LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

viernes, 3 de julio de 2009

EL AMIGO HUÁSCAR


Hace ya un poco de tiempo que Daniel, de 22 años de edad, el hijo de un buen amigo y compañero, me presentó a un joven peruano de nombre Huáscar. Yo estaba de visita en su casa cuando ambos llegaron, y después de los saludos correspondientes, tuve la oportunidad de charlar con él brevemente y conocer un poco su historia.

Daniel y Huáscar se habían conocido en Inglaterra, el año anterior, pues ambos coincidieron en una residencia de estudiantes de la YMCA. En el breve rato que pasamos juntos, me dio la impresión que Huáscar era una persona tímida, que estaba como a la expectativa de como actuábamos los demás, algo receloso pero al mismo tiempo, una persona bien educada que se comportaba correctamente. Sus rasgos faciales no podían esconder su ascendencia india, con su negro pelo y nariz aguileña y tuve la impresión de estar viendo algún grabado o pintura de los incas, cuando los españoles conquistaron América. Había venido por primera vez a España hacía sólo dos días, invitado por Daniel, para pasar dos semanas de vacaciones, con la intención de hacer algo de turismo por nuestro país.

Pasado un mes de este encuentro, volví a coincidir con Daniel, en una fiesta de cumpleaños de su padre y le pregunté que tal le había ido a su amigo y entonces me contó una bonita historia que procuraré contarla de la forma más exacta posible.

Al parecer, su relación no había ido bien al principio. Daniel había pasado tres meses de verano en Manchester, tratando de dominar el idioma inglés. Se había alejado de Londres con la esperanza de no coincidir con otros estudiantes españoles y fue a parar a esta residencia en la que efectivamente había jóvenes de Bélgica, Alemania, Japón y una gran mayoría de estudiantes de Gales o de Escocia. El único estudiante de habla hispana, era Huáscar procedente de Lima, al cual no conoció hasta pasados unos días. Ambos coincidían en el comedor o practicando algún deporte en la Residencia, jugando al fútbol o al tenis.

Daniel notaba que su relación con él no era buena a pesar de algún intento que hacía para entablar conversación, lo cual se traducía en unos pocos monosílabos por su parte, cortándose al poco tiempo la conversación. Incluso le había parecido observar alguna mirada o mueca de desprecio por parte de Huáscar, lo cual le tenía confundido.

Daniel no prestó atención a estos detalles y echaba de menos el poder hablar en castellano, con el único que podía hacerlo. Había pasado más o menos un mes desde su llegada, cuando una tarde vió sólo a Huescar que estaba leyendo una revista en el salón de la residencia.

Aprovechó la oportunidad para sentarse a su lado y directamente sin más preámbulos, preguntarle:

-“Oye Huáscar, ¿te pasa algo conmigo?. Tengo la sensación de haberte hecho algo, de que te haya ofendido. ¿estoy en lo cierto o simplemente es que te caigo mal?”.

Un poco azorado ante mi muestra de franqueza y sin mirar directamente a los ojos, Huáscar me respondió secamente:

-“Tú no, pero tu eres descendiente de los bandidos que masacraron mi pueblo”.

Yo no podía dar crédito a lo que estaba oyendo, y sorprendido le pregunté:

-“Perdona, que yo soy descendiente, ¿de quién? ¿de qué estás hablando?”.

Con una mirada de desprecio profundo, me contestó:

-“¿Cómo que no sabes de qué estoy hablando?. Hace 500 años tus antepasados nos masacraron, mataron a cientos de miles de incas, incluidas mujeres y niños de la forma más cruel posible, nos robaron todo el oro y la plata e hicieron desaparecer nuestra cultura. ¿no me digas que no sabes de que te estoy hablando?”.

Yo estaba anonadado y lo único que pude articular fue "pero..." y ahí me faltaron las palabras. Pero no pude seguir porque Huáscar, sin mediar más palabras, se levantó airadamente, saliendo de la sala. Yo me quedé sentado, con cara de pasmado, observando algunas miradas de otras personas que habían percibido que algo había pasado, sin entender lo que ocurría.

Me vino a la memoria, la famosa Leyenda Negra de nuestra conquista de América, pero yo no conocía más que los detalles generales de la conquista de Perú. Pero estaba sorprendido por el odio y el rencor que guardaban las palabras de Huáscar y no podía entender como podía ser yo el que recibía ese desprecio después de tanto tiempo.

Esa misma tarde entré en Internet y tuve la oportunidad de revivir un poco la historia. Efectivamente, el Reino de Perú fue conquistado en un principio por Francisco Pizarro y Diego de Almagro, siendo Fernando de Luque el que financió los gastos de la expedición, en el año 1526. Hasta ese momento recordé lo que había aprendido en el colegio y en mi mente, lo único que quedaba, era que los conquistadores eran unos bravos y valientes soldados, que contra toda desgracia, habían sabido conquistar enormes territorios y colonizar a los indios convirtiéndoles al cristianismo.

Leyendo un poco de historia, Pizarro llegó a Perú justo cuando acababa de morir el Rey Huayna Capac y luchaban por el trono sus dos hijos Atahualpa y Huáscar, lo cual favoreció los intereses de Pizarro, pues existía una guerra civil entre los partidarios de ambos contendientes. Pizarro con 180 soldados y 37 caballos, invadió el territorio y apresó a Atahualpa, con muy pocas bajas. Por su rescate y dejarle con vida, Atahualpa ofreció llenar la habitación donde le tenían preso con oro y plata, lo cual los indios después de dos meses cumplieron. Pero a pesar de ello, Pizarro le mandó ajusticiar y contrajo matrimonio con una de las hijas del Rey.
Por las disensiones y la ambición desmedida de los españoles, Pizarro murió en 1571 a manos de un hijo de Almagro, cuando contaba con 65 años de edad. Si grandes fueron sus hazañas, los actos de rapacidad, de injusticia y de crueldad, le hicieron perder el derecho a admiración de la posteridad.

Pasaron un par de días en los que ni siquiera me saludé con Huáscar. Yo estaba un poco confundido sin saber que hacer, porque lo que tenía claro era que yo no era responsable de cómo se había desarrollado el curso de la historia. Hasta que una idea me pasó por la cabeza y me dispuse a llevarla a cabo. Al día siguiente, aproveché una ocasión para encararme con Huáscar, y le dije:

- "Amigo Huáscar, no me considero culpable de lo que hicieron los españoles en el pasado a tus ascendientes, pero en este momento si que quiero pedirte perdón por todo el mal que hayan podido hacer y te ofrezco mi sincera amistad para que juntos podamos olvidar lo ocurrido".

Huáscar estaba sorprendido pues claramente no se esperaba esto. Poco a poco me fue relatando, que su familia provenía de una pequeña población cerca del Machu Pichu. Desde que era pequeño, su abuelo le había contado historias de desgracia y padecimientos, que por tradición oral se iban transmitiendo de generación en generación. Por generalización, los españoles seguían siendo así y de esta forma podían achacarles la culpa de su actual situación. Huáscar en el fondo, sabía que esta forma de proceder era injusta, que al eliminar su rabia y resentimiento era él, el primer beneficiado y ante mi petición de perdón, sólo pudo reaccionar de acuerdo con su noble carácter, es decir, dándonos un fuerte abrazo.

En el resto del tiempo que estuvieron juntos en la residencia, se estableció una bonita amistad y al año siguiente Huáscar vino a España invitado por Daniel. Su estancia fue de lo más divertida y al año que viene Daniel está invitado a visitar Perú.

Es curioso, pensando en el gran número de peruanos y de otros países cercanos que, en estos últimos años, han venido a España a labrarse un porvenir, que sean ahora ellos los que eligen vivir con nosotros, sus conquistadores. Y de los que vienen, sólo un porcentaje mínimo, no se adaptan a nuestras costumbres o se sumergen en el mundo de la delincuencia. Es muy fácil por nuestra parte caer en la generalización y en el desprecio y crítica a todo el colectivo. Lo mismo que ellos hacen ahora, lo hicieron nuestros antepasados y la historia se sigue escribiendo, en buena amistad y armonía cuando perdonamos, tarde o temprano. Al menos, eso espero.