LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

jueves, 3 de junio de 2010

EL SECRETO DEL ÉXITO


Hace unas semanas se acercó por la fundación una persona mayor, Ernesto, y tuve la fortuna de estar charlando con él durante un buen rato. Digo fortuna porque espero que esta no sea la última vez que pueda disfrutar de su compañía.

Ernesto es una persona sabia, en sus ochenta y tanto años, educada, en buen estado de forma, que en la actualidad vive solo y que ha tenido una vida llena de experiencias, con éxitos y fracasos, alegrías y penas, y una pequeña sombra sobre su pasado.

No penséis que Ernesto esconde algún secreto inconfesable o algo horrible en su pasado, ni mucho menos. Pero si es algo que cuando lo recuerda, le hace ponerse triste y que tal como me lo contó, os lo quiero transmitir, por si a alguno le puede servir de ayuda.

Ernesto desarrolló su vida profesional dentro de un organismo de la Administración del Estado, ocupando varios puestos y destinos en esa etapa de su vida. Recuerda con emoción sus primeros años, y con pena y pesar el resto de los años hasta su jubilación, excepto los últimos tres años. Su vida era pura rutina, un día tras otro, sin alicientes, el mismo trabajo, el mismo horario, las mismas personas y si estas cambiaban, venían otras similares como cortadas por el mismo patrón. Al principio, tenía sueños, aspiraciones, creía que podría cambiar las cosas. Pero la realidad, triste realidad, le hizo abandonar poco a poco todos sus sueños, y cuando se quiso dar cuenta, obligado por la hipoteca y sus responsabilidades familiares, nunca más se atrevió a abandonar lo que todavía hoy se considera como “un puesto fijo”.

Pero un buen día, cuando tenía más o menos 62 años, acudió a una charla que daba un discípulo de Swami Rama Tirtha, y como ya sabréis un “swami”(literalmente “amo de si mismo”) es el tratamiento que se da a los maestros espirituales en la India. Entre otros temas, la charla versó sobre el concepto y los efectos del trabajo, que según nuestra cultura, es la fuente del éxito. Una persona trabaja y trabaja y contra más trabaja más éxito tiene. Contra más trabaja, más dinero gana, más cosas se puede comprar, más alto sube. Los vagos y las personas sin ambición no logran nada en la vida, no triunfan. Dime cuánto trabajas y cuanto ganas y te diré lo que vales, y otras lindezas por el estilo, que todos conocemos.

Pero el discípulo del swami le hizo ver las cosas de diferente manera. El verdadero trabajo se realiza cuando no ponemos “en juego” nuestro mísero ego, porque lo único que hacemos, es fijarnos sólo en lo que obtenemos a cambio, que en muchos casos se reduce a obtener dinero para sobrevivir o para acumular riqueza material. Se trabaja para poder vivir, en lugar de vivir para disfrutar del trabajo que hacemos. Y este maestro les contó el siguiente cuento:

Erase una vez que estaban discutiendo un estanque y un río. El estanque se dirigió al río de esta forma: “Oh río, eres un estúpido por trabajar para dar toda tu agua y toda tu riqueza al océano; no despilfarres tu agua en el océano y todos tus acumulados tesoros, porque el océano seguirá mañana igual de salado que hoy y nunca conseguirás nada. “No arrojeís perlas a los puercos”. Guarda todos tus tesoros contigo”.

Esto es sabiduría mundana. Aquí se le decía al río que considerara el fin o propósito, cuidar por los resultados y mirar las consecuencias. Pero el río era un río sabio y le contestó al estanque:

“No, la consecuencia y el resultado no son nada para mí; el fracaso y el éxito no son nada para mí. Yo debo trabajar porque yo amo trabajar; yo tengo que trabajar por el hecho mismo de trabajar. Trabajar es mi destino, tener una actividad es mi vida. Soy energía. Yo debo trabajar”.

El río trabajaba y trabajaba, vertiendo al océano miles y miles de litros de agua. El mísero y económico estanque se acabó secando cuando llegó el verano; sus aguas estancadas se volvieron malolientes y putrefactas. Pero el río permaneció y sus fuentes perennes no se secaron. Silenciosamente y muy despacio el agua del océano se evaporaba y los vientos alisios y los monzones rellenaban las fuentes del río un año tras otro.


Y aquí se resumían las enseñanzas del “swami”: olvídate de tu pequeño ego y de pensar sólo que obtienes a cambio de tu trabajo. No te preocupes de las consecuencias, hazlo lo mejor que puedas. Que no te distraigan las favorables opiniones ni temas las críticas adversas, no esperes nada de los demás. Haz el trabajo por “si mismo” y serás libre, porque no te verás obligado y entonces podrás disfrutar de tu trabajo.

Ernesto me contó que fue como recibir un soplo de brisa fresca, como si despertara y se puso manos a la obra. Empezó a ver su trabajo de diferente manera, lo que hacía era útil para los demás, era útil para sus compañeros. Cuando resolvía un problema para alguien, se sentía bien y se esforzaba por hacer las cosas de una forma más eficiente y mejor. Poco a poco, notó que la gente que le rodeaba, sus jefes y compañeros, como que le sonreían, que estaban más amables con él, pero eso ya no le importaba. En realidad se daba cuenta de que quien había cambiado era él y a partir de entonces, todo le fue bien, ya que contra más “se daba” más recibía.

El día que hablábamos, Ernesto se lamentaba y arrepentía de todos los años que había perdido, el tiempo que había malgastado y lo mal que lo había pasado. “Ahora entiendo”, me dijo, “a todas esas personas como los artistas, pintores, escultores, inventores, cantantes, profesionales que aman su profesión: médicos, enfermeros, amas de casa, taxistas, carpinteros, vendedores, etc., para los que trabajar “no es un trabajo”, es simple y llanamente, a lo que se dedican. El trabajo es una bendición y con el trabajo nos pasa como con la salud, que cuando no lo tenemos, es cuando más lo apreciamos.

Yo le pregunté a Ernesto: “Pues bien, te arrepientes, ¿pero no crees que es hora de que pienses en perdonarte?. Tu “swami” llegó a tiempo y lo pasado, pasado está, ¿no crees que tienes derecho a sentirte bien?. Lo importante es como reaccionamos ante lo que nos ocurre.

Ernesto me prometió que lo intentaría y esta vez no os voy a preguntar, si pensáis que lo va a lograr, porque ya veo que lo estáis pensando.
PD.- Esta historia se la dedico a mi amigo Jose Manuel, al cual le quedan pocos años para jubilarse.