LA PERDONANZA

Perdonanza es un término antiguo que significa indulgencia y tolerancia. El sufijo "anza" añadido a perdón, significa "perdón en acción". En este libro se quiere analizar ese perdón en su extremo más difícil, el perdón de los enemigos.

Dicen que todos sabemos perdonar, aunque perdonar a los enemigos es algo que nos cuesta hacer. Si alguien nos causa un grave daño físico o moral, o a un ser querido, olvidar y perdonar es muy difícil, hasta el punto que hay personas que se llevan el agravio a la tumba. Para entender "la perdonanza", hay que mirar el perdón desde otros puntos de vista. Si decimos que perdonar es "dejar de estar enfadado o resentido (hacia alguien) por una ofensa, falta, o error", resulta que la persona que consigue perdonar, es la primera beneficiada, ya que deja de estar enfadada o resentida. Se trata de pensar o poner el centro de atención, en la persona que perdona y no en el ofensor, del que también nos ocuparemos. Dejamos de estar encadenados al ofensor y nos sentimos libres.

Si nos lo proponemos, perdonar a los enemigos, requiere práctica y es algo que podemos conseguir. Dejaremos de vivir con odio, rencor y angustiados por el miedo a lo que nos suceda. "La perdonanza" nos ofrece ser pacíficos, tolerantes y comprensivos. Al mismo tiempo, mejoramos nuestras relaciones personales y conseguimos la paz interior. Sólo tenemos que intentarlo.

lunes, 2 de noviembre de 2009

UNA HISTORIA DEL COLEGIO

Nuestro común y buen amigo me ha pedido que os cuente esta pequeña historia que me ocurrió hace poco y yo le he dado a él permiso para que la publique este mes en su blog.
Permitirme que me presente con un nombre ficticio, Olga, pues existen otras personas implicadas y quiero cambiar también sus nombres, y decir aquello que me gusta tanto: “cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia”. Espero que nadie se enfade conmigo por hacer público estos hechos, entre otras cosas porque tampoco son tan graves, si es que se reconocieran así mismos.
Soy una maestra, ya jubilada, y no os diré cuantos años tengo porque no los aparento. Mi marido me dejó hace unos años, “que en paz descanse”, y aunque me costó asumir la pérdida, poco a poco he ido superándolo. Y aquí me tenéis, pasándolo lo mejor que puedo, con mi familia (tengo tres nietos preciosos), mis amistades, mis viajes....Bueno y basta ya de hablar de mí y vamos con la historia.
Una tarde, a eso de las cinco y media, iba paseando por el bulevar que hay cerca de mi casa, cuando observo venir hacía mi con paso decidido, a una de las hijas de mi amiga Carmen, cuya familia y la mía hemos sido vecinos del barrio desde chicas. Marisol, que así se llama, trabaja en un Ministerio por las mañanas y tiene una niña de12 años y un chico de 10, que van a un colegio cercano. Yo, al observarla acercarse, pienso: ¡Uy, a esta mujer la pasa algo!, pues iba como congestionada y abrumada, tanto que ni siquiera me veía, así que la tuve que llamar:
“Ehh, Marisol, hola”.
Ella se paró sorprendida y con voz entrecortada, me saludó: “Hola, que tal, que tal Doña Olga”
“Pues yo bien, pero ¿te encuentras tú bien?”.
“Pues no, la verdad es que no”, me contestó. “Estoy que trino”. “Voy al colegio de mi hijo y esos se van a enterar”. Se podía ver la ira en su mirada y la tensión en todo su cuerpo.
“Pero hija, cuéntame, te veo muy alterada”. Y en esto que observo un banco vacío y como no estoy bien de las piernas, la digo: “anda, ayúdame a sentarnos en este banco”, yo con el ánimo también de calmarla, “y cuéntame”, le digo.
“Alterada es poco, Dª Olga, estoy que ardo”. “Acaba de llegar a casa mi hijo del colegio, hecho un mar de lágrimas porque tres chicos de otra clase, un año mayores, se han estado metiendo con él y luego le han pegado patadas y golpes en la cabeza. ¡Y es que esto se para o no sé donde vamos a llegar! ¡con tanto delincuente desde pequeños!. Ahora qué como les pille, ¡se van a enterar!. Y me voy a ir al Director, para que los profesores cumplan con sus obligaciones y no pasen estas cosas. ¡Que la culpa también la tiene ellos!.¡Que para algo están allí, digo yo!
“Bueno, mujer”, tratando yo de interrumpirla, porque ella seguía despotricando. “Respira y cálmate un poco. Porque en ese estado, bien no vas a arreglar las cosas”.
“Pero cómo quiere que me calme”, me contestó, “tenía Vd. que haber visto a mi hijo, qué por más que he querido no he podido calmarle. Y además me dice que mañana ya no quiere ir al colegio, con el miedo metido en el cuerpo”.
“Pues mira hija, te entiendo bien, porque yo también he sido madre” “¿y no crees tú que he pasado por cosas similares?”.
Y pensándolo un poco, me contesta: “pues me imagino que sí”.
“Pues claro que sí. Estas cosas han pasado de siempre, añadí. Pero dime, ¿qué tal está tu hijo?, ¿le han hecho mucho daño?”.
“Pues por lo que me ha contado, le fueron acorralando hasta ponerle contra una pared en el patio, y delante de todos, le dieron patadas y puñetazos en la cabeza. Tiene una mejilla colorada y un sofoco que no puede ni hablar.”. Le he visto un par de moratones, pero lo que más me indigna, ¡que nadie salió en su defensa!. Y de nuevo empezaba a alterarse.
“Bueno, por lo menos no tiene la nariz o ningún hueso roto, ni ninguna brecha en la cabeza. ¡Podía haber sido peor!”. Y subiendo otra vez el tono de voz, me contestó:
“Sí, sólo hubiera faltado que le hubiera tenido que llevar a la Casa de Socorro. Entonces, si se iban a enterar, pues les habría denunciado en la Comisaría. ¡a los cafres esos y al colegio!. ¡Vamos derechita a la Comisaría que me hubiera ido!”.
“Pero eso no ha ocurrido”, le digo yo tratando de calmarla. Y dime, ¿te ha contado el niño estos días atrás que le estuvieran acosando, o que tuviera algún otro tipo de problemas?.
“Pues no, la verdad es que no. No es que se pueda decir, que tenga muchos amigos, pero si que los tiene. Y vienen a jugar a casa, y es un niño tranquilo, al que no le gusta mucho salir, a la calle o al parque. Estoy segura que él no se mete con nadie y si educaran bien a sus hijos las demás madres, ninguno le tendría porqué pegar”.
“Marisol, le contesté, esto que me estás contando ha ocurrido siempre, en todos los sitios y en todos los colegios. No sé si te acordarás que hace muchos años, yo fui maestra y no te puedes imaginar lo que tengo visto. Los chicos a esa edad, son como los animalillos salvajes, peleando y haciéndose un hueco en la manada. ¡A ver quién es el más gallito”.Y las peleas de chicas, eran todavía peores, pues no sólo se tiraban de los pelos, sino lo peor eran los insultos que se echaban”.
“Pero no me diga, Dª Olga, esos eran otros tiempos. Ahora educamos a nuestros hijos sin que tengan que recurrir a la violencia. Tenemos que enseñarles respeto y que no vivimos con la ley de la selva.”. Por eso quiero ir a hablar con el Director, porque ellos son los culpables de no imponerse y consentir que pasen estas cosas”
“Pues hija, no sé yo cómo lo estaréis haciendo, porque en los periódicos y en la televisión, no hacen más que decir lo mal que lo pasan ahora los pobres profesores y la cantidad de problemas que tienen”. Tú crees que si llegas allí, pidiendo que castiguen a esos niños que han pegado al tuyo, y echándoles la culpa de lo sucedido, ¿vas a conseguir ayudar a tu hijo?.
Una sombra de duda recorrió su mirada, y con voz algo más calmada, me contestó:
“Pues pienso que sí, para que esos principiantes de agresores, tengan su merecido, pero por otro lado, estoy dudando de si los profesores van a realizar su cometido”. Y como yo guardaba silencio, añadió, “pues, no sé...¿me está Vd. sugiriendo algo?.
“No hija”, le contesté yo. “Es tu hijo y tienes que hacer como madre, lo que creas más conveniente. Aunque si quieres te puedo dar mi opinión”.
“Si, sí, claro. Faltaría más, ya sabe que la aprecio y la respeto mucho”.
“Pues empezaré por contarte una anécdota del primer Director del Colegio que yo tuve. Era mi primera escuela y yo era una joven inexperta pero con mucha ilusión pues me gustaba mucho enseñar a los niños. Se trataba de un colegio público y a media mañana todos los chicos salían escopetados al patio del colegio, gritando y corriendo, para soltar toda la energía reprimida desde primera hora. Mientras, Don Severiano, que así se llamaba aquel Director, junto con algún otro profesor y yo, dábamos paseos arriba y abajo, entre los chicos que jugaban, correteando sin poder parar.
No pasaba mucho rato, hasta que alguno de los más pequeños, se acercaba a nosotros, llorando a más no poder. Don Severiano, con su pelo blanco y porte majestuoso, se paraba y todo lo tieso que caminaba, le preguntaba:
¿Qué le ocurre a Vd, jovencito?.
Y el niño, arreciando su llanto le contestaba:
¡Que aquél niño me ha PEGAO!. Y con su dedito acusador, señalaba al agresor, que un poco más lejos, estaba vigilando temeroso lo que ocurría.
Y todavía le estoy oyendo en mi cabeza, cuando Don Severiano con voz grave le contestaba:
¡PUES QUE LE DESPEGUE!.
Y dicho esto, iniciaba de nuevo su marcha, y nosotros con él. Yo no podía disimular una sonrisa, al ver la cara de desconcierto del niño y lo planchado que se quedaba el angelito. Te tengo que reconocer, que la primera vez que asistí a este hecho, me quedé preocupada, hasta que luego comentando con otros profesores y viendo sus consecuencias me tranquilicé. Efectivamente, los niños en ese colegio, desde el primer año, aprendían que ser “acusica” yendo con el cuento al Director, no les valía de nada y que se tenían que “sacar las castañas del fuego” ellos mismos. Para mi sorpresa, en ese Colegio, las peleas entre chicos no llegaban a mayores y si alguna vez se enzarzaban dos o más chicos, los castigos de Don Severiano eran ejemplares.
Y esto te lo cuento hija, para que pongamos en perspectiva lo que le ha ocurrido al tuyo.
Vamos a ver, si tú ahora vas al Colegio a hablar con el Director, y le pides que encuentre a los agresores de tu hijo para que los castigue, ¿qué crees que puede pasar?.
Y Marisol dubitativa me contestó: “ bueno..., no sé..., la verdad es que tampoco le he podido sacar a mi hijo quienes son los que le han pegado. Me imagino que mañana les podrían identificar”.
¿Estás segura?, le contesté yo, “primero piensa si tu hijo va a ir al cole, que yo creo que sí tiene que ir, pero si va ¿te imaginas al niño yendo con el Director o con algún profesor, a que identifique a los otros niños?. Y si lo hace, ¿cuáles van a ser las consecuencias? ¿y qué castigo crees tú que les van a imponer?.
“Bien..., yo no lo sé....Pero yo no les puedo perdonar lo que le han hecho a mi hijo, no se pueden quedar sin que de alguna forma les castiguen, porque sino mañana mismo le pueden volver a pegar. ¡No se van a ir de rositas!.
“Yo no sé que puede pasar”, le contesté, pero igual es peor el remedio que la enfermedad. Les castigan y vete tú a saber que castigo les ponen, y los chicos igual le cogen manía, y luego le hacen el vacío o algo peor y no habrás adelantado nada. Y si el Colegio, no les pone el castigo que tú consideres adecuado, luego, te vas a tener que enfrentar a los profesores y eso puede ser mucho peor.
“Bueno, entonces ¿ tú que me aconsejas?, me preguntó.
“Pues mira, estas cosas hay que ponerlas en su contexto. A tu hijo, unos niños le han pegado, aunque no parece que haya sido de gravedad. Esos son los hechos y tú como madre, estás saliendo en su defensa, lo cual es muy natural. Pero pensando en el bien de tu hijo, yo me haría las siguientes preguntas: ¿ha sido ésta la primera vez o está siendo víctima de un acoso continuado?. Porque la línea de actuación será diferente en un caso ú otro. Y en otro aspecto ¿cómo maneja él las situaciones de enfrentamiento? ¿elude la confrontación? ¿sabe defenderse?. Porque si a tu juicio, no lo sabe hacer, igual tendrías que empezar por ayudarle en eso. Hay que hablar con él y sacarle toda la información posible. Si el niño no lo hace ahora, su autoestima puede verse muy mermada. Y las consecuencias cuando sea mayor, serán mucho peores. Igual le puedes apuntar a clase de judo o kárate, si es necesario.
Ahora parece que esta de moda eso que está ocurriendo en las empresas, el mobbing o algo así, que muchas personas lo sufren de sus jefes u otros compañeros, vamos, el acoso laboral de toda la vida”.
“Si , ya sé de qué me hablas”, añadió Marisol. Ha habido varios casos en el Ministerio, y las personas que sufren el acoso, se tienen que dar de baja o pedir el cambio y a menudo caen en la depresión. Ahora que son los jefes, los que tienen la culpa de que haya maltratadores.”.
“Marisol, ya veo que tiendes a culpar, al igual que en el caso de tu hijo a los profesores, a los jefes o a los jefes de los jefes en el Ministerio. Y yo pienso que en estos casos, y no podemos pensar que todos son iguales, son los que intervienen responsables de lo que les sucede. El agresor o maltratador, porque haciendo ese papel, da salida a su agresividad tratando de ocultar la rabia que siente al no encontrarse a gusto consigo mismo por algún complejo de inferioridad, pues sino no sentiría la necesidad de atacar. El agredido, porque no se quiere asi mismo lo suficiente y tiene una baja autoestima. Y las personas que les rodean, sean jefes o profesores o padres o madres, amigos, etc. porque no tienen las habilidades suficientes para intervenir de la mejor forma, aunque ese fuera su deseo.
Volviendo al caso de tu hijo, ¿cómo crees que le puedes ayudar mejor?.
“No sé..., aunque creo que la estoy entendiendo bien. Tengo que tratar que mi hijo sea capaz de responder a lo que le ocurre y saber sobreponerse a los hechos desagradables que le sucedan. Tengo que averiguar más sobre su forma de ser, y tengo que reconocer que alguna vez, he pensado si no le estaré sobreprotegiendo. De hecho, cuando me estaba yendo de casa, me estaba pidiendo angustiado que no fuera al Colegio, que iba a ser peor. Igual tiene razón.”
“Pues no sé si la tendrá, le dije yo, pero si que sé la importancia que tiene que aprenda a hacerse responsable de cualquier cosa que le suceda. Cada uno somos responsables de nuestros resultados, de nuestras acciones y de nuestros sentimientos. Y somos nosotros los que elegimos el significado que le demos a cualquier evento, circunstancia o experiencia que nos ocurra en la vida.
Y respecto a esos tres mozalbetes, que le han pegado a tu hijo, piensa que gracias a ellos tu hijo va a tener una oportunidad para empezar a encontrar la forma de defenderse a sí mismo. Si no empieza ahora, continuará atrayendo a su vida a otros maltratadores, hasta que algún dia aprenda la lección, si es que la tiene que aprender, que eso ni tú ni yo, lo podemos saber ahora. Así que harías bien en perdonarles y conseguir que tu hijo no les guarde rencor. Respecto a los profesores te diría, que procures ser comprensiva con su situación, pues no es nada fácil su tarea. Seguro que la gran mayoría ponen todo su empeño en educar a sus alumnos y como siempre habrá excepciones que confirman la regla.
Tienes una bonita tarea por delante”, añadí.
Marisol, a todo esto, estaba concentrada escuchando mis palabras y la ira que la embargaba había desaparecido. Y me sorprendió con un fuerte abrazo y palabras de agradecimiento.
“Vete de prisa, que tu hijo te estará esperando”, le dije. Y de nuevo, con un paso decidido, se alejó por el bulevar y yo la observé, hasta que la perdí de vista.

En un aparte les digo, que después de enviar esta historia a nuestro amigo para ver que le parecía, me ha preguntado: “No cuentas nada del padre del niño, del marido de Marisol, ¿es que no existe?”. Y yo les dejo la pregunta, para que la contesten Vds. mismos. Es mi regalo, por haber tenido la bondad de leerme.