LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

MI AMIGA EMILIA

Hace unos meses estuve charlando con una persona que conozco y me hizo una pregunta que me gustaría compartir con vosotros:

“¿Es posible perdonar a alguien que ya no está en esta vida?”.

“La respuesta es que sí”, le contesté, “porque el perdón no requiere comunicación, es decir, una persona perdona a otra, y el acto de perdón ya está en sí completo. No es necesario comunicar a esa persona que se le ha perdonado”.

“Pero parece que algo falta” me dijo. “Si la otra persona no se entera, es como si no se resolviera el asunto”.

“Pues depende. No se debe generalizar en estos temas porque cada caso es un mundo. Pero si me cuentas los detalles, podemos tratar de sacar alguna conclusión”.

Y os resumiré brevemente lo que me contó. Al parecer, Emilia, que así no se llama, había nacido en un pueblo, que más da el nombre, después de nuestra última guerra civil, esta si que fue de verdad. El padre era un pequeño agricultor y con mucho esfuerzo y sufrimiento trataba de sacar adelante a su familia, su mujer y cinco hijos. Emilia era la cuarta, y delante de ella tenía a dos varones y a su hermana mayor. Por detrás, la benjamín y mimada de la familia.

Eran unos años duros y aunque ella no recuerda que llegaran a pasar hambre, si que pasaron muchas privaciones, llevando una vida que todos nos podemos imaginar. Emilia recuerda que la ropa que vestía, era la ropa arreglada de su hermana y todavia se acuerda con emoción, un año que le compraron unos zapatos nuevos.
Las cosas no marchaban bien y un día, su madre sin darla más explicaciones la dijo que se tenía que ir a vivir a casa de la hermana del padre, su tía Antonia. Emilia, que entonces tenía seis años, no podía comprender las razones. Si, era cierto que no tragaba a su hermana la pequeña y sus padres la decían que no tenía que ser envidiosa ni pegarla, pero obligarla a irse de casa, era algo que no lograba comprender.
La tía Antonia, se había quedado soltera y estaba al cuidado de la abuela paterna, en una casa al otro lado del pueblo. Y allá que se fue la pobre Antonia, con sus pocas pertenencias que cabían en un par de bolsas. Me cuenta que separarse de sus hermanos fue lo que peor llevó, y aunque les veía en la escuela y por el pueblo, ya que éste no era muy grande, la situación no era la misma. Eso sí, la tía Antonia se portaba bien con ella y la abuela también. Percibía que tenia su atención y cariño, pero la costó llorar muchas noches debajo de las sábanas. No podía entender que la hubieran alejado de la casa y de la familia. ¿por qué no se habían desprendido de la pequeña, que era la última que había llegado?

Pasaron cuatro años y su madre enfermó. En sólo tres meses, después de pasar por el hospital, la madre falleció. Todo fue tan rápido, que apenas Emilia se pudo despedir de su madre. Nunca pudo expresarle toda la rabia y resentimiento que guardaba en su corazón por lo que la había hecho y ahora piensa que aunque hubiera tenido la oportunidad, no lo habría hecho pues era sólo una niña. Cuando tuvo 17 años, se vino a la capital y aquí ha vivido el resto de su vida. Y este episodio la ha marcado profundamente.

Yo le hice más preguntas acerca del padre y del resto de los hermanos, pero que añaden poco al caso. Pero si la conté algo que me vino a la memoria, una historia acerca de Wayne Dyer, autor que me imagino que conocéis, pues ha vendido cientos de millones de libros y ha sido traducido a más de 50 idiomas. Y os la contaré tal como se la conté a ella:


En 1.974, por una historia rocambolesca llena de casualidades, Wayne acabó en una ciudad del sur de Estados Unidos, a más de mil kilómetros de su residencia. Llegó a esa ciudad de casualidad, pero con cierto interés pues hacía poco que había averiguado donde estaba la tumba de su padre, al cual nunca había conocido. Su padre le abandonó justo cuando su madre volvía del hospital de tenerle a él, ya que al entrar en casa, comprobó que se había llevado sus cosas sin decir media palabra. Le abandonó no sólo a él sino también a su madre y a dos hermanos y nunca llegó a enterarse de los motivos o las causas que le llevaron a cometer tan canallesca acción. Cuando ya se hizo algo mayor, se enteró de que el padre había llevado una vida de lo más azarosa. No sólo les abandonó a ellos sino que también había abandonado a lo largo de su vida a otras cinco mujeres. El padre había pasado cinco años en prisión por robar y era la típica persona que engañaba a todo el mundo, a todo el que se dejaba. Nunca pagó la pensión a su madre, era alcohólico y pendenciero, y Wayne jamás en su vida había recibido ni una sola llamada de su padre.
En 1974, Wayne tenía 34 años de edad y su vida estaba literalmente fuera de control, estaba gordo y comía de una forma poco saludable, bebía y tomaba estupefacientes y tranquilizantes, su mujer le había abandonado, tenía todo tipo de problemas y su vida se encaminaba a un final desastroso. ¡Estaba siguiendo los pasos de su padre!

Ese día, finalmente Wayne encontró el cementerio y se detuvo delante de la tumba de su padre por espacio de más de una hora, volcando toda la rabia que llevaba contenida. Le hizo todo tipo de reproches, le hacía preguntas sin respuesta, le insultaba, le maldecía y se alegraba de que se estuviera pudriendo en los infiernos. De repente, sintió como si se derrumbara, se quedó sin fuerzas, como alelado. Al poco, sin saber de donde, fue como si le viniera una inspiración: la razón por la que estaba allí era para perdonar todo el mal que se suponía que su padre le había originado. Y él, que unos minutos antes lleno de rabia, se había orinado en la misma tumba por la ira que le embargaba, le ocurrió algo que representó un momento crucial para su vida: un sentimiento de perdón le brotaba del corazón y sentía como si Dios le estuviera sonriendo. Lo expresó en voz alta, “te perdono”, y desde ese momento decidió comprender. El padre había vivido la vida que quiso o le tocó vivir. Si la malogró o tuvo éxito allá él. Wayne se preguntó que quién era él para juzgarle y de qué le servía dar una y otra vez vueltas a lo mismo. Pensó que él era el único responsable de lo que estaba haciendo con su propia vida y decidió que no quería acabar como acabó su padre. Era como si la rabia, el odio y el rencor hubieran desaparecido, sólo quedaba compasión y amor.

Cuando volvió a su trabajo en la universidad, pues por aquella época estaba trabajando como profesor asociado, decidió abandonarlo todo y empezar una nueva vida. Se cambió de Estado y se puso a escribir un libro “Tus zonas erróneas”, del cual se han vendido más de 60 millones de ejemplares y traducido a 47 idiomas. Su padre resultó ser la persona que más le había inspirado en toda su vida, y ni siquiera le había conocido. Dejó de beber y abandonó las drogas cambiando completamente la forma de relacionarse con los demás. Al principio fue muy duro, pero poco a poco su vida mejoró, encontró a la que hoy en día sigue siendo su mujer y es padre de seis hijos. Su madre todavía vive y Wayne cuida de ella. Ha escrito numerosos libros, es conferenciante y tiene frecuentes apariciones en la televisión y en la radio. Todo cambió en su vida una vez que sacó el odio de sus entrañas.
Y esta es la lección que enseñan todos los grandes maestros desde Jesús, Buda, Ghandi, Nelson Mandela…. Y como cuenta Wayne, “nadie muere por la mordedura de una serpiente, se muere por el veneno que se introduce en el cuerpo”. Saca el veneno que llevas dentro y encontrarás la paz y la felicidad.

Emilia había escuchado con atención la historia y por un momento se quedó pensativa. Seguimos charlando un rato y por lo que me contó, lo que hicieron sus padres con ella era algo que ocurrió a muchos otros niños, debido a las condiciones de pobreza que en aquella época se vivía. Su hermana pequeña más tarde le confesó, que ella sentía envidia de Emilia, porque en casa de la tía Antonia se comía mejor y la compraban más vestidos y ropa que a ella. En cualquier caso, los padres habían hecho lo que pensaron que era mejor y luego la tía Antonia, que se quedó soltera, resultó ser una segunda madre hasta que hace unos años falleció. Emilia me acabó diciendo: “tengo que dejar de hacerme la victima”.

Y por una de esas casualidades que existen, cuando estoy escribiendo esta historia, suena el teléfono y es Emilia que llama para saludarme. Es curioso que cuando se piensa en un amigo, a menudo suena el teléfono y es él o si vas por la calle te le encuentras, ¿os ocurre lo mismo a vosotros?.