LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

lunes, 5 de abril de 2010

ERASE UNA VEZ UNA VICTIMA


Hace unos días fui a ver un espectáculo, que no viene a cuento que os lo cuente, y como me gusta ir sin prisas, llegué con bastante anticipación, tomé asiento en un café de los antiguos que esta a un paso del sitio donde iba y me dispuse a disfrutar del momento.

Mira por donde entró un viejo amigo, le invité a sentarse y me acompañó charlando agradablemente.

Empezamos por hablar de mil cosas y ponernos al día. Me contó la historia de un conocido común, que al parecer acabó divorciándose, ya que según era sabido por todo su círculo de amistades maltrataba a su mujer, a la cual los dos conocíamos también. Y mi amigo me preguntó: “¿porqué crees tú que ella aguantó tanto tiempo esa situación? ¿qué ventajas tenía ser la víctima de tanta crueldad como la que tuvo que soportar?”.

“Pues a lo primero no sé que decirte”, le contesté, “porque como sabes, no llegué a conocerla lo suficiente para tener una opinión formada. Para tu segunda pregunta, también habría que preguntarle a ella porque supongo que cada víctima es diferente. Los que no hemos sido maltratados creo que nunca sabremos lo que significa por mucho que nos lo imaginemos o nos lo cuenten. ¿Tú te has sentido víctima o te sientes víctima de alguien o algo?”, le pregunté.

“¡¿Qué me preguntas?, pues claro que sí!”, me contestó. “Me he sentido y ahora mismo me siento víctima, pero creo que yo y todos los demás. ¿Quién no ha sido víctima de un jefe déspota y opresor? ¿victima de compañeros envidiosos y agresivos? ¿victima de esta panda de políticos incompetentes que nos gobiernan? ¿victima de esta sociedad hipócrita en la que vivimos?. Y experiencias personales, te puedo contar las que quieras, desde una novia que me plantó un mes antes de la boda, amigos que se han aprovechado de mí y después me han abandonado, hasta las tres veces que han entrado a robar a mi casa. ¿Quieres que siga?”.

“¡No hombre, no, que me has convencido!”, le dije, “sólo pretendía pensar en qué ventajas tenía ser la víctima en el caso de la mujer de la que hablábamos. Entonces, ¿cuales crees tú que son las ventajas de ser una víctima?”.

“¿Ventajas? Pues si te digo la verdad, nunca lo había pensado así”, me contestó. “Nadie quiere ser una victima, supongo. Podría ser que de esta forma aprendemos de las lecciones que nos va dando la vida. Pero yo no he debido ser muy listo, porque sigo teniendo unas malísimas experiencias. ¿Y tú que piensas?”.

“Pues yo creo que por ahí van los tiros”, le dije. “Estoy convencido que venimos a esta vida a aprender, y nada de lo que nos ocurre es por casualidad. Recogemos lo que sembramos y si no nos gusta lo que recibimos, por alguna razón será. Y si nos paramos a averiguar esas razones, a descubrirnos, llegamos a la conclusión que todo lo que nos ha ocurrido siempre ha sido por algo, y que muchas veces ha sido bueno para nuestras vidas, aunque eso no lo entendamos hasta pasado un tiempo. ¿No crees que tengo razón?”.

“Pues no tengo ni idea de si tienes o no razón, pero lo que si sé es que a mí no me ha ido nada bien en la vida. A veces pienso, ¡bueno y porqué a mi me tiene que pasar esto!¡qué he hecho yo para merecer esto!. Me parece que soy el blanco de todas las desgracias y veo a otros que están a mi lado y no les ocurre ni una fracción de todo lo malo que a mí me ocurre, ¡yo si que soy una víctima!".

“¡Hombre no será para tanto!” le dije tratando de animarle. “Piensa que a lo mejor tú has venido a esta vida a aprender ser una víctima, y según tú, ¡mira que lo estás logrando!.Te voy a contar una historia verídica por si te sirve de algo”.

En un pueblo castellano, que no te diré cual porque los personajes viven todavía, se criaron juntos dos amigos desde la infancia, a los que sus padres bautizaron como Augusto y Ramón. Fueron juntos a la escuela y más tarde al instituto de un pueblo más grande cercano. Los dos no podían ser más dispares, aunque quizás por eso lo llevaban tan bien. Augusto enseguida destacó para los negocios y su objetivo en la vida era ganar mucho dinero. El otro, Ramón, pronto se inclinó por las artes, sobre todo la literatura y vivir bien.
Antes de que Augusto dejará de vivir con sus padres, ya había montado un par de empresas y ganado bastante dinero. Con una visión fuera de lo común para los negocios, empezó a comprar viñas por todos los pueblos de alrededor y a fundar una bodega. Hoy sus vinos son conocidos en el mundo entero y su fortuna es incalculable, entre otras cosas, porque aunque no es un hombre que lo vaya contando, sólo hay que ver las fincas y casas que tiene, sus ocho coches y el tren de vida que lleva. Se casó, vivía enamorado de su mujer, tuvo varios hijos, y como lo que le gustaba era hacer dinero, siguió y siguió creando empresas, generando riqueza y puestos de trabajo. Era admirado y querido por sus convecinos y generoso para con todos, especialmente para su amigo del alma, Ramón, con el que le unía una fuerte y estrecha amistad.

Como te decía, sin embargo a Ramón lo que le gustaba eran otras cosas. Cuando fue joven, le gustaba la poesía y perseguir a jóvenes del sexo opuesto a las que dedicar sus versos. Más tarde, consiguió un modesto puesto en el Ayuntamiento, que le permitía dedicarse a lo que más quería: los libros y las mujeres y no sabría decirte en qué orden. Como además era de un buen porte y distinguido, tuvo novias y más novias, en todos los pueblos de la comarca, y cuando se veía necesitado acudía a la capital para ampliar sus aventuras amorosas. Cuando no estaba al lado de una mujer, se le veía caminando, dando largos paseos o tumbado leyendo a la orilla del rio. Nunca se casó y nunca se dedicó a perseguir el dinero, ¡ya tenía bastante con perseguir mujeres!. Sentía una fuerte amistad por Augusto y más de una vez le acompañaba en el coche, cuando este tenía que desplazarse en sus viajes de negocios. Ramón, que no sabía conducir y que no tenía coche, le decía riéndose a su amigo: Augusto, ¡ me encanta tener chófer!.

Aconteció que, después de una breve y rápida enfermedad, falleció la mujer de Augusto y este se quedó viudo. A partir de entonces, Augusto empezó a reflexionar sobre su vida y Ramón le acompañaba la mayor parte del tiempo y así pasaron un par de años más.

A pesar de la disparidad entre estos dos hombres, en ambos se despertó la inquietud por temas espirituales y el deseo de conseguir su realización personal. Y de esta forma, ambos llegaron a la decisión de dedicarse totalmente a su crecimiento espiritual, para lo cual decidieron ingresar como legos primero, en un precioso monasterio que había en un pueblo cercano. Cuando se entrevistaron juntos con el Padre Prior, éste les preguntó:

“Pero hijos, ¿realmente queréis renunciar a perseguir al dinero y a las mujeres?”.
“Si, Padre”, le contestaron. “Cuando hemos dado este paso ya sabemos que algún día tendremos que hacer los votos de pobreza, castidad y obediencia”.

Te puedes imaginar lo que para Augusto supuso lo primero. Dado que se había pasado toda su vida acumulando riqueza y lo bien que se le daba hacerlo, renunciar a todo debió serle extremadamente difícil. Mientras que para Ramón que apenas tenía nada, eso no le supuso un gran esfuerzo. Justo lo contrario les pasó con la castidad, y más de una mujer se llegó a acercar al monasterio para tratar de hacer cambiar a Ramón de opinión. Pero ninguna preguntó por Augusto, aunque ya bastante tenía con lo suyo.

Pasaron el período de prueba y cuando se consagraron y tomaron los votos, la iglesia del Monasterio estaba llena a rebosar, de familiares y vecinos de toda la comarca. Fue una fiesta grande y allí siguen todavía recluidos lejos del mundanal ruido. ¡Quién como ellos sabe lo que es renunciar a lo que renunciaron!

“Bueno, espero que tú saques tus propias conclusiones de esta historia”, le dije a mi amigo. Pero espero que no tengas que ingresar en un monasterio si quieres renunciar a tu victimismo. Ah!! pero perdona, primero tenía que haberte preguntado, ¿realmente quieras dejar de ser la víctima?”.

Se quedó unos instantes pensativo y a continuación me dijo: “Claro que quiero dejar de serlo, pero si no es entrando en un monasterio, ¿cómo se hace eso?”.

En ese momento me dio por mirar el reloj y me sobresalté. “Lo siento”, le dije, “quedan diez minutos para que empiece la función y seguro que mi mujer me está esperando. Hacemos una cosa, invítame tú a este café, me llamas cuando tú quieras, y cuando nos veamos te lo cuento y te devuelvo la invitación. ¿Te parece bien?”. Nos despedimos con un abrazo y salí a la ligera.

Y aquí se acaba la historia y ahora que lo pienso me entra la duda de si mi amigo acabará llamándome. Se hacen apuestas, ¿quién de vosotros creéis que me llamará? ¿quién de vosotros piensa que no me llamará? ¿quién ganará?