, y según iba echando un vistazo a los títulos de los libros, colocados en estanterías sin mucho orden ni concierto, no podía por menos de fijarse en el que parecía el dueño del local, un viejo con una blusón largo, algo raído y desteñido. Después de un buen rato, el viejo un poco renqueante se le acerca y de repente le dice:
“¡Pero todavía no ha encontrado Vd. un libro!”
Alberto, algo confuso, asintió con la cabeza, y el viejo, con mirada condescendiente, le apuntó:
“Busque Vd. en ese primer libro de la estantería que tiene a su derecha. Si encuentra algo de interés no se lo puede llevar, porque ese libro no está a la venta”, y se alejó rezongando algo que Alberto no supo entender.

Alberto pensó que no perdía nada por seguir el consejo, así que cogió el libro que le había indicado el viejo. Se acercó a un punto que había más luz y pudo observar que tenia entre sus manos un libro encuadernado en rústica al que le faltaba la cubierta original, gastado y sucio, cuyo título le sorprendió: Jeux de Calcul et de Hasard. Se trataba de un manual sobre los juegos de azar, escrito por un tal M. Lebrun, de 1840 y editado en París.

Alberto se entretuvo hojeando el libro que versaba sobre juegos de cartas, de dominó, damas, ajedrez, etc., cuando entre sus hojas un papel escrito a mano, llamó su atención.
Sería del tamaño de un billete de lotería, escrito con historiada letra, en el cual se podía leer:

Este año el número de la lotería del Gordo de Navidad
es el que encontrarás en el reverso.

Con mano algo temblorosa, dio la vuelta al papel y allí estaban: cinco números, claritos, redondos, inolvidables….

Alberto estaba confuso, había entrado de casualidad en una tienda, y el librero le había dirigido a un libro que no podía comprar, con un papelito que parecía un mensaje llegado a tiempo. Pero ¿que iba a hacer?, su cabeza hervía de ideas, y aceleradamente puso el libro en su sitio, y salió sin apenas despedirse. Una vez fuera en la calle, el frío le despejó y esbozó una sonrisa, tratando de adivinar lo que el viejo librero se habría quedado pensando de él. Sería una broma que le había gastado, se preguntó, y el papelito que tenía completamente grabado en su memoria, no hacía más que darle vueltas por la cabeza.

Esa noche, cuando llegó a su casa, después de saludar a su familia, se conectó a Internet y puso en Google: “como averiguar donde venden un número de lotería” y en menos de un cuarto de segundo, ¡¡¡¡zasss!!!! 871.000 resultados y el primero era “Búsqueda del número soñado: Ministerio de Economía y Hacienda”. No lo podía creer, pero pulsó para entrar en la página y sin tener más que buscar encontró: “Teclee el número a localizar”. Pensando si lo que estaba pasando era una jugarreta del destino, introdujo los cinco números y pulsó la casilla que ponía “Consultar”. De nuevo, ¡¡¡¡zasss!!!! , la Administración de Loterías y Apuestas del Estado donde podía adquirir el número estaba en: ¡¡¡Chinchón!!!

Pensando que su familia le iba a tomar por loco, decidió no contar nada y a la mañana siguiente, se fue a la oficina como todos los días. A eso de las diez, después de haber tenido más de mil pensamientos, se atrevió a llamar a la Administración de Chinchón y temiendo lo que le podían decir, preguntó por el número a la mujer que se puso al teléfono. “Que raro”, le contestó esta, “ayer vino un señor desde Cataluña y me compró todos los décimos de este número, excepto tres décimos que les tengo expuestos y que sin querer no se los vendí, ¿les quiere Vd?”.

El corazón de Alberto palpitaba como si se quisiera salir de su pecho. Con voz nerviosa le contestó que SI y que se los guardara. La mujer algo mosqueada, le contestó que como mucho se los guardaba ese día y que cerraban a las ocho de la noche. Alberto le aseguró que iría antes de esa hora y en su cabeza empezó a planificar el viaje. Como solía salir a eso de las seis de la tarde, ¿le daría tiempo? Menos mal que ese día había llevado el coche a trabajar. ¡No podía dejar escapar esta oportunidad!

Aunque al final del día su jefe intentó que le hiciera un trabajo extra, Alberto se disculpó como pudo y salió deprisa de las Oficinas. El viaje hasta Chinchón se le hizo eterno y todo era porque su cabeza giraba como un torbellino por las ideas que sin parar acudían a su mente, ¿le habría guardado la lotera los décimos? ¿Y si no le vendía los tres? ¿Se lo diría al resto de la familia? ¿Con quién iba a compartir la suerte? ¿Y porqué van tan lentos los coches? ¿Y si pillo un atasco y no llego a tiempo?......

Por fin llegó a Chinchón y no le fue muy difícil encontrar la Administración pues todo el mundo sabía donde estaba. Sólo se tranquilizó cuando la buena mujer le vendió los tres décimos y despacio, sin dar explicaciones, salió del local. Se tomó un café en un bar de la antigua plaza, aprovechando el tiempo para llamar a su mujer y decirle que esa noche llegaría más tarde, sin explicar donde se encontraba. Al poco rato, emprendió el camino de vuelta.

Conducía despacio pero sin prestar mucha atención, porque su mente estaba ocupada. Aunque la cifra la conocía de sobra, de nuevo se preguntó a cuánto ascendía la suma si le tocaba el Gordo. Rehizo el cálculo y la cifra total le hizo sonreír: ¡novecientos mil euros!, casi un millón, ¿y qué iba a hacer con tanto dinero? Tampoco era tanto, iba a tener que seguir trabajando, pero empezó a dudar de compartirlo con sus allegados. Dándole vueltas al asunto, llegó a su barrio y algo curioso empezó a ocurrir.

Cuando iba a entrar en su calle, se encontró con que los edificios de viviendas continuaban, ¡qué raro!, pensó, “me he debido pasar la calle”. Volvió en dirección contraria más despacio, y cuando llegó a la altura, en ese sentido también continuaban los edificios. Llegó al siguiente cruce, pensando que se estaba equivocando y dio una vuelta a la manzana para entrar por el otro extremo. Confundido, tampoco encontraba la entrada a su calle, ¡esto no podía estar pasando! Paró el coche y llamó por teléfono a su casa. El teléfono sonaba y sonaba pero nadie lo atendía. Llamó al móvil de su hijo, que era el único de la familia que tenía, y una voz femenina, le decía: “fuera de cobertura”.

Estaba empezando a ponerse nervioso cuando vio que alguien se acercaba. Se bajó del coche le preguntó por su calle y el desconocido le aseguró que llevaba mucho tiempo en ese barrio, y que nunca había oído hablar del nombre de esa calle. Por más señas que le daba, el otro seguía en sus trece, y la prueba era que allí no estaba la calle. Entró en el coche de nuevo y se puso a llamar a sus amigos y conocidos. ¡No podía ser!, ¡todos los teléfonos estaban fuera de cobertura! Desesperado arrancó el coche y se dirigió a la Comisaría de Policía, pensando que allí seguramente le ayudarían. Cuando le contó al guardia que no encontraba su calle, éste le miró pensando qué estupefacientes habría consumido recientemente. Alberto, levantando la voz afirmaba “¡que si, que si, que he perdido mi calle! y no sólo mi calle, ¡también he perdido a mi familia!” Y lo repetía una y otra vez a todo el que se acercaba. Por fin le pasaron al despacho del Comisario y tuvo que contar toda la historia, porque estaba claro que no le creían, respondiendo a las preguntas que le hacían.

“Miré Vd. hombre de Dios”, le decía el Comisario ya algo cansado, “si su calle existiera, tendría que figurar en la Guía, ¿no le parece?

“Pues claro”, contestó Roberto muy seguro pensando en cómo no se le había ocurrido antes.

“Pues vamos a buscar”, y cogiendo una guía de calles, muy serio y circunspecto, el Comisario ojeaba pausadamente las páginas por orden alfabético. “Lo ve, aquí no figura ninguna calle con ese nombre”. “Compruébelo Vd. mismo”.

Alberto, que no se lo podía creer, cogió la guía con fuerza, y se puso a mirar y remirar. Allí no aparecía su calle. Su calle había desaparecido y su familia también.
El Comisario, con cara de pocos amigos, le espetó: “váyase ahora mismo de aquí y como cause algún problema será detenido”.

Alberto sin decir una sola palabra, salió y se montó en su coche. Sin saber a donde dirigirse, acabó volviendo a su querido barrio a seguir buscando su calle, y efectivamente allí no estaba, ni rastro de la misma. Pero su mayor problema era que su familia tampoco. La noche era fría y ya no pasaba un alma por la calle. Sin poderlo evitar, dentro de su coche con la cabeza y brazos sobre el volante, empezó a sollozar al no poder entender que era lo que le estaba ocurriendo. ¡Cómo iba a sobrevivir sin su familia!, ¡sin su casa!, ¡sin todas las cosas que eran parte de su vida! Bueno, no sin todo, tenia tres décimos de lotería que le iban a suponer un buen pellizco, pero con rabia se puso a maldecir la hora en que había entrado en la librería. ¿De qué le valdría tanto dinero si perdía a su mujer y a sus hijos? ¿Y qué iba a ser de su vida? ¡Todo por los malditos novecientos mil euros!

Alberto pensó que había ido en busca de un tesoro que podía ser irreal y sin embargo había perdido el tesoro que era su vida. Allí continuó llorando convulsamente y de repente el ruido del despertador le sobresaltó.

Cuando cobró la conciencia, Alberto se tiró de la cama como con un resorte, tratando de entender lo que había pasado: ¡todo había sido una pesadilla! Se fue al cuarto de baño y se miró al espejo: no pudo por menos de soltar una carcajada pensando que por la noche cuando volviera de su querido trabajo, encontraría todo en su sitio, como debía ser. Por fin respiró aliviado. Su mayor tesoro estaba al alcance de su mano.

Ese día cuando llegó a la Oficina y conectó el ordenador, de pronto, los cinco números vinieron a su mente con una claridad radiante, ¿daría la casualidad de que ese número de lotería le venderían en Chinchón?

Y aquí vienen las preguntas de siempre, ¿pensáis que Alberto se atreverá a comprobarlo? Y si fuera verdad ¿se atrevería a llamar a la lotera?

domingo, 14 de noviembre de 2010

LA SUEGRA CHINA

Este es un sencillo cuento que he encontrado en internet y que desconozco su autor. Lo curioso es que se puede aplicar no sólo al caso de una suegra, sino también al jefe, al vecino, al amigo o al enemigo, es decir, a cualquiera.

Hace mucho tiempo, una joven China llamada Lee se casó y fue a vivir con el marido y la suegra. Después de algunos días, no se entendía con ella.

Sus personalidades eran muy diferentes y Lee fue irritándose con los hábitos de la suegra, que frecuentemente la criticaba. Los meses pasaron y Lee y su suegra cada vez discutían mas y peleaban.

De acuerdo con una antigua tradición china, la nuera tiene que cuidar a la suegra y obedecerla en todo. Lee, no soportando más vivir con la suegra, decidió tomar una decisión y visitar a un amigo de su padre.

Después de oírla, él tomó un paquete de hierbas y le dijo: "No deberás usarlas de una sola vez para liberarte de tu suegra, porque ello causaría sospechas.

Debes darle varias hierbas que irán lentamente envenenando a tu suegra.

Cada dos días pondrás un poco de estas hierbas en su comida. Ahora, para tener certeza de que cuando ella muera nadie sospechará de ti, deberás tener mucho cuidado y actuar de manera muy amigable. No discutas, ayúdala a resolver sus problemas. Recuerda, tienes que escucharme y seguir todas mis instrucciones".

Lee respondió: "Si, Sr. Huang, haré todo lo que el señor me pida".
Lee quedó muy contenta, agradeció al Sr. Huang, y volvió muy apurada para comenzar el proyecto de asesinar a su suegra.

Pasaron las semanas y cada dos días, Lee servía una comida especialmente tratada a su suegra. Siempre recordaba lo que el Sr. Huang le había recomendado sobre evitar sospechas, y así controló su temperamento,
obedecía a la suegra y la trataba como si fuese su propia madre.

Después de seis meses, la casa entera estaba completamente cambiada.
Lee había controlado su temperamento y casi nunca aborrecía a su suegra. En esos meses, no había tenido ni una discusión con ella, que ahora parecía mucho más amable y más fácil de lidiar con ella.

Las actitudes de la suegra también cambiaron y ambas pasaron a tratarse como madre e hija.

Un día Lee fue nuevamente en procura del Sr. Huang, para pedirle ayuda y le dijo: "Querido Sr. Huang, por favor ayúdeme a evitar que el veneno mate a mi suegra. Ella se ha transformado en una mujer agradable y le amo como si fuese mi madre.
No quiero que ella muera por causa del veneno que le dí".

El Sr. Huang sonrió y señaló con la cabeza: "Sra. Lee, no tiene por que preocuparse. Su suegra no ha cambiado, la que cambio fue usted.

Las hierbas que le dí, eran vitaminas para mejorar su salud. El veneno estaba en su mente, en su actitud, pero fue echado fuera y sustituido por el amor que pasaste a darle a ella".

En la China existe un adagio que dice: "La persona que ama a los otros, también será amada".


Esta vez no se me ocurre ninguna pregunta.

domingo, 10 de octubre de 2010

LA PENA DE MUERTE ES UNA PENA

Hace poco me reuní con dos amigos para vernos de nuevo y tomar un café juntos. La charla era relajada y cordial pero se tensó un poco, porque no me acuerdo como fue, que empezamos a hablar de la pena de muerte, de los pros y contras, y resultó que uno de ellos era partidario de la pena de muerte, sobre todo para determinado tipo de crímenes, y el otro era un ardiente defensor de la abolición. Salió a relucir el diferente tratamiento en algunos Estados de Estados Unidos, pues en 38 de ellos sigue vigente, pero es que en el mundo todavía se aplica en cerca de 90 países, algunos de ellos como China, Egipto, India y Cuba que la mantienen para delitos comunes. En Irán, Arabia Saudí y otros, la homosexualidad puede llegar a pagarse con la vida. Hablamos de lo que ha evolucionado la humanidad en este sentido si volvemos la mirada hacia la historia, así como otros variados argumentos.

Ya os anticipo que mi posición al respecto ha variado a lo largo de mis años y quizás por eso, entiendo y respeto completamente cualquier postura que una persona pueda tener en este tema , pero os voy a contar una historia que es la misma que les conté a ellos, con el ánimo de que la discusión no fuera a mayores.

El 14 de Abril de 1995, en el Estado de Florida, Lynda que tenia 17 años, dejó entrar en la casa de sus padres con los cuales vivía, a LeRoy, un chico dos años mayor que ella, al que conocía porque en alguna ocasión la había suministrado algunas drogas. Estaban solos en la casa y pronto empezó una discusión sobre alguna deuda que Lynda tenía con el chico. En la pelea el chico trató de forzarla sexualmente y ante su resistencia, agarró un gran cuchillo de la cocina, y allí mismo de una desafortunada cuchillada la degolló. El chico asustado huyó y la pobre chica se desangró aunque pudo pedir ayuda por teléfono y decir el nombre del asesino. Cuando llegaron las Asistencias no pudieron impedir que camino del hospital, la chica falleciera.
A las pocas horas, la Policía detuvo a LeRoy, con sus huellas en el arma del crimen y testigos que le habían visto salir de la casa. LeRoy acabó confesando y en su defensa alegaba que estaba bajo los efectos de la droga que había consumido y que con la discusión había perdido la cabeza.

La vida para los padres y otros familiares de la chica de pronto cambió. Alguien a quien no conocían, en un momento, les había arrebatado a su preciosa hija y sentían que su vida ya no sería la misma a partir de entonces. El chico ingresó en prisión y la maquinaria judicial se puso en marcha. Pasaron casi tres años hasta que llegó la fecha del juicio y la Fiscalía solicitaba la pena máxima, la inyección letal para el culpable.

A todo esto, resultó que el padre había sido un activista a favor de la supresión de la pena de muerte, y había acudido a manifestaciones contra dicha pena. Cuando el destino le sacudió con la muerte de su más querida hija, se debatió entre sentimientos encontrados. La rabia y el odio que sentía hacia el asesino de su hija se contraponía con su forma de pensar. Si LeRoy no había tenido derecho a quitar la vida de su hija, ni él ni la sociedad tenían ese derecho ahora. Para colmo, su mujer y otros familiares si que eran partidarios de la aplicación de la pena de muerte y no podían entender que él fuera partidario del perdón.

Llegó el día del juicio y pudo ver cara a cara al asesino. Su comportamiento durante el juicio era altanero y frío y tampoco demostraba arrepentimiento. Su defensa basó sus argumentos en el estado en que se encontraba por los efectos de la droga consumida y la pérdida de control, por la discusión y la negativa de la chica al acto sexual. El hecho de que no hubiera pedido auxilio y huyera de la casa iba en su contra. Sin embargo, el padre que había tenido tiempo de aclarar sus ideas, en ese momento del juicio, lo que más temía era que el veredicto fuera el de la pena de muerte, pues eso le obligaría a tomar partido y las acciones legales que fueran oportunas, para que no se aplicara. Eso le llevaría a solicitar el perdón y la conmutación de la pena, y tener que enfrentarse a su familia.

Pero el destino decidió que esa no iba a ser su ocupación. LeRoy fue condenado a 30 años de prisión, casi media vida que le quedaba la pasaria entre rejas. El último día del juicio, antes de que LeRoy abandonara la sala, este padre hizo algo que le brotó de pronto del fondo de su ser. A través de su abogado, solicitó al Juez poder decir unas palabras al condenado. El Juez accedió a que lo hiciera brevemente fuera de la Sala de Juicio y encadenado como estaba, con los guardias presentes, asegurándose que no era para tomar el padre algún tipo de represalia. El padre sentía que no podía dejar escapar la oportunidad de mirar a los ojos al asesino de su hija, los mismos ojos que su hija había visto antes de que perdiera la vida, y que difícilmente igual luego no se le presentaría otra oportunidad.

Cuando llegó el momento de dirigirse a él, se encontró muy calmado. Después de un breve silencio, le dijo que ya no estaba enfadado o resentido hacia él, aunque había sentido mucho dolor por lo que le había hecho y que la madre aún continuaba destrozada. Le dijo que lo que sentía era mucha compasión hacia él y que le deseaba que de alguna forma pudiera dar un cambio a su vida. Le acabo diciendo que rezaría por él y que en su corazón sólo existía el perdón y la comprensión. La cara del chico reflejaba su desconcierto y no pudo articular palabra, pero sus ojos y expresión cambiaron por completo. Los guardias se lo llevaron sin miramientos, con la cabeza baja.

Aquel día, cuando el padre salió de la Corte de Justicia y llegó a su casa, sintió una gran calma. Ya no había ningún sentimiento negativo en su corazón y el hecho de haber podido perdonar al asesino de su hija, le había dado una gran paz y tranquilidad. Ya no se sentía más una víctima y se había liberado de sus negativos pensamientos. Poco a poco su vida recuperó la normalidad y ayudó a hacer lo mismo a su familia. En la actualidad está colaborando con una ONG que ayuda a los presos a reincorporarse a la vida civil y también ayuda a personas que están pasando por su misma experiencia. Si él lo ha logrado puede ayudar a otros a hacer lo mismo.

Y aquí se acaba esta historia, y como es lo habitual, os preguntaré si ¿creeis que alguno de mis dos amigos cambió su forma de pensar al respecto?¿sois partidarios de la pena de muerte?

domingo, 12 de septiembre de 2010

LA VERDADERA HISTORIA DE LA CIGARRA Y LA HORMIGA

Estoy seguro que todos hemos leído o escuchado la fábula de la cigarra y la hormiga, y como nuestros mayores nos educaban con su relato. Recordaréis con facilidad que es una fábula atribuida a Esopo y recreada por Jean de la Fontaine y Félix Maria de Samaniego, pero para que no tengáis que esforzaros en recordar, más o menos el cuento sería así:

El sol del verano ardía sobre el campo. La cigarra cantaba a toda voz en las largas horas de la siesta, tranquilamente sentada en una rama.

Comía cuando se le antojaba y no tenía preocupaciones. Entretanto, allá abajo, las hormigas trabajaban llevando la carga de alimentos al hormiguero.

Terminó el verano, quedaron desnudos los árboles y el viento comenzó a soplar con fuerza. La cigarra sintió frío y hambre. No tenía nada para comer y se helaba. Entonces fue a pedir auxilio a sus vecinas, las hormigas. Llamó a la puerta del abrigado hormiguero y una hormiga acudió. La cigarra le pidió comida.

¿Por qué no guardaste en el verano cuando abundaba? ¿qué hiciste?, le preguntó la hormiga.

Cantaba, le respondió la cigarra.

¿Mientras yo trabajaba? ¡pues ahora baila!, dijo la hormiga dándole con la puerta en las narices.

“Debemos ser prevenidos y pensar en el futuro, para no vernos luego en dificultades”.


Pero cuando se escribieron estos relatos no existía Internet y el estudio de los animales ni siquiera conocía el término mirmecología, que es la rama de la zoología o, más precisamente de la entomología, que se ocupa del estudio de las hormigas, de su desarrollada vida social y de todos los aspectos referidos a ellas. Por daros algunos datos, resulta que existen actualmente entre 12.000 y 20.000 especies que sobreviven desde hace más de 100 millones de años. Se estima que hay entre mil billones y diez mil billones de hormigas viviendo sobre la Tierra. ¡Apabullantes cifras!, y eso que sólo viven entre uno y tres años, dependiendo de la especie, excepto las hormigas reinas que pueden llegar a vivir cerca de treinta años.

Otro tanto parecido pasa con las cantarinas cigarras o chicharras. Son miles las especies presentes en todos los continentes, con excepción de la Antártida, y los entomólogos siguen trabajando en la clasificación de estos insectos. Se alimentan de la savia de los árboles y otras plantas. Su ciclo de vida es muy interesante: resulta que las cigarras macho cantan y cantan para atraer a las hembras, las cuales ponen sus huevos y mueren poco después (¡las hembras son silenciosas!). Los insectos jóvenes (o ninfas) caen al suelo y penetran en la tierra. Las ninfas viven dentro de la tierra de 4 a 17 años (dependiendo de la especie) y se alimentan de la savia de las raíces. Después cavan túneles, suben a los árboles y sufren una muda, transformándose en adultos con alas y listos para el apareamiento, el cual tiene lugar durante los meses cálidos. A principios del otoño y con la llegada de las lluvias, las cigarras mueren y se repite el ciclo de vida.

Sabiendo todo esto, el final de la historia entre la cigarra y la hormiga, podría haber sido en verdad diferente:

Alicaída y triste se dio media vuelta la cigarra, y ya se alejaba cuando la puerta se abrió de nuevo. ¿Dónde va Vd., Doña Cigarra?, acérquese de nuevo, le dijo la hormiga medio sonriendo.

Esperanzada la cigarra se aproximó y la hormiga le dijo amablemente: ¿pero cómo piensa Vd. que no le voy a dar algo de comida?. Ha sido un buen verano y tenemos abundantes provisiones. Le ruego me disculpe la rudeza, pero es que me acordé de sus sonoros cantos, que me causaban gran admiración.¡se la veía tan despreocupada y feliz! ¿por qué cantaba tanto?.

Pues con mucho gusto se lo cuento, contesto la cigarra. Lo hacía para atraer a la hembra y como había mucha competencia, lo tenía que hacer lo mejor posible. Tuve la suerte de tener pareja y ha puesto cerca de 300 huevos. He cumplido satisfactoriamente mi misión y ahora puedo morir tranquilo. Y como mirando al pasado, añadió:
Desde mi árbol, yo les veía a Vds., acarrear y acarrear comida y pensaba lo trabajadoras y hacendosas que son estas hormigas. Yo no tenía forma de acumular mi comida. Ahora que no hay savia en los árboles, me he visto en la necesidad de acudir a su puerta. La verdad es que tengo muy pocas fuerzas y presiento que me queda poco de vida.

No se preocupe, contestó Doña Hormiga. Sabiendo lo ocurrido, échese por aquí cerca del hormiguero y le traeremos algunas provisiones. Vd. ha nacido para cantar y lo ha hecho muy bien, tiene que tener una vejez tranquila. A mí me han contado mis mayores que no debemos inquietarnos por el mañana, porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán.

La cigarra emocionada le contestó: Le doy mis sinceras gracias por su comprensión y actitud. Ya intuía yo que Vds. eran unas criaturas muy sabias y longevas.


“Cuando te pidan ayuda no la niegues. Hazlo sin esperar nada a cambio y seguro que serás recompensado”.

Y para que sepáis que la moraleja se cumple, cuando muchas de las cigarras fallecen, aparecen de nuevo las hormigas y con sus fuertes mandíbulas arrastran al cuerpo de la cigarra y con él se alimentan durante el invierno.

Y aquí viene la pregunta: ¿cómo os consideráis vosotros? ¿sois más cigarras que hormigas? ¿ó es al revés?. Creo que hay que inventar una nueva palabra, la hormigarra.

domingo, 1 de agosto de 2010

LOS DOS HERMANOS - 2ª PARTE


-Continuación de la historia del mes anterior-

Ya os puedo contar algo más de esta historia, porque después de que pasaran algunos días de la entrevista con Enrique, fue éste el que me pidió que nos volviéramos a encontrar. Todo ha sucedido mucho más rápido de lo que yo temía.

Por retomar el final, acordaros que después de pensar las posibilidades que tenía, yo le hice una pregunta a Enrique, que él se quedó para reflexionar. La pregunta fue, ¿qué es lo que quieres que resulte de esta situación?. Enrique se quedó mirándome, como si no entendiera bien la pregunta y yo le aclaré:

“Lo importante de decidir de antemano lo que quieres que ocurra, es que te permitirá más fácilmente decidir si cualquier paso o decisión que tomes, se ajusta o no a la consecución de tu objetivo. En una situación como esta, si permites que salga lo mejor de lo que llevas dentro de ti, el resultado final al menos para Enrique será satisfactorio”.

Volvimos a vernos en el mismo sitio y cuando me encontré con él, rápidamente pude percibir una sonrisa y un brillo especial en sus ojos. Con todavía algo de excitación me contó lo siguiente:

“Pues mira, pasé dos o tres días dando vueltas al asunto. Por un lado, estaba muy dolido con todas las faenas que me había hecho mi hermano. Lo he pasado muy mal estos últimos años y ha sido un desprecio detrás de otro, por no decir nada del perjuicio económico que me causó. Por otro lado, temía cual podía ser su reacción si nos veíamos y pensaba que, igual se iba a empeorar más si cabe nuestra relación, lo cual sin duda sería el final definitivo. Si él es orgulloso, yo lo soy aún más y las ideas se me iban y venían, de porqué iba a tener que ser yo quien diera el primer paso. Pero también pensaba en lo que me habías dicho, de sacar lo mejor de mí ante la situación y no podía por menos de pensar, en que al fin y al cabo, se trataba de mi hermano, el único que tengo.

Así que hablé con mi mujer y le dije que, al menos por mi parte, iba a tratar de resolver la situación, a lo cual ella me apoyaba completamente. Le pedí que hablara con nuestra cuñada Carmina y que ésta nos dijera, cual sería el mejor momento de ir a verle a su casa, pero que no le anticipara nada. Carmina, la contó que Julián apenas salía de casa, y que se pasaba el tiempo sin hacer nada y bebiendo más de la cuenta. Así que al día siguiente, acompañado de mi mujer, me acerque a su domicilio, pidiendo a Carmina, que no estuviera ninguno de mis sobrinos, pues no tenía nada claro si al final se iba montar o no una trifulca.

Carmina nos franqueó la entrada y yo me presenté en el salón delante de mi hermano, el cual se quedó como anonadado, pues era obvio que no se podía imaginar mi presencia allí. Yo le dije, algo nervioso, unas palabras que había preparado de antemano:

-Julián, vengo a ti con los brazos abiertos. No vengo a hacerte reproches y como hermano tuyo que soy, de la misma sangre, vengo a ofrecerte la ayuda que tú y tu familia necesiteis-.

Julián se quedó por un momento callado, lo cual a mí me pareció una eternidad. Entonces decididamente, se levantó y se vino hacia mi, y los dos nos fundimos en un fuerte abrazo. Julián empezó a sollozar como un niño, y yo no pude por menos de hacer lo mismo, y allí nos tiramos los dos un buen rato. A todo esto, Amparo y Carmina que habían presenciado la escena, también se habían puesto a llorar y yo que les daba la espalda, podía oír claramente sus sollozos.

Fueron unas lágrimas liberadoras, como un torrente que todo se lo lleva. Cuando nos tranquilizamos, nos sentamos los cuatro y las primeras palabras que pronunció Julián, fueron para pedirme perdón, una y otra vez. Cuando yo le aseguré que no guardaba el mínimo rencor en mi corazón y que podía contar conmigo, Julián poco a poco y de una forma deslabazada, nos contó lo mal que lo había pasado. Nos confesó que, en más de una ocasión, había pensado en el suicidio, y que gracias a su mujer y a sus hijos, no se había decidido a dar el fatídico paso. Nos contó como, todos los que decían que eran sus amigos, le habían abandonado, como le habían traicionado personas que eran de su confianza, como las puertas de los bancos se le habían cerrado cuando antes acudían a recibirle y los tristes ratos que había pasado en los que sólo podía ahogar sus penas en alcohol. Nos habló de la vergüenza que había sentido pensando en mí, en toda la familia y lo cobarde de su actuación, debida a su casi nula autoestima. La vida le había dado una gran lección y ahora su hermano, con su comportamiento, se la seguía dando y nunca lo podría olvidar.

Por mi parte, le propuse olvidar el pasado, no hacer ni siquiera mención de todo lo que había ocurrido. Era como un mal sueño, del que afortunadamente habíamos despertado.
Le hablé de cómo me estaban yendo los negocios, y la fuerte bajada en ventas, debido a la crisis. Sin embargo el grupo seguía en beneficios y todavía tenía ganas de seguir luchando, así que le dije que se tomara el tiempo que estimase necesario, pero que me vendría muy bien para supervisar el Departamento Comercial del grupo. Sabía de lo que era capaz en ese campo y no tenía ningún temor a equivocarme. Que se lo pensase y si aceptaba mi oferta, ya hablaríamos de condiciones. De momento, lo principal era que las dos familias celebráramos el reencuentro, así que les propuse que fuéramos todos a comer a un buen restaurante de la ciudad.

Así que al siguiente sábado, nos fuimos a comer y tenías que ver la cara de algunos, cuando nos veían a todos juntos y sonrientes. Los primos como chicos jóvenes que son, contribuyeron a que el ambiente fuera distendido y agradable. Ha sido la invitación que he hecho en mi vida, de la que más he disfrutado. Mi hermano y yo nos podíamos mirar a los ojos y recordar divertidas anécdotas de cuando éramos pequeños y vivían nuestros padres”.

Enrique me contó algunos detalles más y me dijo que no sabía como agradecerme lo que había hecho. Le contesté que si lo pensaba bien, todo el mérito era suyo, que con su gran corazón y su valentía había resuelto de maravilla la situación, pues había sacado lo mejor que llevaba dentro: el perdón, la confianza y su generosidad. Yo me contentaba con tener su amistad en el futuro.

Y como estamos de vacaciones, aunque rompiendo la tradición, esta vez no os dejo ninguna pregunta para pensar.

jueves, 8 de julio de 2010

LOS DOS HERMANOS - 1ª PARTE

Esta es la historia de lo que aconteció a dos hermanos, Enrique y Julián, aunque el final se sigue escribiendo. Digo esto porque sería necesario dejar pasar un tiempo para poder apreciar o sacar conclusiones de lo ocurrido, ya que ambos viven, y los hechos futuros serán los que digan si esta historia acaba bien o mal.

Enrique es el mayor y sólo le saca un par de años a Julián, que ya está cerca de los cincuenta. Ambos están casados con Amparo y Carmina desde hace unos 20 años, y tienen cuatro y tres hijos respectivamente, los mayores ya en la universidad. Residen en una ciudad, capital de provincia, cercana a Madrid, aunque Julián tuvo hasta hace poco un piso en Madrid y pasaban largas temporadas en la capital.

La vida de Enrique y Julián transcurrió plácidamente mientras vivieron sus progenitores. El padre, hombre sin apenas estudios y a base de esfuerzo, partiendo casi de cero, supo aprovechar los años de bonanza económica que tuvo el país a partir de los años sesenta, consiguiendo forjar una pequeña fortuna, no tan pequeña pensareis algunos. Tuvo la visión de comprar unos pocos terrenos y tierras de cultivo cercanas a su ciudad y cuando llegó la expansión y el boom inmobiliario, se encontró que sus inversiones se habían generosamente multiplicado. Además tenía un negocio de distribución de materiales, un par de tiendas y como “dinero llama a dinero”, supo ahorrar e incrementar su fortuna.

A todo esto, los dos hermanos ayudaban al padre en todos los negocios aunque el mando siempre lo ejerció el padre. Enrique era más trabajador y serio que Julián, al cual le gustaba más trasnochar y divertirse. Luego cuando ya ambos se casaron, a Julián siempre le gustó más aparentar, tener buenos coches y realizar grandes viajes.

Los problemas empezaron cuando hace unos diez años falleció la madre. Como en muchas familias, la madre que nunca trabajó fuera de casa, era sin embargo la pieza clave de la casa y la que se encargo de sacar adelante su familia. El padre no supo sobrellevar la muerte de su mujer y al poco tiempo empezó con achaques, que unidos a un par de disgustos que le dio su hijo Julián, le hicieron ingresar en el hospital y justo dos años después falleció.

Cuando los hermanos hicieron la partición de la herencia, se encontraron que después de pagar a Hacienda, el patrimonio de cada uno se había incrementado en más o menos 3,6 millones de euros, es decir, 600 millones aproximadamente de las antiguas pesetas. A propuesta de Julián, dividieron todo de la mejor forma que pudieron, y cada uno tiró por su lado. Julián tenía grandes ideas y pensaba que su hermano iba a ser un lastre para ponerlas en marcha, así que “mejor solo que mal acompañado”. Poco a poco, los hermanos se fueron distanciando.

Los primeros años le fueron muy bien a Julián. Se metió en las promociones de pisos y todos sabemos lo que ocurrió hasta el año 2008-2009. Todo se vendía y el dinero entraba a manos llenas. Julián incrementó su tren de vida y era la envidia y admiración de mucha gente de la ciudad. Se construyó un gran chalet, coches de lujo, un gran apartamento en la playa, barco y grandes fiestas a las que acudían sus numerosos amigos. Delante de todo el mundo se vanagloriaba, comparándose con su hermano al que le tachaba de “carca” y que no sabía disfrutar de la vida.

Para colmo hubo un par de incidentes que acabaron por distanciar del todo a los dos hermanos. El primero ocurrió con un terreno heredado del padre y que habían dividido por la mitad. Otro constructor de la ciudad les hizo a ambos una muy generosa oferta por sus terrenos ya que si los unía a otros colindantes, iba a poder desarrollar una gran urbanización, pero la oferta que les hacia era por todo el terreno. A Enrique le pareció una magnífica oportunidad, pero a Julián le fastidiaba que fuera otro promotor el que “se llevara el gato al agua”. Así que se negó y aunque incluso el comprador llegó a subir su oferta, Julián no dio su brazo a torcer. Enrique en más de una ocasión, trató de convencerle pero todos sus argumentos resultaron inútiles. Julián decía que él podía hacer algo más grande y mejor y que Enrique no tenía que ser “tan corto de miras”, intercambiándose entre los dos algún que otro improperio. Luego llegó la crisis y al día de hoy, ahí siguen los terrenos. Lo que en su momento se podía haber bien vendido por 3 millones de euros para cada uno, ahora nadie da un duro.

El segundo incidente le molestó a Enrique todavía más. Poco más tarde de la venta fallida, Julián organizo una gran fiesta en El Casino de la ciudad, para celebrar la puesta de largo de su hija. Iba a ser todo un acontecimiento y a la fiesta estaban invitadas las mejores familias. Y en esto que Julián no sólo no invita a su hermano, sino que tampoco permite que su hija invitara a sus primos, con los que desde pequeños habían tenido una estrecha relación. Eso le costó llorar a la hija de Enrique y aunque el chico mayor decía que le daba igual y que pasaba de la fiesta de su “tiito”, a Enrique padre le sentó como os podéis imaginar. Las pocas relaciones que mantenían los hermanos, acabaron por romperse definitivamente.

A todo esto, Enrique siguiendo los pasos de su padre, los negocios le iban despacio pero muy bien. Se hizo con la representación de un negocio de filtros de agua, y fue ampliando con la distribución de maquinaria, montó un concesionario de coches, y diversificó sus negocios en varias actividades. Llegó a tener en todo el grupo cerca de 200 empleados, aunque últimamente ha reducido algo con la crisis.

Seguro que podéis imaginaros lo que le ocurrió a Julián en estos dos últimos años. Cuando las ventas de pisos empezaron a bajar, Julián no pudo hacer frente al pago de los préstamos y créditos que tenían con los bancos. Para colmo se había asociado con un socio que le dejó en la estacada desapareciendo y Julián que había avalado todo con sus bienes y con la firma de su mujer, se encontró en un corto plazo con la quiebra de sus empresas. Ciego por su brillante fortuna no supo prever las consecuencias de su falta de visión. Los bancos le embargaron todo y rápidamente perdió todas sus posesiones, chalet, piso de Madrid y de la playa, yate incluido. A todo esto se tuvo que mudar a un modesto piso alquilado, sus amigos dejaron de llamarle y pronto cayó en una depresión.

Hace un mes más o menos, Carmina la mujer de Julián llamó con voz entrecortada a Amparo y la pidió que por favor se viera con ella en una cafetería. Quedaron una tarde, y después de pedir unas consumiciones, Carmina empezó a sollozar compulsivamente y la dijo que acudía a ella como una madre para salvar a sus hijos. Le contó que ya no podía más, que Julián vivía encerrado sin salir apenas, y que su vida era un infierno. Los amigos les habían dado la espalda y los pocos ahorros que tenían estaban desapareciendo. No sabía como iban a poder seguir pagando los estudios de sus hijos, porque ya sólo tenían que deudas y él seguía sin encontrar trabajo. Para colmo, si Carmina le decía a Julián que fuera a ver a su hermano Enrique, la contestaba diciendo que ni loco iba a tener que arrastrarse delante de su hermano, que prefería pegarse un tiro, que jamás soportaría tanta humillación
.
Después de añadir no sé cuántas desgracias más, Carmina le pedía a Amparo la ayuda que pudiera darla, pero que por nada del mundo, Julián se enterase porque si no lo pagaría con ella. Amparo compadecida la dijo que no podía hacer otra cosa que hablar con Enrique, pues ella no manejaba las finanzas de su marido pero que trataría de interceder y así se despidieron.

Amparo al día siguiente, aprovechando un momento que Enrique estaba tranquilo y no estaban sus hijos delante, le contó lo mejor que pudo su entrevista con Carmina. Enrique tuvo una mala reacción, dando gritos y diciendo cosas terribles sobre su hermano, que si era un cobarde y que renegaba de él, por todas las faenas que le había hecho. Si su hermano no tenía siquiera la decencia de pedirle perdón, que no esperara el más mínimo gesto por su parte.

Hace unos días un amigo del matrimonio conocedor del caso y también amigo mío, me pidió que si podía entrevistarme con Enrique, al cual le había hablado de mí y de la fundación, para tratar de encontrar alguna solución. Así que le llamé y mantuvimos una entrevista de un par de horas.

La conclusión que saqué es que Enrique es una persona que no odia a su hermano, a pesar de todas las faenas y afrentas que ha tenido que soportar de él. Está muy dolido y no entiende que no sea capaz de pedirle perdón. Julián le criticó y ridiculizó mucho delante de gente conocida de ambos y siempre había alguien que le iba con los cuentos de lo que hacía y decía. Ahora que su hermano está tan necesitado, no tiene ni siquiera la valentía de pedirle su ayuda. Si él es orgulloso, más lo es Enrique que es el hermano mayor y ni siquiera sabe si sería capaz de perdonarle por todo el mal que le ha causado. Además le hizo perder mucho dinero y tuvo que soportar muchos desprecios, así que ahora que se enfrente a las consecuencias.

Hablando sobre el futuro una vez que se había desahogado, estuvimos juntos viendo las posibilidades que en este momento existían para Enrique, que se podían resumir de la siguiente forma:
1) Seguir sentado sin hacer nada viendo como su hermano Julián encontraba su merecido.
2) Esperar a que su hermano viniera a pedirle perdón y dependiendo de lo que le pidiera o le dijera, ayudarle o no.
3) Prestar algo de ayuda monetaria a través de las mujeres, Amparo y Carmina, sin parecer que él lo sabia, pues él también tenía su orgullo.
4) Iniciar Enrique la reconciliación, aprovechando que Carmina podría facilitar la misma, aunque siempre existiría la posibilidad que su hermano le rechazase.

Yo le hice una pregunta y Enrique se quedó pensativo. Hemos quedado otro día para continuar la charla y como siempre, aquí dejo unas preguntas para el que se las quiera contestar: ¿si fuerais Enrique qué camino elegís? ¿cual sería vuestra actuación?

jueves, 3 de junio de 2010

EL SECRETO DEL ÉXITO


Hace unas semanas se acercó por la fundación una persona mayor, Ernesto, y tuve la fortuna de estar charlando con él durante un buen rato. Digo fortuna porque espero que esta no sea la última vez que pueda disfrutar de su compañía.

Ernesto es una persona sabia, en sus ochenta y tanto años, educada, en buen estado de forma, que en la actualidad vive solo y que ha tenido una vida llena de experiencias, con éxitos y fracasos, alegrías y penas, y una pequeña sombra sobre su pasado.

No penséis que Ernesto esconde algún secreto inconfesable o algo horrible en su pasado, ni mucho menos. Pero si es algo que cuando lo recuerda, le hace ponerse triste y que tal como me lo contó, os lo quiero transmitir, por si a alguno le puede servir de ayuda.

Ernesto desarrolló su vida profesional dentro de un organismo de la Administración del Estado, ocupando varios puestos y destinos en esa etapa de su vida. Recuerda con emoción sus primeros años, y con pena y pesar el resto de los años hasta su jubilación, excepto los últimos tres años. Su vida era pura rutina, un día tras otro, sin alicientes, el mismo trabajo, el mismo horario, las mismas personas y si estas cambiaban, venían otras similares como cortadas por el mismo patrón. Al principio, tenía sueños, aspiraciones, creía que podría cambiar las cosas. Pero la realidad, triste realidad, le hizo abandonar poco a poco todos sus sueños, y cuando se quiso dar cuenta, obligado por la hipoteca y sus responsabilidades familiares, nunca más se atrevió a abandonar lo que todavía hoy se considera como “un puesto fijo”.

Pero un buen día, cuando tenía más o menos 62 años, acudió a una charla que daba un discípulo de Swami Rama Tirtha, y como ya sabréis un “swami”(literalmente “amo de si mismo”) es el tratamiento que se da a los maestros espirituales en la India. Entre otros temas, la charla versó sobre el concepto y los efectos del trabajo, que según nuestra cultura, es la fuente del éxito. Una persona trabaja y trabaja y contra más trabaja más éxito tiene. Contra más trabaja, más dinero gana, más cosas se puede comprar, más alto sube. Los vagos y las personas sin ambición no logran nada en la vida, no triunfan. Dime cuánto trabajas y cuanto ganas y te diré lo que vales, y otras lindezas por el estilo, que todos conocemos.

Pero el discípulo del swami le hizo ver las cosas de diferente manera. El verdadero trabajo se realiza cuando no ponemos “en juego” nuestro mísero ego, porque lo único que hacemos, es fijarnos sólo en lo que obtenemos a cambio, que en muchos casos se reduce a obtener dinero para sobrevivir o para acumular riqueza material. Se trabaja para poder vivir, en lugar de vivir para disfrutar del trabajo que hacemos. Y este maestro les contó el siguiente cuento:

Erase una vez que estaban discutiendo un estanque y un río. El estanque se dirigió al río de esta forma: “Oh río, eres un estúpido por trabajar para dar toda tu agua y toda tu riqueza al océano; no despilfarres tu agua en el océano y todos tus acumulados tesoros, porque el océano seguirá mañana igual de salado que hoy y nunca conseguirás nada. “No arrojeís perlas a los puercos”. Guarda todos tus tesoros contigo”.

Esto es sabiduría mundana. Aquí se le decía al río que considerara el fin o propósito, cuidar por los resultados y mirar las consecuencias. Pero el río era un río sabio y le contestó al estanque:

“No, la consecuencia y el resultado no son nada para mí; el fracaso y el éxito no son nada para mí. Yo debo trabajar porque yo amo trabajar; yo tengo que trabajar por el hecho mismo de trabajar. Trabajar es mi destino, tener una actividad es mi vida. Soy energía. Yo debo trabajar”.

El río trabajaba y trabajaba, vertiendo al océano miles y miles de litros de agua. El mísero y económico estanque se acabó secando cuando llegó el verano; sus aguas estancadas se volvieron malolientes y putrefactas. Pero el río permaneció y sus fuentes perennes no se secaron. Silenciosamente y muy despacio el agua del océano se evaporaba y los vientos alisios y los monzones rellenaban las fuentes del río un año tras otro.


Y aquí se resumían las enseñanzas del “swami”: olvídate de tu pequeño ego y de pensar sólo que obtienes a cambio de tu trabajo. No te preocupes de las consecuencias, hazlo lo mejor que puedas. Que no te distraigan las favorables opiniones ni temas las críticas adversas, no esperes nada de los demás. Haz el trabajo por “si mismo” y serás libre, porque no te verás obligado y entonces podrás disfrutar de tu trabajo.

Ernesto me contó que fue como recibir un soplo de brisa fresca, como si despertara y se puso manos a la obra. Empezó a ver su trabajo de diferente manera, lo que hacía era útil para los demás, era útil para sus compañeros. Cuando resolvía un problema para alguien, se sentía bien y se esforzaba por hacer las cosas de una forma más eficiente y mejor. Poco a poco, notó que la gente que le rodeaba, sus jefes y compañeros, como que le sonreían, que estaban más amables con él, pero eso ya no le importaba. En realidad se daba cuenta de que quien había cambiado era él y a partir de entonces, todo le fue bien, ya que contra más “se daba” más recibía.

El día que hablábamos, Ernesto se lamentaba y arrepentía de todos los años que había perdido, el tiempo que había malgastado y lo mal que lo había pasado. “Ahora entiendo”, me dijo, “a todas esas personas como los artistas, pintores, escultores, inventores, cantantes, profesionales que aman su profesión: médicos, enfermeros, amas de casa, taxistas, carpinteros, vendedores, etc., para los que trabajar “no es un trabajo”, es simple y llanamente, a lo que se dedican. El trabajo es una bendición y con el trabajo nos pasa como con la salud, que cuando no lo tenemos, es cuando más lo apreciamos.

Yo le pregunté a Ernesto: “Pues bien, te arrepientes, ¿pero no crees que es hora de que pienses en perdonarte?. Tu “swami” llegó a tiempo y lo pasado, pasado está, ¿no crees que tienes derecho a sentirte bien?. Lo importante es como reaccionamos ante lo que nos ocurre.

Ernesto me prometió que lo intentaría y esta vez no os voy a preguntar, si pensáis que lo va a lograr, porque ya veo que lo estáis pensando.
PD.- Esta historia se la dedico a mi amigo Jose Manuel, al cual le quedan pocos años para jubilarse.

sábado, 1 de mayo de 2010

HISTORIA DE UN ESPEJO

Antes de contaros esta historia os propongo un ejercicio, el cual es voluntario. Si no se hace no pasa nada. Si lo haces te conocerás un poco más a ti mismo. Como siempre, tú decides.
El ejercicio consiste en averiguar que quiere decir este chiste del genial Máximo, que apareció publicado en el periódico ABC del 7 de Agosto de 2009:


¿Qúe quiere decir con eso de "piensa mal y mírate al espejo"?. Merece la pena que llegueís a alguna conclusión. Sin prisa. Darle otra vuelta, que algo nos querrá decir. ¿lo habeís entendido ya?, ¿estaís seguros?, ¿podeís escribir en una sola línea su significado?.
Estoy seguro que muchos habeís entendido completamente su significado, pero si puede ser de ayuda para los que tengan alguna duda, seguro que les va a encantar la siguiente historia, según se cuenta en un pequeño librito lleno de sabiduría, "Cuentos de los sabios de la India", de Martine Quentric-Séguy (Ed. Paidós):

Un hombre muy pagado de sí mismo mando cubrir con espejos todas las paredes y el techo de su habitación más bella. Se encerraba a menudo en ella, contemplaba su imagen, se admiraba en detalle, por arriba, por debajo, por delante, por detrás. Se sentía de ese modo entonado, listo para enfrentarse al mundo.
Una mañana abandonó la estancia sin cerrar la puerta. Entró en ella su perro. Al ver otros perros, los olfateó; como le olfateaban gruño; como gruñían, los amenazó; como le amenazaban, les ladró y se abalanzó sobre ellos. Fue un combate espantoso: ¡las batallas contra uno mismo son siempre las más feroces! El perro murió extenuado.


Un asceta pasaba por ahí mientras el amo del perro, desconsolado, mandaba tapiar la puerta de la sala de los espejos.

-Este lugar puede enseñarte mucho -le dijo-. Déjalo abierto.

-¿Qué quieres decir?

-El mundo es tan neutro como tus espejos. Según nos mostremos maravillados o ansiosos, nos refleja lo que le damos. Si eres feliz, el mundo lo es. Si estás atormentado, también lo estará el mundo. En él combatimos sin tregua nuestros reflejos y morimos en el enfrentamiento. Que esos espejos te ayuden a comprender esto: en cada ser y en cada instante, feliz, fácil o difícil, no vemos a la gente ni el mundo, sino sólo nuestra imagen. Observa esto, y todo temor, todo rechazo, todo combate te abandonarán.

¿Qué os parece? Sencillo, breve y profundo, entre otras cosas. Pero como decía el Cohelet, "no hay nada nuevo bajo el sol". Ya se lo decía San Pablo a los romanos, hace casi dos milenios: "pues en lo mismo en que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas".

Gracias a Máximo y a su magnífica viñeta, a mí se me ha ocurrido pensar que ese antiguo refrán castellano que dice "Piensa mal y acertarás", se podría completar si se dijera "Piensa mal y acertarás,....más, si te miras a ti mismo".
Y mi reflexión sobre todo esto, es que perdonar resulta mucho más sencillo, cuando hacemos caso de lo que nos enseña el sabio indio. ¿Qué pensaís vosotros?







lunes, 5 de abril de 2010

ERASE UNA VEZ UNA VICTIMA


Hace unos días fui a ver un espectáculo, que no viene a cuento que os lo cuente, y como me gusta ir sin prisas, llegué con bastante anticipación, tomé asiento en un café de los antiguos que esta a un paso del sitio donde iba y me dispuse a disfrutar del momento.

Mira por donde entró un viejo amigo, le invité a sentarse y me acompañó charlando agradablemente.

Empezamos por hablar de mil cosas y ponernos al día. Me contó la historia de un conocido común, que al parecer acabó divorciándose, ya que según era sabido por todo su círculo de amistades maltrataba a su mujer, a la cual los dos conocíamos también. Y mi amigo me preguntó: “¿porqué crees tú que ella aguantó tanto tiempo esa situación? ¿qué ventajas tenía ser la víctima de tanta crueldad como la que tuvo que soportar?”.

“Pues a lo primero no sé que decirte”, le contesté, “porque como sabes, no llegué a conocerla lo suficiente para tener una opinión formada. Para tu segunda pregunta, también habría que preguntarle a ella porque supongo que cada víctima es diferente. Los que no hemos sido maltratados creo que nunca sabremos lo que significa por mucho que nos lo imaginemos o nos lo cuenten. ¿Tú te has sentido víctima o te sientes víctima de alguien o algo?”, le pregunté.

“¡¿Qué me preguntas?, pues claro que sí!”, me contestó. “Me he sentido y ahora mismo me siento víctima, pero creo que yo y todos los demás. ¿Quién no ha sido víctima de un jefe déspota y opresor? ¿victima de compañeros envidiosos y agresivos? ¿victima de esta panda de políticos incompetentes que nos gobiernan? ¿victima de esta sociedad hipócrita en la que vivimos?. Y experiencias personales, te puedo contar las que quieras, desde una novia que me plantó un mes antes de la boda, amigos que se han aprovechado de mí y después me han abandonado, hasta las tres veces que han entrado a robar a mi casa. ¿Quieres que siga?”.

“¡No hombre, no, que me has convencido!”, le dije, “sólo pretendía pensar en qué ventajas tenía ser la víctima en el caso de la mujer de la que hablábamos. Entonces, ¿cuales crees tú que son las ventajas de ser una víctima?”.

“¿Ventajas? Pues si te digo la verdad, nunca lo había pensado así”, me contestó. “Nadie quiere ser una victima, supongo. Podría ser que de esta forma aprendemos de las lecciones que nos va dando la vida. Pero yo no he debido ser muy listo, porque sigo teniendo unas malísimas experiencias. ¿Y tú que piensas?”.

“Pues yo creo que por ahí van los tiros”, le dije. “Estoy convencido que venimos a esta vida a aprender, y nada de lo que nos ocurre es por casualidad. Recogemos lo que sembramos y si no nos gusta lo que recibimos, por alguna razón será. Y si nos paramos a averiguar esas razones, a descubrirnos, llegamos a la conclusión que todo lo que nos ha ocurrido siempre ha sido por algo, y que muchas veces ha sido bueno para nuestras vidas, aunque eso no lo entendamos hasta pasado un tiempo. ¿No crees que tengo razón?”.

“Pues no tengo ni idea de si tienes o no razón, pero lo que si sé es que a mí no me ha ido nada bien en la vida. A veces pienso, ¡bueno y porqué a mi me tiene que pasar esto!¡qué he hecho yo para merecer esto!. Me parece que soy el blanco de todas las desgracias y veo a otros que están a mi lado y no les ocurre ni una fracción de todo lo malo que a mí me ocurre, ¡yo si que soy una víctima!".

“¡Hombre no será para tanto!” le dije tratando de animarle. “Piensa que a lo mejor tú has venido a esta vida a aprender ser una víctima, y según tú, ¡mira que lo estás logrando!.Te voy a contar una historia verídica por si te sirve de algo”.

En un pueblo castellano, que no te diré cual porque los personajes viven todavía, se criaron juntos dos amigos desde la infancia, a los que sus padres bautizaron como Augusto y Ramón. Fueron juntos a la escuela y más tarde al instituto de un pueblo más grande cercano. Los dos no podían ser más dispares, aunque quizás por eso lo llevaban tan bien. Augusto enseguida destacó para los negocios y su objetivo en la vida era ganar mucho dinero. El otro, Ramón, pronto se inclinó por las artes, sobre todo la literatura y vivir bien.
Antes de que Augusto dejará de vivir con sus padres, ya había montado un par de empresas y ganado bastante dinero. Con una visión fuera de lo común para los negocios, empezó a comprar viñas por todos los pueblos de alrededor y a fundar una bodega. Hoy sus vinos son conocidos en el mundo entero y su fortuna es incalculable, entre otras cosas, porque aunque no es un hombre que lo vaya contando, sólo hay que ver las fincas y casas que tiene, sus ocho coches y el tren de vida que lleva. Se casó, vivía enamorado de su mujer, tuvo varios hijos, y como lo que le gustaba era hacer dinero, siguió y siguió creando empresas, generando riqueza y puestos de trabajo. Era admirado y querido por sus convecinos y generoso para con todos, especialmente para su amigo del alma, Ramón, con el que le unía una fuerte y estrecha amistad.

Como te decía, sin embargo a Ramón lo que le gustaba eran otras cosas. Cuando fue joven, le gustaba la poesía y perseguir a jóvenes del sexo opuesto a las que dedicar sus versos. Más tarde, consiguió un modesto puesto en el Ayuntamiento, que le permitía dedicarse a lo que más quería: los libros y las mujeres y no sabría decirte en qué orden. Como además era de un buen porte y distinguido, tuvo novias y más novias, en todos los pueblos de la comarca, y cuando se veía necesitado acudía a la capital para ampliar sus aventuras amorosas. Cuando no estaba al lado de una mujer, se le veía caminando, dando largos paseos o tumbado leyendo a la orilla del rio. Nunca se casó y nunca se dedicó a perseguir el dinero, ¡ya tenía bastante con perseguir mujeres!. Sentía una fuerte amistad por Augusto y más de una vez le acompañaba en el coche, cuando este tenía que desplazarse en sus viajes de negocios. Ramón, que no sabía conducir y que no tenía coche, le decía riéndose a su amigo: Augusto, ¡ me encanta tener chófer!.

Aconteció que, después de una breve y rápida enfermedad, falleció la mujer de Augusto y este se quedó viudo. A partir de entonces, Augusto empezó a reflexionar sobre su vida y Ramón le acompañaba la mayor parte del tiempo y así pasaron un par de años más.

A pesar de la disparidad entre estos dos hombres, en ambos se despertó la inquietud por temas espirituales y el deseo de conseguir su realización personal. Y de esta forma, ambos llegaron a la decisión de dedicarse totalmente a su crecimiento espiritual, para lo cual decidieron ingresar como legos primero, en un precioso monasterio que había en un pueblo cercano. Cuando se entrevistaron juntos con el Padre Prior, éste les preguntó:

“Pero hijos, ¿realmente queréis renunciar a perseguir al dinero y a las mujeres?”.
“Si, Padre”, le contestaron. “Cuando hemos dado este paso ya sabemos que algún día tendremos que hacer los votos de pobreza, castidad y obediencia”.

Te puedes imaginar lo que para Augusto supuso lo primero. Dado que se había pasado toda su vida acumulando riqueza y lo bien que se le daba hacerlo, renunciar a todo debió serle extremadamente difícil. Mientras que para Ramón que apenas tenía nada, eso no le supuso un gran esfuerzo. Justo lo contrario les pasó con la castidad, y más de una mujer se llegó a acercar al monasterio para tratar de hacer cambiar a Ramón de opinión. Pero ninguna preguntó por Augusto, aunque ya bastante tenía con lo suyo.

Pasaron el período de prueba y cuando se consagraron y tomaron los votos, la iglesia del Monasterio estaba llena a rebosar, de familiares y vecinos de toda la comarca. Fue una fiesta grande y allí siguen todavía recluidos lejos del mundanal ruido. ¡Quién como ellos sabe lo que es renunciar a lo que renunciaron!

“Bueno, espero que tú saques tus propias conclusiones de esta historia”, le dije a mi amigo. Pero espero que no tengas que ingresar en un monasterio si quieres renunciar a tu victimismo. Ah!! pero perdona, primero tenía que haberte preguntado, ¿realmente quieras dejar de ser la víctima?”.

Se quedó unos instantes pensativo y a continuación me dijo: “Claro que quiero dejar de serlo, pero si no es entrando en un monasterio, ¿cómo se hace eso?”.

En ese momento me dio por mirar el reloj y me sobresalté. “Lo siento”, le dije, “quedan diez minutos para que empiece la función y seguro que mi mujer me está esperando. Hacemos una cosa, invítame tú a este café, me llamas cuando tú quieras, y cuando nos veamos te lo cuento y te devuelvo la invitación. ¿Te parece bien?”. Nos despedimos con un abrazo y salí a la ligera.

Y aquí se acaba la historia y ahora que lo pienso me entra la duda de si mi amigo acabará llamándome. Se hacen apuestas, ¿quién de vosotros creéis que me llamará? ¿quién de vosotros piensa que no me llamará? ¿quién ganará?

lunes, 1 de marzo de 2010

EL MUNDO ES UN TEATRO


Esta historia es la de dos truhanes, cuya vida se la habían pasado cometiendo actos delictivos, desde hurtos y robos a violaciones, algún que otro homicidio y todo tipo de fechorías.
Ambos pertenecían a un clan de la droga y su jefe les había dicho que al día siguiente atacarían a una banda rival. Tenían que estar preparados para lo peor, pues se podrían producir numerosas bajas.

La noche anterior, Pedro y Juan que así se llamaban, estaban en su cuartel general matando el tiempo con una botella de whisky y fumando hasta por los codos, como queriendo aprovechar al máximo los últimos momentos de su azarosa vida.
Y esta fue la conversación que mantuvieron:

Pedro.- Oye Juan, estoy pensando una cosa, a ver que te parece.

Juan.- ¿Tú pensando?, ¡pues si que estás desconocido!.

P.- No te rías, que la cosa va en serio.

J.- Bueno, hombre, tú dirás.

P.- Mira que si lo que dicen todos estos curas y meapilas, resulta que tienen razón. ¡Tendría gracia!.

J.- ¿A qué te refieres, hombre?.

P.- Pues a eso, de que si existe el cielo y el infierno y todas esas gaitas.

J.- ¡Pero tío que te pasa!. No me vengas ahora con todas esas chorradas.

P.- No, no, lo estoy pensando en serio. Suponte que mañana nos dan “garrote” y la palmamos.

J.- ¡Ni de coña!. Mañana les vamos a dar “pal pelo”, a todos esos capullos.

P.- Si, ¿pero y si no?. Imagínate que “las pichamos” y nos vamos para el otro barrio. Y resulta que es verdad, que hay cielo y nos están esperando allí. Y te dicen, ¿a ver, tú que has hecho “desgracio”?. ¡menuda papeleta!. ¡Si no hemos hecho nada bien en nuestra puta vida!.

J.- ¡Hemos hecho lo que nos ha apetecido, no te jode!.

P.- Pues por eso, hemos hecho muchas cosas malas pero y si te preguntan, ¿al menos te habrás arrepentido?. ¿qué les dices?.

J.-¡ Macho, deja de beber que te has pasao!.

P.- No, no Juan, que lo digo en serio. Mira, suponte que no es verdad que hay cielo, que no hay nada. ¡Pues ya está!. Cuando la palmas, ni te enteras y tu cuerpo se lo comen los gusanos. No hay vida más allá de la tierra. ¡Se acabó la cosa!.
Pero y si resulta que te mueres, y es verdad eso del alma, y aparecemos en algún lugar y nos miran diciendo: ¡ahí va otro capullo!. ¡Toda una vida desperdiciada haciendo el cafre!.
¡Y eso que su pobre madre, mira que lo intento!. Mira que le dijo veces, ¡que se vive mejor haciendo el bien que el mal!. Y él como si nada, haciendo barbaridades.

J.- Sí, lo que tú digas.

P.- Sí, imagínate que te preguntan ¿al menos te habrás arrepentido?. Y tú con cara de lelo, ¿qué les dices?. “No”, sabes, ¡es que soy un capullo integral y tonto del culo!. Por que no me digas la cara de gilipollas, que se nos va a quedar. Y hala, a pudrirnos en los infiernos, ¡por subnormales!.

J.- ¡Chorradas y no dices más que chorradas!.

P.- Sí, sí, lo que tú digas. Pues yo mañana, como vea fea la cosa, te juro por Dios que me arrepiento. ¡Por si las moscas!.

Y para que no acabe bien la cosa, al día siguiente, los dos caen heridos y al poco rato mueren.


PREGUNTA.- Si esto fuera parte de una obra de teatro, ¿qué papel elegirías, el de Pedro ó el de Juan?

miércoles, 3 de febrero de 2010

MI AMIGA EMILIA

Hace unos meses estuve charlando con una persona que conozco y me hizo una pregunta que me gustaría compartir con vosotros:

“¿Es posible perdonar a alguien que ya no está en esta vida?”.

“La respuesta es que sí”, le contesté, “porque el perdón no requiere comunicación, es decir, una persona perdona a otra, y el acto de perdón ya está en sí completo. No es necesario comunicar a esa persona que se le ha perdonado”.

“Pero parece que algo falta” me dijo. “Si la otra persona no se entera, es como si no se resolviera el asunto”.

“Pues depende. No se debe generalizar en estos temas porque cada caso es un mundo. Pero si me cuentas los detalles, podemos tratar de sacar alguna conclusión”.

Y os resumiré brevemente lo que me contó. Al parecer, Emilia, que así no se llama, había nacido en un pueblo, que más da el nombre, después de nuestra última guerra civil, esta si que fue de verdad. El padre era un pequeño agricultor y con mucho esfuerzo y sufrimiento trataba de sacar adelante a su familia, su mujer y cinco hijos. Emilia era la cuarta, y delante de ella tenía a dos varones y a su hermana mayor. Por detrás, la benjamín y mimada de la familia.

Eran unos años duros y aunque ella no recuerda que llegaran a pasar hambre, si que pasaron muchas privaciones, llevando una vida que todos nos podemos imaginar. Emilia recuerda que la ropa que vestía, era la ropa arreglada de su hermana y todavia se acuerda con emoción, un año que le compraron unos zapatos nuevos.
Las cosas no marchaban bien y un día, su madre sin darla más explicaciones la dijo que se tenía que ir a vivir a casa de la hermana del padre, su tía Antonia. Emilia, que entonces tenía seis años, no podía comprender las razones. Si, era cierto que no tragaba a su hermana la pequeña y sus padres la decían que no tenía que ser envidiosa ni pegarla, pero obligarla a irse de casa, era algo que no lograba comprender.
La tía Antonia, se había quedado soltera y estaba al cuidado de la abuela paterna, en una casa al otro lado del pueblo. Y allá que se fue la pobre Antonia, con sus pocas pertenencias que cabían en un par de bolsas. Me cuenta que separarse de sus hermanos fue lo que peor llevó, y aunque les veía en la escuela y por el pueblo, ya que éste no era muy grande, la situación no era la misma. Eso sí, la tía Antonia se portaba bien con ella y la abuela también. Percibía que tenia su atención y cariño, pero la costó llorar muchas noches debajo de las sábanas. No podía entender que la hubieran alejado de la casa y de la familia. ¿por qué no se habían desprendido de la pequeña, que era la última que había llegado?

Pasaron cuatro años y su madre enfermó. En sólo tres meses, después de pasar por el hospital, la madre falleció. Todo fue tan rápido, que apenas Emilia se pudo despedir de su madre. Nunca pudo expresarle toda la rabia y resentimiento que guardaba en su corazón por lo que la había hecho y ahora piensa que aunque hubiera tenido la oportunidad, no lo habría hecho pues era sólo una niña. Cuando tuvo 17 años, se vino a la capital y aquí ha vivido el resto de su vida. Y este episodio la ha marcado profundamente.

Yo le hice más preguntas acerca del padre y del resto de los hermanos, pero que añaden poco al caso. Pero si la conté algo que me vino a la memoria, una historia acerca de Wayne Dyer, autor que me imagino que conocéis, pues ha vendido cientos de millones de libros y ha sido traducido a más de 50 idiomas. Y os la contaré tal como se la conté a ella:


En 1.974, por una historia rocambolesca llena de casualidades, Wayne acabó en una ciudad del sur de Estados Unidos, a más de mil kilómetros de su residencia. Llegó a esa ciudad de casualidad, pero con cierto interés pues hacía poco que había averiguado donde estaba la tumba de su padre, al cual nunca había conocido. Su padre le abandonó justo cuando su madre volvía del hospital de tenerle a él, ya que al entrar en casa, comprobó que se había llevado sus cosas sin decir media palabra. Le abandonó no sólo a él sino también a su madre y a dos hermanos y nunca llegó a enterarse de los motivos o las causas que le llevaron a cometer tan canallesca acción. Cuando ya se hizo algo mayor, se enteró de que el padre había llevado una vida de lo más azarosa. No sólo les abandonó a ellos sino que también había abandonado a lo largo de su vida a otras cinco mujeres. El padre había pasado cinco años en prisión por robar y era la típica persona que engañaba a todo el mundo, a todo el que se dejaba. Nunca pagó la pensión a su madre, era alcohólico y pendenciero, y Wayne jamás en su vida había recibido ni una sola llamada de su padre.
En 1974, Wayne tenía 34 años de edad y su vida estaba literalmente fuera de control, estaba gordo y comía de una forma poco saludable, bebía y tomaba estupefacientes y tranquilizantes, su mujer le había abandonado, tenía todo tipo de problemas y su vida se encaminaba a un final desastroso. ¡Estaba siguiendo los pasos de su padre!

Ese día, finalmente Wayne encontró el cementerio y se detuvo delante de la tumba de su padre por espacio de más de una hora, volcando toda la rabia que llevaba contenida. Le hizo todo tipo de reproches, le hacía preguntas sin respuesta, le insultaba, le maldecía y se alegraba de que se estuviera pudriendo en los infiernos. De repente, sintió como si se derrumbara, se quedó sin fuerzas, como alelado. Al poco, sin saber de donde, fue como si le viniera una inspiración: la razón por la que estaba allí era para perdonar todo el mal que se suponía que su padre le había originado. Y él, que unos minutos antes lleno de rabia, se había orinado en la misma tumba por la ira que le embargaba, le ocurrió algo que representó un momento crucial para su vida: un sentimiento de perdón le brotaba del corazón y sentía como si Dios le estuviera sonriendo. Lo expresó en voz alta, “te perdono”, y desde ese momento decidió comprender. El padre había vivido la vida que quiso o le tocó vivir. Si la malogró o tuvo éxito allá él. Wayne se preguntó que quién era él para juzgarle y de qué le servía dar una y otra vez vueltas a lo mismo. Pensó que él era el único responsable de lo que estaba haciendo con su propia vida y decidió que no quería acabar como acabó su padre. Era como si la rabia, el odio y el rencor hubieran desaparecido, sólo quedaba compasión y amor.

Cuando volvió a su trabajo en la universidad, pues por aquella época estaba trabajando como profesor asociado, decidió abandonarlo todo y empezar una nueva vida. Se cambió de Estado y se puso a escribir un libro “Tus zonas erróneas”, del cual se han vendido más de 60 millones de ejemplares y traducido a 47 idiomas. Su padre resultó ser la persona que más le había inspirado en toda su vida, y ni siquiera le había conocido. Dejó de beber y abandonó las drogas cambiando completamente la forma de relacionarse con los demás. Al principio fue muy duro, pero poco a poco su vida mejoró, encontró a la que hoy en día sigue siendo su mujer y es padre de seis hijos. Su madre todavía vive y Wayne cuida de ella. Ha escrito numerosos libros, es conferenciante y tiene frecuentes apariciones en la televisión y en la radio. Todo cambió en su vida una vez que sacó el odio de sus entrañas.
Y esta es la lección que enseñan todos los grandes maestros desde Jesús, Buda, Ghandi, Nelson Mandela…. Y como cuenta Wayne, “nadie muere por la mordedura de una serpiente, se muere por el veneno que se introduce en el cuerpo”. Saca el veneno que llevas dentro y encontrarás la paz y la felicidad.

Emilia había escuchado con atención la historia y por un momento se quedó pensativa. Seguimos charlando un rato y por lo que me contó, lo que hicieron sus padres con ella era algo que ocurrió a muchos otros niños, debido a las condiciones de pobreza que en aquella época se vivía. Su hermana pequeña más tarde le confesó, que ella sentía envidia de Emilia, porque en casa de la tía Antonia se comía mejor y la compraban más vestidos y ropa que a ella. En cualquier caso, los padres habían hecho lo que pensaron que era mejor y luego la tía Antonia, que se quedó soltera, resultó ser una segunda madre hasta que hace unos años falleció. Emilia me acabó diciendo: “tengo que dejar de hacerme la victima”.

Y por una de esas casualidades que existen, cuando estoy escribiendo esta historia, suena el teléfono y es Emilia que llama para saludarme. Es curioso que cuando se piensa en un amigo, a menudo suena el teléfono y es él o si vas por la calle te le encuentras, ¿os ocurre lo mismo a vosotros?.

viernes, 8 de enero de 2010

DOS AMIGOS

Esta historia me la contó mi amigo Esteban hace unos días. Al parecer, recientemente había perdido y vuelto a recuperar la amistad de un amigo suyo de toda la vida al que yo no conozco porque éste reside en Santander. Por lo que me dijo, la amistad entre ellos venía de antiguo, pues juntos estuvieron estudiando en la Universidad. En aquella época, ambos conocieron y se enamoraron de otras dos amigas, con las que unos años más tarde acabaron casándose.

Durante muchos años habían continuado su amistad y cuando ambas parejas tuvieron hijos, compartieron muchos momentos a través de las actividades de los niños. Más tarde, a mi amigo Esteban le trasladaron a Madrid y ellos continuaron en contacto aunque, lógicamente, ya no se veían tanto como antes. A pesar de la distancia, las dos familias mantuvieron la amistad, pasando en alguna ocasión las vacaciones juntos, haciendo algún que otro viaje y así pasaron unos cuantos años más.

Hace unos tres años, mi amigo Esteban se divorció debido a que su ex-mujer había conocido a otro hombre y, sin previo aviso, le abandono y se fue a vivir con el otro. El asunto sorprendió a todo su círculo familiar y a todas las amistades, debido a que ella siempre pareció una persona indecisa e insegura, incapaz de algo semejante, pero eso es lo que ocurrió. Mi amigo Esteban, que es un caballero, con una fuerte personalidad, sobrellevó el tema lo mejor que pudo y se podría decir que la separación fue de lo más correcta posible, si la comparamos con otros casos similares.

Pues volviendo a los acontecimientos, como si el destino se fuera repitiendo, el amigo suyo de Santander, también se había separado hacía unos meses, por motivos similares. En este caso, la separación había sido más tumultuosa, pues su mujer había sido la amante durante algunos años de uno de los Notarios de Santander y mucha gente en la ciudad lo sabía, hasta que por fin él los descubrió. Hubo alguna escena digna de una película pero la cosa no fue a mayores. El Notario continuó con su vida pues estaba casado y no se separó de la que era su esposa, a pesar del escándalo que se formó. Pasado un corto tiempo, el matrimonio del amigo de Esteban acabó por deshacerse y en alguna ocasión, ambos amigos hablaron por teléfono y comentaron las casualidades que les ha
bía deparado la vida.

Un poco tiempo después, un día mi amigo Esteban recibe una llamada de la ex-mujer de su amigo y le dice que está en Madrid, pasando unos días en casa de una amiga y que la gustaría verle y salir a cenar un día. Esteban lo encontró de lo más natural del mundo, y accedió al requerimiento pues eran muchos años y momentos los que habían pasado juntos ambos matrimonios. Quedaron al día siguiente en un restaurante conocido y Esteban continuó con su trabajo, pues estaba especialmente ocupado en esa época, y no se le ocurrió comentarlo con su amigo.

Cuando se encontraron se saludaron amistosamente y la cena transcurrió entre las historias de ambos, recordando viejos tiempos. Ella se sinceró y contó los motivos de su ruptura y lo cierto es que mi amigo Esteban no sabe, si por los efectos del vino o porque empezó a coquetear con él, la noche hubiera acabado de otra forma si él se hubiera decidido al ataque. Hay que decir que mi amigo Esteban ahora está sin pareja, pero le parecía muy fuerte liarse con la ex-mujer de su amigo y ahí quedó la cosa.

Pasaron unos días, cuando Esteban recibe la llamada de su amigo notablemente nervioso. Rápidamente le pregunta si es cierto que ha visto a su ex –mujer, que por qué no le ha contado nada y que qué ha pasado entre ellos. Mi amigo sin perder la calma, le cuenta lo que ha pasado y el otro interrumpiéndole le espeta: ¿qué pasa, ahora tú también te quieres liar con ella?. Y de repente le cuelga.

Mi amigo Esteban, lógicamente dolido por esta reacción, no dio ningún paso y se puso a la espera de que él rectificase, pues se encontraba libre de culpa. Así pasó una semana, y otra, y otra y Esteban empezó a sentir que las cosas se estaban yendo de las manos. ¿Porqué le había colgado? ¿cómo podía pensar de él que se iba a liar con su ex –mujer? ¿qué sentido tenía de la amistad? Y más preguntas por el estilo, ¿y si le había pasado algo? ¿qué podía haber contado la ex-mujer de su amigo?.

Pasaron algunas semanas más y Esteban se sentía dolido, injustamente tratado y deprimido por haber perdido la amistad. Pero un día, reflexionando, llegó a la conclusión que la amistad era más fuerte que su orgullo y tenía, de una vez por todas, que clarificar la situación. Además, sintiendo la amistad que profesaba a su amigo, internamente procedió a perdonarle y a no guardar ningún tipo de rencor ni resentimiento. Pensó que su amigo debía haber pasado por malos momentos y las reacciones, en ese estado, no son las adecuadas. ¿Cómo había dejado pasar tanto tiempo? ¡qué falacia de orgullo!. Pensó que muchas veces lo que esperamos de los demás no es lo que nos llega pero eso es precisamente lo que necesitamos para darnos cuenta de otros aspectos de nuestra vida.

Así que sintiéndose con fuerzas, agarró el teléfono y le llamó. Según me comentó, empezó pidiéndole perdón si de alguna forma, que él no era consciente, le había ofendido. Siguió diciéndole que pensaba que su amistad estaba por encima de todo y que quería recuperar la relación con él. Pasaron unos instantes y el silencio encogió el corazón de mi amigo Esteban, pues el otro, emocionado, no decía palabra. Pero a continuación le dijo que no sólo le perdonaba, sino que era al revés, que era él, el que le pedía perdón y reconocía abiertamente que no le había tratado correctamente. Le contó que lo había pasado muy mal, había estado deprimido y que lo que más sentía de todo lo que le había pasado era sentir que había perdido la amistad entre ellos.

Lo mejor de toda la historia es que ninguno de los dos efectuó reproche alguno y eso facilitó enormemente el reencuentro. ¿Qué sentido hubiera tenido?. Después se han vuelto a ver y una de las cosas, que más les llena de satisfacción, es comprobar que ellos que ya eran amigos cuando conocieron a sus dos mujeres, después de esa crisis, los dos sienten que su amistad es mucho más fuerte. Yo le he pedido que me le presente en la próxima ocasión, pues los amigos de mis amigos son mis amigos. ¡O eso dicen!