LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

ERASE UNA VEZ UNA MALTRATADA



El otro día una persona me preguntó afirmando “debe ser difícil perdonar a alguien que te haya maltratado”. Y mi respuesta fue: “pues tienes razón, es difícil… pero has tenido tú alguna mala experiencia”. “No”, me dijo ella, “pero si tengo una amiga que le ha ocurrido eso con su marido, y parece ser que está viviendo un infierno”. Pues mira, le contesté, te voy a contar algo por si a ella le puede servir:

Es casualidad que yo también tengo una amiga, que se llama Helen y es coach profesional, que como sabrás son estas personas que te ayudan o “entrenan” a superar muchos de los problemas que tenemos en nuestras vidas, y hablando acerca de este tema, me decía que en su opinión, había que ir a raíz del problema y a partir de ahí, construir hasta la sanación de las causas. Y aunque había varias formas de conseguirlo, la más efectiva según ella, era a través del perdón y me contó lo que la sucedió a una de las personas que pasó por su consulta.

Emilia (no es su verdadero nombre), es una licenciada en Derecho que es muy buena en su profesión en temas fiscales y es independiente laboralmente. Es una mujer todavía joven, que no ha llegado a los 40, madre de dos hijos, un niño de 10 y otra niña de 8 años. Vive separada de su marido y están en trámites de conseguir el divorcio. La historia amorosa de Emilia, es parecida a la de muchas mujeres maltratadas.
Empezó con un novio cuando tenía 18 años del que se enamoró por completo. Era un chico del barrio y al principio salían con más amigos y amigas. Los tres primeros años pasaron bien, con las típicas peleas de enamorados, que siempre pasado un tiempo, unas veces más largo que otros, volvían a juntarse. En alguna ocasión, a él se le escapaba la mano y la había propinado algún golpe, pero nada que se pudiera decir que era serio.

Las cosas empezaron a empeorar cuando la pandilla de amigos se disolvió y empezaron a salir más como pareja. Emilia estaba en la universidad, en el tercer año de la carrera y el novio, había dejado de estudiar y se había puesto a trabajar en una oficina, con un trabajo que no le gustaba. Poco a poco la relación fue deteriorándose y las broncas eran más a menudo y constantes. Además el era muy celoso y empezó a tener problemas con el hecho de que Emilia algún día sería abogada y el tenía un oscuro futuro profesional. Si Emilia quedaba para estudiar con algunos compañeros de la universidad, se enfadaba y se lo hacía pagar, y ahora sí, en alguna ocasión, llego a ponerse muy violento, zarandeándola y propinándola algún que otro cachete . Pero Emilia seguía enamorada de él, o al menos eso creía y soportaba todo con paciencia y resignación. Cuando llevaban ya cinco años de relaciones, ella empezó a notar que él estaba más distante y frío, hasta que pronto descubrió que él la estaba engañando con una compañera de la oficina, con la que se estaba acostando desde hacía más de seis meses. La chica se quedó embarazada y ya no hubo más remedio que cortar con la relación. Cornuda y apaleada, como dice la expresión.

Después de esta triste experiencia, cuando pasados unos meses Emilia se recuperó, empezó a salir con amigos y conoció a algún chico que otro, pero nada serio. Hasta que conoció a Juan, su ex marido, en una fiesta a la que acudió. Juan trabajaba en la mediana empresa de construcción que el padre tenía. El padre, un hombre que se había hecho a sí mismo, tenía un fuerte carácter, apropiado para el tipo de trabajadores que tenía. Y con Juan era tan exigente como con el resto de empleados.
La cosa entre la pareja, parecía que funcionaba; Juan andaba bien de recursos y hacían numerosos viajes y la llevaba a buenos hoteles. Bueno, Emilia dice ahora, que ya observó algún detalle en Juan que la asustó, pero ya con sus 27 años no estaba para ponerse muy exigente con sus expectativas. Así que como el padre le regaló un piso a su hijo, pronto sonaron las campanas de boda.
Al poco empezaron las broncas y las discusiones. Juan trabajaba mucho y Emilia había conseguido un puesto en un pequeño despacho de abogados. Como ella no ganaba un gran sueldo, él no hacía más que recriminarle lo poco que valía, que el piso era de él, que ya estaba harto de trabajar tanto, y Emilia decía que todos los problemas que tenía con el padre, les pagaba con ella. No llegó a pasar un año de la boda y Emilia se quedó embarazada de su primer hijo. Este hecho al principio parece que calmó un poco la situación, pero no fue duradera. Embarazada de 6 meses sufrió la primera bofetada, aunque él luego la pidió perdón, y llorando arrepentido la decía que no iba a volver a pegarla. A esto Emilia que llevaba muy mal el embarazo, había llegado a un acuerdo con el despacho y dejado de trabajar, porque Juan decía que no lo necesitaba, de lo que luego se arrepintió. La cosa empeoró cuando la empresa del padre empezó a ir mal, porque no le pagaron una obra, tuvo que despedir a obreros, y Juan tuvo problemas con su padre, y encima le doy por beber alguna copa de más. Al año se volvió a quedar embarazada de su segundo hijo y tuvo que soportar un verdadero calvario.

Por sólo contar alguna de las barbaridades, te diré que la perseguía por la casa, empujándola y golpeándola, eso si, en sitios blandos que no dejaban huella. La insultaba de palabra, la decía que no valía para nada, que no sabía lo que había visto en ella, etc. y la dejaba notas hechas con letras de periódicos: “te voy a asesinar a ti y a tus hijos” “ marchate de casa y déjame en paz” y otras lindezas. Como se cambió de habitación y se puso a dormir con su hija, alguna mañana se despertaba y encontraba junto a sí, tijeras, cuchillos, etc. Emilia no se atrevía a denunciarle, pues por las típicas razones, que iba a ser un escándalo, que qué iba a pasar con ella y con sus hijos, que si se iba de casa era “abandono del hogar”, que no la iban a creer, que no tenía pruebas y aunque alguna vez intentó poner la denuncia, siempre se daba la media vuelta. Fuera de casa, él era malditamente correcto.

Un día tuvo la suerte, y digo suerte porque a saber cuanto tiempo más se hubiera prolongado la situación, de que se pasó y se le fue la mano. Estaba en la cocina, cuando empezó a insultarla y luego a golpearla, dándola patadas en el suelo, llegando a sangrar de los golpes, y acabando por perder el conocimiento. Antes, Juan a sus hijos les había encerrado en una habitación para que no fueran testigos, pero el mayor logró salir a través de una ventana que daba a un patio interior y empezó a gritar pidiendo auxilio y llorando. Acudieron los vecinos, y uno había llamado a la Policía, la cual al poco tiempo se presentó. Viendo la situación, la Policía se le llevó detenido a Comisaría y a ella le llevaron al hospital y luego cuando se recuperó y los médicos la dieron de alta, la llevaron para poner la denuncia.
Las medidas provisionales la adjudicaron la casa y la custodia de los niños y al marido le pusieron una orden de alejamiento. Por parte de su familia, la ayudaron muy poco, su madre había muerto y su padre, que ya era muy mayor, estaba en una residencia. Un hermano que tenía, vivía en Inglaterra.

Pero ahí no acabó su sufrimiento, porque a su marido le permitían ver a los hijos y eso era una fuente de problemas. Además le pagaba mal y tarde la pensión, y desde el primer momento el marido cerró cualquier otra fuente de ingresos. Así que se tuvo que poner a trabajar, en lo que pudo, incluso llegó a limpiar escaleras. Como la casa era del marido, se negaba a pagar cualquier tipo de impuestos o gastos y no hacía más que decir que ojala que le embargaran el piso.
Pasaron un par de años y Emilia tuvo la fortuna de que Juan encontró otra mujer, otra víctima para su colección y poco a poco, empezó a dejarla en paz. Emilia se incorporó a un bufete de abogados de prestigio y se volcó en sus hijos y en su profesión. Con mucho tesón y esfuerzo se ha ganado la confianza de los socios y como es muy buena profesional ha empezado a ir bien económicamente.

Parecía que se había recuperado psíquicamente, con ayuda de un psicólogo, y había empezado a rehacer su vida. Se apuntó a un curso de cómo mejorar la autoestima y su ex parecía que la dejaba más tranquila, relativamente. Y te digo esto, porque hace 6 meses encontró otro hombre y pensaba que esta vez podía ser el definitivo. Hasta que hace poco tuvo una fuerte discusión con él, y ha sido como revivir tiempos pasados.
Y en ese instante de su vida es cuando yo la conocí, hundida y confundida, pensando que qué ha hecho ella para merecer esto, ¿es que siempre tiene que ir a dar con hombres conflictivos y violentos? ¿por qué la ocurren estas cosas?. Sin atreverse a continuar la relación o romperla definitivamente y quedarse soltera de por vida, pensando en renunciar definidamente a tener una vida en pareja. ¡Pero que le pasa a esta sociedad en la que vivimos!

No sé si sabes que los “coaches”, no decimos que es lo que tiene o no tiene que hacer la persona, sino que la ayudamos a que sea ella la que encuentre dentro de su interior, las respuestas a los problemas que esa persona tiene. Eso si, hacemos muchas preguntas y todo esto que te he contado resumido, te puedes imaginar que es más amplio y con muchos más detalles. Partimos de la base que todos somos los únicos responsables de todo lo que nos ocurre y en el caso de Emilia, cuando empezó a sentir más confianza, le pregunté, como sin darle importancia, que me contara cómo había sido su niñez y según me lo contaba, empezó a hablar de sus padres.
El padre de Emilia había sido funcionario en un Ministerio, sin que llegara a ningún puesto relevante, porque según él se había significado políticamente y le habían arrinconado. Debido a esto, en su casa no pasaron apuros económicos, llevando eso si, una vida muy modesta, pero su padre era un hombre amargado y resentido con todos. Su madre, no tenía estudios y demasiado tenía con sacar a sus dos hijos y la casa adelante. Cuando volvía el padre de trabajar, se ponía a leer el periódico y a oír la radio o ver la televisión. Y según me lo estaba contando, Emilia se quedó callada, como en blanco, y de repente, se puso a llorar convulsivamente. Todavía con lágrimas en sus ojos, me contó que su padre en varias ocasiones a lo largo de su vida, cuando se enfadaba, gritaba y le pegaba a su madre. No fueron muchas veces, pero ella que era muy pequeña lo recordaba con terror y se paralizaba y luego de mayor no quería ni pensar en ello. Recordándolo ahora, resulta que también en más de una ocasión, les pegaba a ellos, aunque más a su hermano, porque era más travieso. Ella recuerda vivamente como en una ocasión que jugando había roto un jarrón, su padre se quito el cinto y la dijo: “esto me duele a mí más que a ti”, y le arreó dos cintazos en el culo, que le dejaron marca por mucho tiempo. Su pobre hermano, sufrió más las consecuencias y cuando fue más mayor, un día que el padre quiso pegarla a ella, el hermano se interpuso con un cuchillo y le dijo: “como te atrevas a pegarla te mato” y ahí el padre se arrugó y ya no volvió a atacarles físicamente, aunque sí de palabra. Ella piensa que por eso cuando su hermano cumplió 20 años, se marchó de casa y se fue a vivir a Inglaterra, tratando de olvidar.

A todo esto, la madre soportaba los malos tratos y no hacía nada por enfrentarse a su marido y defenderles. Era una mujer callada, sin apenas relaciones, porque ya se encargaba el padre de que no las tuviera ni con las vecinas. A pesar de que era más joven que el padre, tuvo una enfermedad de cáncer y se murió hace ya 12 años. Emilia, todavía seguía resentida con su madre y no podía entender como había soportado aquella vida. Por lo menos, debía haber tenido el coraje de defender a sus hijos. Pero a quién no perdonaría en su vida, era a su padre, al cual hacía cuatro años que no veía ya que estaba en una residencia de ancianos a las afueras de Madrid. Ni le perdonaría y si por ella fuera, no iría a verle nunca. Era mucho el daño que les había hecho.

Y aquí empezó mi verdadera labor, porque de lo que se trataba era de romper este ciclo de maltrato, padres que son maltratados, que a su vez maltratan a sus hijos, hijos que a su vez maltratan a los suyos, y alguien tiene que romper la cadena, la espiral de violencia que conforma sus vidas. Le dije que si estaba dispuesta a recuperar su vida, a tener paz, y si algún día quería conseguir la felicidad a la que tenía derecho, tenía que dar un paso, sólo un paso, difícil si, pero que a cambio iba a recibir mucho, ¿se atrevía?.
“Sí”, me dijo con una voz apenas audible, pero con la esperanza brillando en sus ojos, ¿qué tengo que hacer?.
“Pues tienes que perdonar”, le contesté. “El perdón te ofrece todo, te ofrece la vida, la calma y la alegría, te ofrece la oportunidad de cambiar, definitivamente, ¿Qué me respondes?
“Pues sí, pero no creo que pueda, no creo que tenga fuerzas y no estoy segura incluso de querer”.
“Pues mira, se empieza con un acto de voluntad que puedes tomar en este momento, ¿qué puedes perder con intentarlo?. Y cuentas con toda mi ayuda”.
“Pues sí, me has convencido, me decido a intentarlo, ¿cómo se hace?, ¿qué tengo que hacer?, me contestó.
Pues bien sencillo, vas a empezar por poner todo esto que me has contado por escrito, pero sólo quiero que escribas sobre ti, no tienes que volver a contar nada de lo sucedido, porque ya me lo has contado, quiero ver expresados tus sentimientos, como te sentías cuando eras la víctima de la violencia, tus miedos, tus reacciones etc. todo sobre ti, céntrate en ti, ¿lo podrás hacer?”.
“Si, creo que sí. Y creo que me va a venir bien”.
“Estupendo, nos vemos la próxima semana” le dije.

Y por no hacerte el cuento largo, después de varias reuniones, lo consiguió. Se perdonó a si misma, se perdonó todo los años de infelicidad que llevaba vividos y lo poco que se había querido a sí misma.. Perdonó a su madre, luego a su padre y a los hombres con los que había compartido su vida. Todos eran personajes que habían ido entrando en su vida para luego desaparecer, y lo importante era la lección que había aprendido. Personajes que habían adoptado un papel para que ella, desarrollando a su vez su personaje, al final se encontrara consigo misma, con su ser interior. Le tuve que aclarar que perdonar es un acto íntimo, que igual que no requiere petición del ofensor, tampoco requiere comunicación y que ambas cosas no son necesarias para que el perdón sea auténtico, completo, y eso le ayudó desde el principio. Tuvo que comprender que perdonarles no significaba que estuviera de acuerdo con lo mal que se habían portado con ella, que lo que hicieron estaba mal, pero que a su vez ellos eran victimas vete tú a saber de qué, pero víctimas al fin y al cabo, que habían representado el papel del malvado, de persona ruin y cruel, y ¡qué bien habían representado su pérfido cometido!. Pero lo importante es la persona ofendida, la que perdona, la que recibe el beneficio; el ofensor sigue su vida, ajeno a lo que está sucediendo. El perdón elimina de la mente toda sensación de debilidad, de tensión y de fatiga. Desaparece todo vestigio de temor y de dolor y que más puede desear una persona, que conseguir la paz interior.

Pues aquí podía haber quedado la cosa, pero Emilia, pasados un par de meses, y sacando fuerzas de donde ella no sabía que tenía, un buen día se fue a visitar a su padre.
Le encontró muy viejo y muy desmejorado, con una enfermedad que le hacía sufrir mucho. La entrevista, después de tantos años, al principio fue tensa, pero cuando Emilia le aclaró a su padre, que no iba para hacerle reproches si no para hablar con él, contarle su vida, contarle todo lo que había sufrido y como había rehecho su vida. Cómo después de tantos años, se sentía libre; los errores pertenecían al pasado, y mantener el rencor y el despecho, sólo le había hecho más daño. Su padre rompió a sollozar y Emilia le acompaño y abrazado a él, sintió su corazón inundado de piedad y compasión. Para sentir amor, necesitaría más tiempo.


“Y ésta es la bonita historia”, le dije a la persona que me preguntó. Ella no me había interrumpido ni por un solo momento y percibí todo el tiempo una atención constante. Pasados unos momentos, acertó a decirme “gracias, no sabes como te agradezco lo que me has contado”. “De nada”, le contesté, “me lo paso muy bien contando esta historia”. “Si quieres algún día te presento a mi amiga Helen, o se la presentamos a la amiga tuya que me dijiste”.
¿Pero tú crees que querrá?”, me preguntó.
“Seguro”, le contesté yo, “es una amiga íntima”, “eso sí, con el permiso de mi mujer”. Y me eché a reír.